Eli Roth tal vez no sea un gran director. En su haber hay varias obras fallidas y alguna que otra película decente o mejor que la media. Sus mayores logros pueden ser Fiebre en la cabaña (2002), su poderoso debut y Green Inferno (2013), película que sigue la huella de la atroz Holocausto caníbal (1980). El resto es de dudosa factura artística. Lo interesante es que, en medio de una caterva de realizadores anodinos del género, es uno de los pocos que oficia con una visión del mundo radical, política y sin caer en la mera pose de pretensión social que aqueja a tipos como Jordan Peele, que parece más preocupado por aquello que cuenta más que cómo lo cuenta.
En Viernes negro, la ecuación slasher, revisionismo histórico, crítica social y reflexión sobre el consumismo actual, está más que bien plasmado. Principalmente porque como slasher es totalmente sólido, sin que su discurso distraiga o se sobreponga ante su construcción cinematográfica. El humor apoya los preceptos del subgénero sobre cuchilladas sin opacarlo o volverse autoparódico. Menos por la autoconsciencia actual, banalizada por el cinismo de manual de mucho espectador modernizado. Acá hay autoconsciencia, sí, pero principalmente como reconstrucción del cine sobre asesinos seriales enmascarados que sirva para narrar una historia con contexto (como realmente debe utilizarse la autoconsciencia). Acá Roth pone en evidencia a la sociedad consumista norteamericana y así dicha autoconciencia no se vuelve un mero ejercicio meta y masturbatorio -tan de moda en estos tiempos-. Más que nada porque conoce al género (horror) y acá se mueve como pez en el agua.
Para respaldar ésto, su director yuxtapone a un asesino brutal y despiadado, disfrazado de aquel peregrino y primer gobernador de Plymouth, Massachusetts, John Calver (colonizador inglés que arribó a América en esa nave apocalíptica llamada Mayflower en 1620). El sádico y misterioso enmascarado aniquila a todo aquel que participó de la estampida violenta y saqueo de una tienda comercial en la noche de Acción de gracias al comienzo del film, un año antes de arrancar con la masacre. Así la representación kármica del pasado que vuelve como fantasma (como terror) para cobrar aquello que fuera indebido, incorrecto o inmoral se transforma en puro símbolo pródigo gracias a las capas políticas que adquiere.
Gracias a un video filmado por uno de los protagonistas del trágico hecho ocurrido en la tienda (espacio predilecto para la sociedad zombificada consumista) y que se vuelve viral en internet, el psicópata toma nota y lleva a cabo una venganza moral que incluye a un grupo de amigos y su protagonista femenina, hija del dueño aburguesado que dirige el enorme local. El film así se cocina lentamente (sin llamar al aburrimiento) hasta que comienza la brutal matanza, espacio que mejor alberga las bondades del subgénero que reinó los cines en la década de los 80, pero desprendiéndose del llamado neo slasher que tanto se produce en estos días y que parece más preocupado por la sangre a chorro como único atractivo.
Roth, con eficacia y oficio, imparte de manera sobria y efectiva, equilibrada y sin desbordes los recursos que más destacan en el Slasher clásico, sin que ésto se vuelva un mero artificio sanguinolento del gore (ese mal que aqueja a mucho cine de terror y que se vuelve su único atractivo) y le adosa una significativa parafernalia de referencias irónicas (repito, sin el cinismo de la autoconsciencia actual) sobre la sociedad norteamericana. Acá la burguesía, los de derecha que profesan el armamentismo, los progres, hombres, mujeres, blancos o negros, sufren la misma suerte y Roth no se casa con nada ni con nadie. Eso, hoy en día, se agradece.
(Estados Unidos, Canadá, Australia, 2023)
Dirección: Eli Roth. Guion: Jeff Rendell. Elenco: Patrick Dempsey, Ty Olsson, Gina Gershon, Gabriel Davenport, Karen Cliche. Producción: Roger Birnbaum, Jeff Rendell, Eli Roth. Duración: 106 minutos.
