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CRÍTICAS - CINE

Titanes del Pacífico, según Rodolfo Weisskirch

Metal y hueso.

Desde aquella joya llamada Cronos, que merecería ser redescubierta, hasta el segundo capítulo de la saga Hellboy, Guillermo del Toro se ha convertido en un director que toma la fantasía en serio, que ha demostrado que seres extraños nos rodean continuamente y no nos damos cuenta. Vampiros, fantasmas, criaturas, seres de otra dimensión, demonios, conviven con los seres humanos, y de vez en cuando alguno de ellos despierta y quiere destruirnos.

Pero Guillermo nunca los villaniza. Cree que es posible comprenderlos y esa es la clave para derrotarlos. Aún cuando no haya peor villano que el hombre en sí mismo. El enfrentamiento de mundos, y la manera en que todos podamos vivir en armonía es el leit movit de su filmografía. Y esta idea la transmite no solo narrativamente, sino a nivel visual, dotando de humanidad a sus personajes y sus criaturas. Sensibilizándolos, creándoles lazos, que son más profundos que una relación romántica, una conexión, un enlace emocional, que diferencia a las criaturas de Del Toro de las de Burton, que usa un tono más cínico, o Jackson, que definitivamente tiene una idea más romántica y convencional de las relaciones entre personajes. Existe un lazo profundo conectado al pasado de los personajes, que se transmite en sus películas, y que no comienza en las historias per sé, sino que proviene de una relación que no vimos y que repercute en el presente que sí vemos. Por eso da la sensación de que todas sus historias ya están comenzadas, y solo vemos un capítulo intermedio de una historia más grande. Y acaso esto las vuelve más verosímiles y mitológicas al mismo tiempo. También Guillermo del Toro, es un cinéfilo, una enciclopedia de literatura y arte fantástico, y lo demuestra en el arte y la fotografía de todas sus obras, que tienen un tono netamente barroco, colores, ocres, un desgaste de los espacios, superficies oxidadas, mundos y submundos sucios. Y sobretodo es un narrador. Un gran narrador. Aún, cuando a veces peca de ser demasiado solemne.

Titanes del Pacífico es una de sus películas más esperadas y pretenciosas. Es la obra de un artista que ha madurado, que aun siendo un chico que juega a reventar sus robots contra sus monstruos, demuestra que le queda algo de humanidad. Y por eso, aunque nos deleitemos viendo como dos robots destruyen en una coreografía casi poética a un extraterrestre que provino de las profundidades, los humanos son los que los manejan– al mejor estilo de los robots del animé japonés – y su conexión con los mismos es completamente emocional. Se conectan por los recuerdos. Pero si se conectan demasiado con sus emociones, la conexión falla. Al igual que en el resto de la filmografía de Del Toro, el mundo de fantasía aparece a través de grietas. Y esas grietas deben ser selladas, porque el mundo no está preparado para convivir con seres de fantasía. El autor pareciera que siempre está parado enese límite.

Y a veces, en esa incertidumbre sentimental que sufre con sus personajes de fantasía (me quedo o me voy) es que su cine no logra infundir completa empatía en los espectadores. Nadie puede dudar de la maravilla que es visualmente Titanes. Los efectos son funcionales a la historia. Los espacios, derruidos como si provinieran de mundos de un joven Ridley Scott, James Cameron o el mejor Paul Verhoeven, demuestran que los titanes llevan luchando demasiado tiempo y es hora de que el conflicto se termine, porque incluso los humanos empiezan a sentir los efectos de tanta energía nuclear que utilizan para eliminar a los Keiju. Sin embargo, más allá de las peleas, y la idea de salvar al mundo, la película está protagonizada por personajes que tienen roles paternales. Ya sean dos hermanos, donde el mayor siempre cuidó al menor, un mariscal que toma una paternidad adoptiva sobre una científica devenida en guerrera, o un padre y un hijo que luchan juntos dentro de un Jaegers. Y esas relaciones, son más importantes que las batallas, porque determinan el comportamiento humano, lo que diferencia a personajes de robots.

Pero así como Del Toro no solamente va de la fantasía al mundo real saltando una brecha, también se balancea del drama a la comedia, diferenciándolo, como si fuera otro mundo para explorar. Ahí es donde entra la pareja de nerds que componen Charlie Day y Burn Gorman, que no solo funcionan como cómics relief, sino como un mundo más empático – terrestre – menos solemne, de lo que venimos viendo en la superficie oceánica. Fantasía, drama y comedia vuelven a convivir en la mente de Guillermo del Toro, pero como sucede en el resto de su filmografía – a excepción de Hellboy 2 – cada uno tiene su propio universo, y cuando al final se juntan, el gusto termina siendo un poco agridulce, y desigual. Titanes del Pacífico sufre de un desnivel narrativo. No tanto en su estructura dramática, sino en la caricatura de los personajes. Aunque las relaciones sean fundamentales, los diversos protagonistas son unidimensionales. Los sentimientos, forzados y las emociones demasiado discursivas. Y no es que el elenco desatine. Idris Elba, Rinko Kokuchi, Charlie Day son grandes intérpretes, pero no dotan de profundidad emotiva a los personajes, que terminan siendo peones desechables del juego. Del Toro los utiliza emocionalmente solo para que sean parte de la maquinaria robótica. Uno no se termina enamorando o involucrándose con sus personajes. Esa falta de calidez es lo que produce que Del Toro esta vez tome distancia del espectador. Aun, cuando juega con estereotipos, los personajes no van a ser lo más recordado del film.

La única excepción es Hannibal Chau, interpretado por el actor fetiche de Del Toro, el gran Ron Perlman. Pero así como el general franquista de Sergi López en El Laberinto del Fauno, esta especie de villano de cómic, resalta en los pocos minutos que está en pantalla por encima del resto de los personajes. Ya sea por su vestuario, su nombre o el carisma que le impone Perlman. Incluso, parece un personaje alienado de la historia, que podría tener su propia película o acaso justificar una secuela (y encima es secundado por Santiago Segura). En este juego de contrastes, mundos artificiales y mundos caricaturescos, se mueve nuevamente Del Toro. A pesar de su inagotable imaginación, su lirismo, su fuente de inspiración cinefila y literaria, al director le cuesta juntar las piezas y lograr obras armoniosas, donde todas las intenciones puedan convivir en forma plena y coincidente como lo logró en Hellboy 2. Corazón, cerebro, humor y ciencia ficción sin líneas divisoras. Sin brechas. Más allá de esto, Titanes del Pacífico, vuelve a demostrar su virtuosismo y genio. Es entretenimiento puro, espectáculo. En este sentido Guillermo del Toro nunca decepciona. Y si alguien quiere saber porque hizo esta película, hay que ver la dedicatoria al final de los créditos.

calificacion_3

Por Rodolfo Weisskirch

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