A Sala Llena

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Volvé Tobey, te perdonamos…

Volvé Tobey, te perdonamos…

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Todavía no puedo descular del todo, qué es lo que no me termina de cerrar con respecto de El Sorprendente Hombre Araña. En principio, estaba muy contenta con la elección de Andrew Garfield como el nuevo Peter Parker y también con el resto del elenco. Por alguna razón, no sentí que era demasiado pronto para reiniciar la saga, ni me pareció que tendría problema alguno en resetear el rígido para adaptarme a una nueva propuesta. Pero creo que me equivoqué.

Mi amigo y escritor de A Sala Llena, Rodolfo Weisskirch, estaba bastante entusiasmado con la película y, charla va, charla viene, me puso en cuenta de detalles interesantes, que me predispusieron a verla con los ojos más abiertos que de costumbre. Por supuesto, esta columna no será una crítica. Para eso están alojadas ya en este sitio, las del propio Rodolfo y Cecilia Martínez, excelentes, con puntos de vista apasionados y completamente diferentes, a las que deberán acudir si están con ganas de mandarse al cine a ver esta película.

El lunes por la tarde, mi media naranja y yo nos embutimos en sendos abrigos y salimos sin bañarnos y con la almohada pegada, rumbo al Multiplex de Belgrano para ver la de Woody. Llegamos y, no sin estupor, contemplamos una cola frondosa que se extendía dando la vuelta a la manzana. No habiendo en nosotros ni un solo rastro de voluntad para bajarnos del auto y chuparnos el frío, enderezamos la nave y nos fuimos para el Village Recoleta. Llegamos justo cuando las funciones estaban por comenzar, por lo que no había casi cola. Para A Roma… no quedaban entradas potables, así que acepté ir a ver El Sorprendente… a la fila dos, al centro y con los parlantes del Dolby metidos por enema. Pochoclos chicos, una Fanta y a ver cómo arrancaba este nuevo asuntito. Tal vez deba decir que, desde mi ubicación, uno puede prácticamente sentirle el aliento a los protagonistas y eso, seguramente, actúa como un factor influyente dentro de la cadena de apreciaciones de quien escribe, pero más allá de la incomodidad, de la sordera y del dolor de cuello, hay algo fundamental del film que falla y que le falla al comic: Peter Parker ya no es un verdadero perdedor y eso es imperdonable dentro de la imaginería de una historia que reivindicaba a los perdedores del mundo y les otorgaba una luz de esperanza.

Una golpiza otorgada por el bravucón de la escuela, no le da a Peter Parker el estatus de “loser” que tenía el personaje que todos conocemos y adoramos. Si, ya sé que nadie lo registra, y que parece ser una especie de cero a la izquierda, y que sus compañeros se besuquean obstruyendo su casillero pero, si lo miran detenidamente, eso asoma como una “obligación” del relato y se resquebraja innegablemente, debido a la contradicción que tiene con la composición física, actitudinal, postural y de look del personaje. ¡Y ni hablar si nos metemos con su afición al skate! El Peter que amamos es torpe, incómodo, físicamente inadecuado y “fashionistamente” retardado. Un nerd hecho y derecho. Este nuevo Parker, con sus sudaderas con capucha, sus pelitos parados y su paleta de colores oscuros, casi militares, a la Yves Saint Laurent es, definitivamente, “too cool for school”.

Si, si, a medida que charlo con ustedes, mas me aproximo a la idea de que lo que no me cerró para nada de la película, es la nueva versión de Peter Parker. Y ojo, que Andrew Garfield me parece un actor muy bien encaminado. Lo que sucede es que este nuevo relato, se “remasterizó” con pretendida oscuridad y demasiado glamur, lo que en última instancia atentó contra el verdadero espíritu de la saga y la alejó de su identidad original. Esto, sumado a un guión desparejo, disperso y poco comprometido, convierte al film en una pildorita entretenida, pero bastante difícil de tragar.

Andrew Garfield le aporta al personaje de Parker, la contextura adolescente que Tobey Maguire no tenía. Pero, a la hora de los bifes, el muchacho de la saga de Raimi, ponía toda la carne al asador y “actuaba” su adolescencia de manera total, intrincada y compleja. Su Peter Parker era un niño detrás de los ojos de un muchacho que parecía más grande de lo que era. Pero jamás dejaba de ser un pibe, un alienado, un nerd y hasta un idiota. El Parker de Garfield comete un error imperdonable: es sexy y está más cerca de Rebelde sin Causa que de The Big Bang Theory, alejándose así del estereotipo de muchacho perdedor y afligido, que lo volvía tan amigable y humano. Hay momentos (como en el que inventa el adminículo para arrojar su tela) que se parece más a Tony Stark, que a Peter Parker. Muchachos: se suponía que el que estaba bueno era el de las calzas coloradas, no el chicato de los anteojitos pasados de moda. A este nuevo Parker casi no le hace falta convertirse en araña, ya te dan ganas de sacarle la ropa mucho antes de que el insecto lo pique, y así no es señores. ASÍ NO.

Me estoy poniendo un poquitito vehemente con el asunto y lo asumo abiertamente. Es que, si se ponen a pensarlo, el error no es menor, es casi garrafal. El punto de conexión más grande del personaje de El Hombre Araña, tanto en el comic, como en los films, era el hecho de que comprendía perfectamente lo que el hombre promedio sentía en su vida cotidiana. La mayoría de nosotros vive su vida de manera ridículamente normal y anónima. Los días transcurren sin demasiadas estridencias y las diferencias que vamos haciendo, son internas, pequeñas, cotidianas y no brillan a la luz de ningún reflector, ni aparecen en la primera plana de los diarios. La mayoría de nosotros no se acuesta con modelos, ni se baña en leche de la burra sagrada, ni juega genialmente a ningún deporte, ni para el tráfico con el trasero cada vez que cruza la calle. Somos seres humanos de  familia, que aman a sus hijos, a sus nietos, a sus sobrinos, a sus padres, a sus hermanos, a sus cónyuges, a sus mascotas… Todos, viviendo así, más o menos tranquilamente; más o menos dolorosamente. Parker era uno de nosotros y, por eso, nos hacía tan feliz que él fuera el Hombre Araña. El nuevo Peter no es todo lo común que debiera. Tal vez, lo que salva algo de la situación, sean las maravillosas actuaciones de Martin Sheen y Sally Fields, como tío Ben y tía May, que le aportan un grado superior de humanidad a sus personajes, aún teniendo un guión entero en contra, que no profundiza como debiera en los lazos de amor creados entre ellos.

Con respecto de Emma Stone como Gwen Stacy, solo tengo para decir que, si el propio Stan Lee mató al personaje en el comic porque le resultaba tan aburrido que le daba fiaca escribirlo, debiera haberle cortado la cabeza de raíz en esta. Es casi arbitrario y parece poco más que puesto a dedo en la trama, con sus faldas cortitas, su flequillo rubiecito y sus medias bucaneras espantosas. No encaja, no calienta, no atrae. La Stone es una buena actriz y si, mete un par de bocadillos interesantes pero, más allá, no hay nada, absolutamente nada. Si bien la historia por estos días no está centrada en el interés romántico del protagonista, si no en su constante búsqueda  de una figura paterna, la ausencia de la colorada incendiaria Mary Jane Watson, despoja a la cinta de cualquier vestigio de sensualidad, provocación o pensamiento pecaminoso. Stan Lee dijo que, cuando apareció Mary Jane en el comic, se fagocitó a Gwen Stacy con su picardía, su desfachatez y su empeño natural en meterse en problemas, y eso se extraña en el film, se extraña demasiado.

El villano está bien, punto. Pero la realidad es que el Norman Osborn de Willem Dafoe (salvo por su horrible y rígida máscara) en la primera de las de Raimi, les pasó el trapo a todos los muchachos que vinieron después, incluido el Curt Connors de Rhys Ifans, de la última entrega. El guión no le hace justicia al vínculo que desarrolla con Parker. Se queda en medias tintas y no le otorga el tiempo necesario para constituirse. Tal vez, y aquí encontré  la redondez de la rueda (cuac), lo que esta entrega tenga significativamente peor con respecto de la saga anterior, sean los tiempos del relato. Sin duda, el guión de Vanderbilt, Kloves y Sargent, no se detiene demasiado en la carne de los personajes y solo se ocupa de que la historia transcurra, de que vaya hacia adelante, aún cuando se lleve puesto lo que realmente la volvía humana e interesante. Lo urgente no da lugar a lo importante, convirtiendo la factura narrativa final en pedorra e intrascendente, aún cuando hay destellos increíblemente inteligentes de humor y de emoción. Me hubiera gustado ver más humanidad dentro del cuento, mas chispas de conciencia verdadera y no tanta cháchara maniqueísta, que termina redundando en superficialidad y falta de contenido real.

Por mi parte, aunque parezca mentira, tengo fe en que para la próxima, los muchachos hagan los deberes y se enfoquen en lo importante. No se equivoquen, si tienen chicos que arrancan las vacaciones y rompen los cocos, esta es la opción que están buscando. Pero si, por esas casualidades, lo que quieren es sentir algo ustedes, re friten la saga anterior. Maguire es más feo que pegarle a la madre, pero acerca al personaje a su esencia verdadera. Nos deja a todos con vergüenza ajena sí, pero con ganas de que le vaya bien y se quede con la chica, porque en el fondo se parece a alguien que, segurísimo, conocemos y tenemos muy cerquita.

Y ahora que lo veo bien, si sé qué carajo era lo que no me cerraba de la película: ¡Volvé Tobey, te perdonamos!

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