A Sala Llena

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Vino para Robar… ¡Y nos terminó comprando a todos!

Vino para Robar… ¡Y nos terminó comprando a todos!

¡Qué lindo es ver una
película argentina, que esté tan buena como Vino para Robar! Es verdaderamente delicioso. Yo ya sabía que
estaba linda, porque varios de mis compañeros de A Sala Llena estaban muy contentos. Así que, desde ya hacía varios
días, venía rompiendo la camiseta con ir a verla.



El domingo fue un día
atípico, porque la jornada fue electoral.  Con mi chuchi nos levantamos temprano, hicimos
algo de huevo, nos pusimos un rato con las plantas, miramos un poco de tele y,
pasado el mediodía, nos fuimos a pataperrear por ahí. Yo votaba en la escuela
que está  en Libertador, cerca del
“Kansas”  del hipódromo que por suerte
estaba abierto. Matando dos pájaros de un tiro, pedí mesa, caminé unos metros,
voté felizmente y, para cuando regresé, ya tenía ubicación disponible y podía
sentarme a comer opíparamente. Los que han ido al restaurante en cuestión,  saben que eso es casi como meter una patriada,
porque los fines de semana las esperas suelen extenderse hasta por más de una
hora.  Yo tenía esa cuota perfecta de
hambre, que hace que nada más tenga sentido hasta que no hay algo a lo que
hincarle el diente así que,  la comida abundante
y deliciosa, me supo a gloria.  Después
de hacer almuerzo completito con postre reventativo incluido, enfilamos para el
cine. Todo parecía estar cronometrado. Llegamos al Multiplex y había función a
los diez minutos, así que sacamos las entradas y nos mandamos a ver la peli.

La cinta es verdaderamente
agradable y muy divertida. Pero lo remarcable es su maravillosa puesta en
escena. La dirección de arte, el vestuario y la fotografía, embutidos en
monumentales paisajes mendocinos, construyen una pista fenómena para que el
relato aterrice sin problemas y se deslice felizmente. De hecho, creo que la
estructura visual de la película, es lo que convierte a la historia en
atractiva y la rescata de ciertos aspectos predecibles en los que pudiere haber
caído: Un ladrón profesional, que cae en la trampa de una mujer encantadora y
que se ve forzado a perpetrar un golpe, solo para salvarla a ella.  Sí, el argumento no reinventa la rueda pero
¡qué importa! La historia está tan bien contada, que hace que no nos preocupe
en lo más mínimo, el poder o no, predecir qué va a suceder y cómo se
desarrollarán los acontecimientos.  

Ariel Winograd, con su ya
probadísimo  talento, construye un relato
que amalgama perfectamente y con verdadera maestría, todos los aspectos de un
buen film: la historia es buena, las actuaciones excelentes y la factura visual
de la película es rotundamente bella. Para rematarla, puede vanagloriarse de
haber realizado una película enteramente de género, sin morir en el
intento. 

La cinta es amigable y
remite a otras épocas, más inocentes y románticas, en las que la inteligencia
se articulaba con el humor y el estilo. Y la película exuda estilo, pero
ese  estilo que todavía representa un
valor real, una cualidad,  una condición
de refinamiento  y no solo una especie de
habilidad para la mera seducción. El laburo que hace Winograd en ese sentido es
espectacular. Sobre todo, porque muy pocos tipos saben hacer esa diferenciación
exquisita.

Protagonistas de alto
calibre como Hendler y Bertucceli, son fuertemente apoyados por un elenco de
gente indiscutiblemente copada.  Martín
Piroyansky se destaca con enjundia, pero eso ya no es novedad para este joven
maravilla, que parece uno de esos tipos a los que nos gustaría tener, por lo
menos, de amigo. Otro que la gasta es Rago, que cada vez está mejor  y que se consolida más y más como el gran
actor que es,  a cada paso que va
dando.  En esta cinta me hizo acordar a
aquel personaje entrañable, encarnado por Jean Reno en Beso Francés. De hecho, muchas partes de este film me remitieron a
aquella comedia maravillosa, que también lograba salirse con la suya con todo
ese asunto del género.  Por su parte,
Mario Alarcón la rompe como le gusta a él: económica y elegantemente.

Si me lo preguntan, sale
secuela con bombos y platillos. De hecho, me aventuro a decir que se podría
convertir en saga tranquilamente. Por mí, métanle muchachos que se viene con
tutti…

Se prendieron las luces y
relojeamos a la gente.  La mayoría
llevaba esa sonrisa de “grata sorpresa” en la cara, que tan simpática cae a los
que hacemos cine. Es una de esas bendiciones que rara vez se nos dan…

Por nuestra parte, mi chuchi
y yo nos encaminamos tranquilos, caminamos unas cuadritas medio cagados de frio
y nos volvimos a casa con un muy buen sabor de boca. Y eso que hacía rato ya,
que habíamos almorzado…

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