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CRÍTICAS - CINE

Tortugas Ninja, según José Tripodero

La materia prima del futuro.

Tortugas Ninja versión 2014 es un reboot, una vuelta a “foja cero” de las aventuras de estos personajes que tuvieron su nacimiento en otro lenguaje: la historieta, fuente funcional para recrear un universo completamente diferente. El destino final de esta nueva transposición preserva aquellos componentes que le permiten crear nuevas configuraciones, más acordes a las expectativas de estos tiempos.

La consecuencia es que la generalización aplasta ideas menos amables para el horizonte económico de una producción elaborada para alcanzar un rédito en la relación costo- beneficio; así nos topamos con la violencia más estilizada y la oscuridad que conllevan los personajes, representantes de una clase de vigilantes nocturnos en una lucha justiciera en un mundo desigual. Bueno, de eso nada hay en esta producción que lleva tatuada en su piel el sello de Michael Bay.

Si bien el Hollywood más ramplón utiliza los principios económicos como vectores de sus decisiones, que comprenden toda una figuración de lo que para la industria significa hacer cine en la actualidad, hay otra parte de esa industria más arriesgada empeñada en amplificar los universos preexistentes en otros lenguajes, más cerca del sentido artístico, como sucede con los films de Marvel y DC Comics. Todo el aparato de Bay se ubica cómodamente en el primer Hollywood, una nueva prueba es esta película dirigida por Jonathan Liebesman (Invasión del Mundo- Batalla: Los Ángeles), quien es una suerte de pichón de patán industrial, como lo es el director de Transformers. De todos modos su inventiva es más elemental porque  hace reposar una historia encadenada por situaciones risibles y forzadas para alcanzar con la mayor premura la próxima escena de acción. Lo que comienza con la curiosidad de la notera April O’Neil (Megan Fox) deviene en una búsqueda de unos vigilantes (las tortugas, claro), relacionados con la muerte de su padre científico, muchos años atrás. Flashbacks nutridos de altas dosis de descripción y diálogos más explicativos aún, conforman eslabones narrativos rudimentarios, los cuales se articulan diabólicamente con lo que se entiende en estos tiempos como secuencias de acción: digitalizadas al extremo y estiradas en tiempos internos hasta romper todos los límites de un verosímil, construido a su vez precariamente bajo los cánones de una ficción familiar que de repente recurre vilmente a ciertos procedimientos del lenguaje perteneciente al texto fuente.

Los 65 millones recaudados en el primer fin de semana en Estados Unidos reafirman los objetivos del Hollywood más “ecologista”, que recicla historias como si se trataran de latas de gaseosa. Tortugas Ninja no es más que un nuevo producto, uno que servirá mientras su vida útil represente una ganancia. Será en un futuro (seguramente no tan lejano) la materia prima constitutiva de nuevos intereses, siempre bien lejos del arte, una palabra prohibida en el círculo íntimo del peor de los monstruos: Michael Bay, el líder de esfuerzos colectivos (hacer películas representa eso) que rápidamente se convierten en chatarra cinematográfica.

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Por José Tripodero

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