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CRÍTICAS

XIX Festival Internacional De Teatro Santiago A Mil: El Amor es un Francotirador

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El Amor es un Francotirador

Dirección: Nestor Cantillana. Autoria: Lola Arias. Elenco: Pablo Schwartz, Eduardo Barril, Macarena Teke, Paula Bravo, Ariel Mateluna, Claudia Vicuña y Constanza Ortiz. Teatro de la Universidad católica.

Un dicho popular dice que el amor no perdona a los que juegan con él. El juego del amor es el juego de la muerte, en el que hay que pedir un último deseo. Mediante el deseo disparamos cada bala que al mismo tiempo estaremos recibiendo.

Esta obra es el resultado de la exitosa participación de la autora Lola Arias en el anterior Festival Internacional de Teatro a Mil, ya que en co-produccion con el festival y el premio proyecto FONDART 2001, fue parte en junio pasado del ciclo Teatro Hoy: Ciclo de Otoño 2011. Dirigida por Nestor Cantillana, cuenta con la dirección musical de Fernando Milagros y una banda en vivo compuesta por los músicos Alejandro Gómez (voz y guitarra), Rocío Oshee (batería) y Daniel Marabolí (teclado y bajo).

La dramaturga Lola Arias es conocida por sus escritos profundos dedicados a las temáticas de las relaciones humanas, el amor y las preguntas filosóficas acerca de la existencia. El amor es un francotirador, dirigida por Néstor Cantillana, ha sido calificada como un “musical melodramático de corte indie, en el que la obra se muestra como una ruleta rusa de suicidas enamorados quienes buscan poner fin a su situación de desesperanza, sin caer en el dramatismo”. Pero ¿por qué no habría que caer en el dramatismo? De tomar esta premisa podríamos decir sin temor a exagerar, que en el cine no podrían existir ni las muy vistas películas de terror, por ejemplo, es decir, todo un género. Esta forma pasatista de tomar el texto de Arias, como bien describen estos reporteros –bienintencionados- en la puesta de Cantillana, lleva la profundidad del trabajo de Lola a una superficialidad menos dura, aparentemente con el objetivo, además de comercial, de hacer menos doloroso el contenido. ¿Pero en qué convertimos por ejemplo una tragedia griega, si tratamos de hacerla “menos dura”? A lo largo de todo el siglo XX y XXI, se han hecho muchas búsquedas en el teatro de investigación, con la tónica del humor aplicada a las obras más oscuras y algunas han sido muy inteligentes. Podemos mencionar el caso de la Electra de Emilio Garcia Wehbi, en donde la acidez con la que era tomado el texto, sumado a todo el trabajo lúdico relacionado con el teatro dentro del teatro, le aportaba a la obra una frescura que no la convertía en superficial. El texto de Lola no es una tragedia griega, pero relata el tan insoportable dolor de todos estos personajes, que por amar deciden acabar con sus vidas para no seguir sufriendo. El texto de Lola no es una tragedia griega, es un texto contemporáneo, lleno del vació de la postmodernidad, conocido por atormentar a las almas sensibles. El texto de Lola no es una tragedia griega, pero no es ninguna comedia.

La sinopsis alberga como esbozamos, a una cantidad de personajes muy discímiles, quizá prototípicos, que juegan al tétrico juego de la ruleta rusa. Una niña de unos 11 años relata las reglas. Los seis jugadores dispuestos a morir son: el tímido, el boxeador, el Don Juan, la belleza, la chica del campo y la stripper; quienes se enfrentarán a las seis balas que posee el revólver. Vemos salir de la trampa de proscenio a cada uno de ellos que retira un número y entra a escena. La niña con el micrófono relatará lo que va aconteciendo, dando lugar a los monólogos de cada uno de estos personajes que cuentan su historia. La causa de haber entrado al juego, de haber entrado al juego del amor y precisamente por eso, ahora al de la muerte.

Tanto los personajes como las historias son entrañables, enternecedores, y poseen un humor sarcástico relacionado con el vacío postmoderno, pero sufren. Lo insoportable de su dolor es tal, que la belleza se pone una bolsa en la cabeza; la stripper no puede hablar en su idioma porque le recuerda al de su amor, debiendo utilizar otro; el poeta, quien más ama y a todo el mundo todo el tiempo, no recibió nunca un beso, etc. La niña organizadora del juego es el personaje más sabio, justamente por aún no haberse enamorado, pero nos devela que lo más terrible en la vida, no es ni el amor, ni la muerte, sino el miedo. Por último, el otro personaje que no podrá participar del juego es el viejo, “porque los viejos nunca se suicidan”. El anciano solo quiere ser un Don Juan, amar y ser amado en el teatro. Y allí en donde están, en ese espacio escénico lúdico entre la vida y la muerte, podríamos creer que toda esta gente que, juega a la ruleta rusa como si jugara al scrable; que organiza concursos de llanto, charla con la belleza, se suicida y se pone a bailar y cantar; está completamente loca. Pero su exhibicionismo es muy sincero y conmueve, del mismo modo que el tiro de un revolver o un parpadeo, los puede hacer desaparecer.

Sin embargo, todo este bello contenido no es otra cosa que el arte del texto de Lola Arias. La puesta en escena no mantiene una correspondencia poética con él. Probablemente el público haya notado cierta poesía que radicaba en las palabras, pero no fue tocado pero ella. El problema radica en dos lugares. Por un lado hay una gran carencia actoral, los textos no son llevados por los intérpretes a ninguna profundidad, sino todo lo contrario. El otro problema radica en la dirección. Todos los monólogos se encuentran demasiado desligados entre sí, cuando todo este grupo de personas está unido por un terrible juego, pocas cosas más terribles que el deseo de morir antes que seguir sufriendo por amor. Por otro lado, van a ayudarse  mutuamente a cumplir un último deseo a cada uno. La grave falta de conexión entre todos los personajes, es visible desde la ausencia de apoyo en el partener entre los actores (falla actoral 2) hasta en la partitura de movimientos decidida por el director, quien hace que los personajes se presenten al público para contar su historia, uno a uno, mientras el resto espera prácticamente inmóvil su turno para actuar .

Hay que reconocer la producción perteneciente a Santiago a Mil, y aquí sí, el acierto de la decisión estética y escenográfica de parte de la dirección. Enclavada en un espacio alternativo que permite los recovecos y los cambios de nivel, la puesta en escena es muy interesante en su sentido visual, encontrándose muy bien aprovechados los espacios. Se suma a esto la utilización de las nuevas tecnologías como una herramienta de trabajo, que no cae en el exceso. La escenografía consta básicamente de un llamativo fondo de luces de neon muy bien diseñado para  la estética de los años ochenta que se transmite en la obra de Lola. Y está muy bien manejada la utilización de la trampa y -aunque en menor medida (algo disgregada por momentos)- la de la cámara, en particular en la resolución del final. Los vestuarios son muy acordes a la estética y para cada personaje, respondiendo a su identidad y estilo y con tino en la elección de los colores. Se destaca el momento en el que se arma un ring en el medio de la escena. Por último, los momentos musicales, si bien justos desde la estética referida al espacio, luces y el estilo del micrófono, no son un acierto en la elección de los temas, ni en la mala interpretación vocal de los actores.

Como a menudo ocurre ninguna buena producción y estetismo puede suplir la falta de profundidad de una obra. Es loable la búsqueda de experimentación, pero lamentablemente se ésta se queda en una pretención de una estética de vanguardia a la que no llega. Al finalizar la función el público sonríe, pero no aplaude demasiado, no sale ni shokeado ni feliz. Sale de la misma manera que entró (lo que en una obra es famoso síntoma de una gran carencia). Como decíamos ninguna obra se sostiene sólo con una muy buena producción. Y lamentablemente, parece que tampoco con una buena producción y un buen texto.

Una obra para deslumbrarse con los brillos de la escena del amor, que a menudo poco tienen de contenido. No dejará de deslumbrarnos, pero durante 60 minutos.

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