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CRÍTICAS - CINE

Tokyo Shaking

Tokio está temblando y el caos se apodera de la ciudad. Como siempre, las multinacionales dejan caer su telón beneficiario, dibujando una partida en un avión inexistente, a la vez que desenmascaran los instintos más bajos del ser humano al tratar de sacar el mayor beneficio de los desastres.En ese sentido, Tokyo Shaking es una muestra de ese accionar de las financieras. En este caso, Crédit de France, que tiene preocupado a su jefe por la inestabilidad de los mercados y el tener que pagar seguros. Por otra parte están los empleados, que son un mosaico de diferencias culturales, ya que el plantel de la corporación bancaria está compuesto por franceses; es decir, occidentales, un congolés y japoneses. Esa estructura muestra el modo de comportamiento cultural y social de cada uno frente al cataclismo que enfrentan. Los japoneses, acostumbrados a los terremotos, con rapidez se guarecen bajo las mesas. La francesa Alexandra Pacquard (Karin Viard, vista en Delicatessen, La separación y La familia Bélier, entre otras), sorprendida, no sabe en qué lugar esconderse. En cambio, Amini (Stéphane Bak, conocido por Twist in Bamako y Mother and Son) se queda sentado mirando a todos con impavidez extrema.

Olivier Peyon (Promis juré, Les petites vacances, Commet J´ai détesté les maths) va desdoblando el film en fragmentos donde los espacios y ambientes poseen cierto aire documental. Muchos de ellos reflejan los recortes filmográficos del 11 de marzo de 2011, en el cual se ven escenas del terrible terremoto y posterior tsunami, al que se le agrega el desastre de la explosión de la central nuclear de Fukushima. Escenas que le dan al film la tensión necesaria, que equilibra al mundo exterior con ese horror expresado por la naturaleza y el interior manifestado por el pánico de los empleados de la corporación.

Uno de los elementos fundamentales de la puesta de Peyon son las ventanas. Según el semiólogo y ensayista Christian Metz, nos muestran realidades distintas: el adentro y el afuera de los personajes. En Tokyo Shaking, a  través de ellas se ven los rascacielos, planos, sin balcones, sin una flor o plantas, nada verde para matizar el paisaje, y la famosa Torre Eiffel, en proporciones más pequeñas que la original, dorada, en medio del enjambre de edificios adornados con gigantes cárteles de luces de neón, mostrando extrema frialdad y totalmente desangelados. En Tokyo Shaking se ve un mundo vertical, donde las aristas y los ángulos es lo que rige; la redondez solo existe en los barrios bajos, donde vive una de las empleadas Yumi Narita y algún ocasional árbol. Los cerezos sólo se verán en Kioto.

Detrás de las enormes ventanas, los personajes miran el afuera como un espacio vacío, viviendo cada uno su propio drama. Alexandra, una mujer aparentemente egoísta, que por ascender deja a su marido en Hong Kong y a sus hijos, a los que no les presta atención.

Pero todo cambia cuando deben abandonar Tokio y, de alguna manera, la cámara nos acerca a la protagonista, que ya ha variado su modo de ser. En medio de la desesperación y el caos que ronda en las calles, trata de conseguir una visa para Amini, subir a sus hijos a un avión. Cuando ella va a escapar, se encuentra con el grupo de japoneses, que en vez de dejarla sola como hizo su jefe, la rodean afectivamente para sostenerla en medio de un ceremonioso recato. Solo atina decir que siente vergüenza por su comportamiento. 

Yumi Narita la lleva a su casa, le muestra su familia que la recibe con calidez y le dice que se queda con Blakie y lo cuidará muy bien, ya que ella no puede entrarlo a Francia. Alexandra comprende el modo de ser y la manera solemne y solidaria de los japoneses.

Alexandra fue asumiendo el protagonismo, rol que sostiene desde el inicio del film (con un excelente compromiso en su actuación), al enfrentar sola la caótica situación al ser abandonada por su jefe, que le dice desde París que se las arregle como pueda. Poco a poco se convierte en impensada heroína.

Peyon presenta a simple vista cierta austeridad: no posee música incidental; solo algunos fragmentos delinean el estado de ánimo de los personajes, como en un instante de extrema depresión la acompaña el Dúo de Flores de la ópera más famosa de Francia: Lakmé, de Leó Delibes. El vestuario es contemporáneo, no se preocupó por una estética artificial sino que buscó a la manera del siglo XIX un naturalismo espontáneo.

Los actores no parecen maquillados. En los primeros planos aparecen las imperfecciones de sus rostros, la iluminación busca ser natural. La fotografía no pretende ser exquisita sino más bien expresar la realidad. 

Pero donde su presencia se manifiesta es en la elección de planos, en los que juegan un bien delineado campo y contracampo, encuadres y movimientos de cámara, donde la mixtura de elementos tiene muchos matices. En todo momento se siente la presencia de la cámara, que hace entrar y salir de fuera de campo a personajes y objetos. El gran mérito del director es la dirección de actores y el logro en el montaje, que articula actuaciones espontáneas y rescata lo más valioso de ellas.

El film,  que en sus primeras secuencias parecía llevar un desarrollo de intrigas, luego da un giro de 180  grados y se transforma en un desesperado drama social en un ambiente que se asemeja al cine de redivivos, con algunas notas humorísticas como la entrada de Alexandra, sus hijos y su perro Blakie al edificio donde viven y aparece un recepcionista con guantes blancos que camina como robot y les dice que los perros no entran si no es carricoche o en brazos de sus dueños, y seguidamente pasa una mujer que lleva sus dos perritos en un cochecito.

Peyon, quien en el guion rubrica su firma con Cyril Brody, aplica su punto de giro en el relato cuando el terremoto y el tsunami irrumpen acercándose a producciones como El teléfono del viento (2011), Nobuhiro Suwa, que boceta la historia del Japón a través de las desgracias ocurridas en la isla, o tal vez al espíritu de la brillante Force majeure (2014), del sueco Ruben Östlund, y también a su otra película rodada en Uruguay, Una vida lejana (2017).

Tanto Una vida lejana como Tokyo Shaking son películas realizadas desde la mirada de un extranjero, que ve realidades que un nativo, por costumbre o por estar sumergidos en ellas no las percibe. Como esa dimensión del afuera, de la que el espectador toma conciencia cuando ve la multitud de gente caminando entre rascacielos, pareciendo hormigas entre árboles. 

La trama de Tokyo Shaking lleva al espectador a encontrar no sólo un film interesante, sino a comprender a un pueblo que ha sufrido a lo largo de su historia innumerables tragedias, comenzando por las guerras tribales de los samurái hasta el espanto de Hiroshima y Nagasaki. Susan Sontag, en su libro Contra la interpretación y otros ensayos, vinculando los genocidios y las catástrofes naturales sostuvo: “Vivimos en una época en que la tragedia no es una forma de arte, sino una forma de historia”.

(Francia, 2021)

Dirección: Olivier Peyon. Guion: Olivier Peyon, Cyril Brody. Elenco: Karin Viard, Stéphane Bak, Yumi Narita, Philippe Uchan, Charlie Dupont. Producción: Kristina Larsen. Duración: 101 minutos.

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