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#ASLSTARWARS | Episodio VI | Rara avis

STAR WARS – Episodio VI

RARA AVIS

 

En su lapidaria reseña con motivo del estreno, Pauline Kael resumía respecto a El regreso del Jedi que: “Lo que un director como Richard Marquand hace es quitarle la fantasía a la fantasía”. Es verdad que, como la polémica crítica neoyorkina señalaba, entre otros desaciertos, en este primer cierre de saga se sobrevuelan los momentos de clímax con una rapidez que impide cualquier desarrollo emotivo de la escena. De hecho, todo el mundo recuerda el “I am your father” de El imperio contraataca, pero a nadie le importa la seguidilla de develamientos que se suceden en esta entrega: Yoda da el primer indicio sobre otro Skywalker; Luke descubre que tiene una hermana gemela y que es Leia; a su vez, se lo cuenta a la princesa, quien de sopetón se hace de un hermano Jedi y de un padre de temer; en su lecho de muerte, Darth Vader le pide a su hijo que le quite el casco y, por primera vez, se ve el rostro del tan temido enemigo (una lástima que el departamento de maquillaje haya decidido que se parezca al Tío Lucas de Los locos Addams porque la cabeza calva y blanca no solo no beneficia el pathos, sino que lo arruina).

Aunque, para ser justos, la flojera emocional de la puesta en escena dramática no se debe en exclusiva a este director de ignota filmografía que desaprovechó cada oportunidad que se le presentaba para pergeñar una secuencia memorable. Es, en mayor medida, culpa del guion de Kasdan y Lucas porque de qué cuernos sirve cinematográficamente una revelación si, cuando esa verdad secreta se manifiesta, el interlocutor (llámese Leia o Luke), en su fuero íntimo, ya lo sabía y no se sorprende. ¿Dónde está lo emocionante en eso?

El regreso del Jedi, hay que decirlo, es un cambalache. No tiene ni la fuerza dramática de su predecesora ni el poder inaugural del mito de la primera; su argumento, apurado por cerrar las múltiples derivas narrativas, resulta endeble; la mayoría de los personajes secundarios parecen más peluches coleccionables que verdaderos héroes y villanos; y el enfrentamiento final entre el bien y el mal se puede calificar, siendo benévolos, como descuajeringado. Pero aún con todas sus fallas, es un cambalache hermoso si se lo compara con los bodrios abigarrados, solemnes, psicologizados y fúnebres que pululan el cine mainstream actual, del cual Avengers: Endgame, por caso, es una efectiva muestra de la tontería disfrazada de grandilocuencia a la que el espectador contemporáneo está atado. (En este momento se justifica una digresión: si hay una responsabilidad que le cabe a la saga Star Wars, radica en el hecho de haber provocado un cimbronazo en el sistema de géneros hollywoodense, cuyos coletazos en vez de ir menguando cobran mayor fuerza con el correr de los años. La franquicia Lucas produjo un sismo que corrió la fantasía/ciencia ficción de la periferia hacia el centro mismo del sistema, desplazando los demás géneros del cine hacia los bordes y haciendo que muchos de ellos cayeran hacia el pozo del olvido).

A diferencia del tono melodramático que tiñe la mayor parte de las películas de superhéroes –no importa si se trata de DC o de Marvel–, films que recogieron el guante genérico propulsado por esta saga, el episodio VI de esta meganarración que parecería infinita se regodea en su tontera y no pretende ser más de lo que es: entretenimiento. Como un collage variopinto entremezcla, sin pruritos, escenas de persecución espacial cuya estética de videojuego hoy remite sin solución de continuidad a la consola Atari de los ochenta, con secuencias en un bosque muy terrícola pero que aspira a escenario de cuento de hadas con reminiscencias medievales. Aquí, en este disparate feliz, entonces, no hay problema de coherencia alguno con que, junto a las luchas con armas sofisticadas y espadas láser en medio de naves intergalácticas que viajan a la velocidad de la luz, haya un pueblo como los Ewoks que derrote a los súbitos del Imperio a fuerza de pedradas (pelea similar a la de los porteños munidos de agua caliente durante las Invasiones Inglesas o, semejanza más pertinente, a la lucha de David contra Goliat). 

En la entrega anterior de este dossier, Quintín proponía pensar a El imperio contraataca como una corrección, en términos cinematográficos, del despropósito que fue Una nueva esperanza. En este sentido, El regreso del Jedi significaría, con perdón de la cacofonía, una regresión. Una regresión en tanto carece de una dramaturgia cohesiva, con varios desajustes, que tampoco da suficiente espacio a los actores para que se luzcan. Además se trata de un film que, en aras de imbuir de ritmo al relato (ritmo muchas veces inexistente al interior de la escena), se apoya en un montaje que pega una acción detrás de otra casi sin respiro. 

Sin embargo, existe algo atractivo en lo desprejuiciado, lo irreverente, –y así lo ha creído la horda de fanáticos– de este intento de condensar y resolver la historia del cine en poco más de dos horas de pura peripecia. Hermanos perdidos que se reencuentran; duelos que imitan enfrentamientos del western; comedia de enredos con triángulo amoroso; persecuciones con motos voladoras en vez de autos; personajes fantásticos, cuyos orígenes se pueden rastrear en numerosas fábulas de nuestra cultura; final apoteótico al mejor estilo La cenicienta, de Méliès, con toda la compañía como saludando y despidiendo a su público; la redención del mal en el instante último; todo esto y más es posible encontrar en El regreso del Jedi, una película tan heterogénea y libre que, frente al panorama del cine actual, rígido y homogéneo, resulta hoy más que nunca una rara avis. 

 

Visualizá el índice del dossier completo en el siguiente LINK.

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