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#TIFF21 | Benediction

#TIFF21 | Benediction

Biografía histórica que deslumbra con el prodigio de su aleación de aliento épico a escala discrecional y sensibilidad intimista en suministros literariamente románticos de Siegfried Sassoon, un escritor, poeta y, a la sazón, soldado británico condecorado durante la Primera Guerra Mundial, Benediction, de estreno mundial en la edición en curso del Festival Internacional de Cine de Toronto, desequilibra nuestra estructura conceptual propensa al entendimiento del lenguaje del cine y todo lo que siempre quisimos saber sobre las películas y sus trucos de magia y nunca nos atrevimos a preguntar, utilizando una estrategia de devastación plástica de la suspensión de la credibilidad con la forma y el fragor de una película que se eleva sobre todas las artes al incluirlas en una festiva cohesión ontológica que es completamente hija única del cine contemporáneo. 

Podemos aplicar esta última apreciación a toda la filmografía de Davies: estilística, anímica, sensible, estética, narrativa, cinematográficamente está solo; no tiene parientes de la sangre audiovisual; está bien solo, Davies, como sus personajes cuando rememoran pretéritos pluscuamperfectos y se deshacen en añoranzas lastimeras, con la escasa posibilidad expresiva de una autocompasión a solas sobre el banco de una plaza confidente. 

“La mirada que el cinematógrafo nos permite echar sobre una naturaleza en la que el tiempo no es único ni constante, puede resultar más fecunda que nuestro hábito egocéntrico”. Un crepuscular pero no menos lúcido que lo habitual Jean Epstein, dixit, en el clásico de la bibliografía cinematográfica “La esencia del cine”. Sí. Parafraseando de refilón al Epstein que más sabía por viejo que por diablo de la teoría, esta obra de Davies –acaso, el grand master del cine inglés contemporáneo– puede resultar una experiencia frustrante para un espectador con el ánimo de apreciación estética aprisionado entre listas de estrenos algorítmicamente preestablecidas en las mazmorras creativas de los servicios de marketing de los servicios de streaming, sólo serviciales a sí mismos si lo que uno pretende como usuario (en esta aberración han convertido al “espectador”) no es otra cosa que la rienda suelta del viejo y querido hábito electoral cinéfilo. 

Siegfried Loraine Sassoon (1886-1967) se enroló en el ejército motivado por entusiasmos patrióticos apenas Gran Bretaña entra en guerra con Alemania; escaló alto y rápido en los rangos militares durante la contienda, no por obsecuente o por influencias de clase sino por arrojo en plena batalla; fue herido gravemente y hospitalizado en consecuencia y durante su hospitalización entra en caldo de cultivo su nueva e inesperada faceta de objetor de conciencia, que dejó anonadado a todo el Ejército, institución que no lo manda al rincón más oscuro de un cadalso en penitencia perpetua simplemente porque Sassoon había sido realmente un perro de la guerra en cada momento que se la tuvo que jugar por su bandera, por él y por todos los compas, y si hay algo que saber cuidar bien cualquier ejército del mundo, mejor que ninguna frontera o patria, es a sus propias manzanas podridas. En Estados Unidos, un artista-soldado que serviría como comparación con Sassoon es el archicondecorado Audie Murphy y su colección de medallas de la Segunda Guerra Mundial. 

Pero lo que no dice la historia oficial o recién está empezando a decir y lo que tampoco nos dice el lado Wikipedia de la vida es que Sassoon era homosexual. La película de Terence Davies, un maestro de la perspicacia, no se interna en las trincheras aguachentas atestadas de ratas de sangrías antihumanistas como la batalla de Galípoli –en la que muere el hermano menor de Sassoon y a la que Peter Weir le dedica una de sus altas cumbres fílmicas, Gallipoli, en 1981. La película de Davies resarce lo que la Historia se llevó y, por caso, el vacío por omisión (por moral falsa) que dejó de legado la película del año 1997 Regeneration, dirigida por Gillies MacKinnon con obediencia académica insulsa e inocua y osadía formal digna de los primeros cortos industriales de los hermanos Lumiére; el abordaje previo que hizo el cine (le estamos haciendo un favor enorme a MacKinnon) de la vida de Sassoon, en el que lo gay se menciona menos que en las películas de Chuck Norris. 

En una muestra del documental del rodaje de Benediction que antecede a la visión del largometraje propiamente dicho, Terence Davies sostiene que un cineasta debe creer en cada toma que incluye su película, en exactamente cada una de las tomas que designa como parte del montaje final. Benediction se erige, con este método, o, mejor, con su resultado más brillante, en una ficción-ensayo que no acorta camino a la verdad por medio del atajo tripartito de los actos dramáticos: entregada de pies y manos a los grados de sugerencia que puede alcanzar la imagen fílmica cuando su forma se desbanda hacia lugares y tiempos imprevistos, cuando el lenguaje entra en erupción, disuelve sus vértices y deviene magma, Davies recubre la percepción plástica de su película con un visillo exquisito de sobreimpresiones fantasmales, material de archivo truculento y sombrío, montaje paralelo de metáforas obturadas por una obviedad inesperada –los soldados en marcha hacia la muerte “como ganado”, en consonancia con las tomas de las vacas arriadas como ganado literal, aunque se trata, justo es aclararlo, de una obviedad heredada del texto y respetada por Davies– y una dedicación china más que inglesa a la profundidad psicológica del tejido de las imágenes, lo que determina fácilmente la construcción virtuosa de un gran protagonista principal, de envalentonamiento homérico como los personajes de David Lean, solamente que usan la energía trascendental para una implosión de tristeza contenida sin logros políticos grandiosos. 

Otra cita: “The shadow life we lead”, enuncia, resignado, con dignidad, un amigo de Siegfried sobre la vida que se llevaba en la sombra siendo un gay ilegal en Gran Bretaña, reino unido a la hipocresía sexual de proyección internacional. Davies le moja la oreja a la costumbre imbécil de terminar felices todas las historias y dicta en voz baja, a su modo, un magisterio sobre la elocuencia a la que puede llegar un apretón de manos de despedida cuando el clamor interior de sus ejecutantes pide a gritos un abrazo y la mirada de desesperación por auxilio soterrada es el postre de un contexto represor. Desde Maurice, de James Ivory, de 1986, que el cine inglés no ofrecía miradas tan honestas ante el funesto designio de la cobardía gremial autoimpuesta en la prolongada era de la homosexualidad moderada/modelada por el látigo moral de la era victoriana, ese closet social de apariencia de club de caballeros de modales decimonónicos agonizantes que decían A, pero significaban B, más que de sensibilidades femeninas confinadas en cuerpos masculinos, o de otro estereotipo del imaginario varonil del siglo veinte. 

Tercera y última cita: “Estoy aquí sentado tratando de entender el enigma de los demás”, dice Siegfried, cansino y avejentado, con el síndrome Don Corleone de la edad avanzada, en la gloria de su jardincito de barrio, dialogando con su hijo en la evocación de un paraíso al que siempre le faltaron cinco para el peso. Tan británica y cálida como el aroma a naftalina que exuda una frazada escocesa de lana que ha estado guardada en el desván hasta el nuevo invierno, “Benediction” es una película tan necesaria para el arte contemporáneo que para qué perder tiempo en sus pocos defectos insignificantes, si se puede, además, glorificar el resultado del uso perfecto de la voz en off, otro de los rasgos del caudal sapiencial inaudito de Davies. 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Reino Unido, Estados Unidos, 2021)

Guion, dirección: Terence Davies. Elenco: Peter Capaldi, Geraldine James, Jack lowden, Gemma Jones. Duración: 135 minutos.

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