(Argentina, 2014)
Dirección: Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi. Guión: Gustavo Alonso. Elenco: Nazareno Anconetani, Chango Spasiuk, Raúl Barboza. Producción: Felicitas Raffo. Distribuidora: Independiente. Duración: 76 minutos.
Un mundo feliz.
La historia de los Anconetani resulta fascinante, incluso antes de ver este documental del dúo Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi, porque la primera fábrica y taller de acordeones de Latinoamérica (que funciona desde 1918 a la fecha) es, en realidad, la puerta de acceso a un mundo mucho más cercano que el del instrumento. Giovanni Anconetani llegó de Ancona (Italia) en 1918, compró una carpintería en Guevara 488 (hoy barrio de Chacarita, en la Ciudad de Buenos Aires) y estableció con el tiempo lo que se conoce como la primera fábrica y taller de acordeones de Sudamérica. Los primeros instrumentos los hacía traer de su Italia natal, sin embargo a los pocos años empezó él mismo a fabricar los acordeones e incluso a arreglar a aquellos que le acercaban a su casa- taller. Todos sus hijos heredaron la pasión y el amor por la música a través del acordeón, pero también por extender el oficio familiar. Nazareno (uno de los hijos de Giovanni) mantuvo el lugar vivo hasta el momento de su muerte en agosto de 2013 a los 91 años. Hoy la casa del barrio de Chacarita está convertida en museo: ya no se fabrican acordeones aunque sí -gracias a los nietos y bisnietos de Nazareno- se mantiene el servicio de taller para la reparación de esos instrumentos.
Nazareno trabaja en un ambiente en el que suena Gardel desde un disco de 78 RPM, acompañado de sus gatos y de otros familiares que pasan desapercibidos. Su hogar es un espacio detenido en el tiempo: la disposición de esas casas llamadas “tipo chorizo”, el comedor con paredes descascaradas en las que cuelgan retratos de Giovanni y fotos de su esposa, la madre de Nazareno (imperdible la anécdota que cuenta sobre su “resurrección” en una gata), y esa “italianidad” generalizada que atraviesa la pantalla. Nazareno muestra un perfil de anciano entrañable, portador de mil y un anécdotas y de una filosofía popular sobre la honestidad, aunque no en el sentido de un binarismo sobre valores actuales sino una honestidad relacionada con la construcción de un propósito de genuinidad. Las apariciones de Raúl Barboza (enorme acordeonista correntino de mayor reconocimiento en el exterior) y del Chango Spasiuk se enaltecen en la pleitesía al legendario Nazareno y -principalmente- en el relato de su primera vez en el taller (ambos recaen, por ejemplo, en las escaleras que conducen al taller, las que simbolizan un privilegio adquirido).
Anconetani es una película rebosante de luminosidad, de nostalgia y de una alegría particular. Despojada de todo cinismo y a contracorriente del cine más urgente, se ubica entre las gratas sorpresas dentro de una marejada de documentales que perecen antes de la cuenta y siempre en la tristeza de una sola sala, el Cine Gamount de la Ciudad de Buenos Aires. La palabra tristeza es precisamente una que se ubica en las antípodas del mundo de Nazareno Anconetani, un hombre que ha forjado su camino sin traicionarse y sin exponer más que su corazón a un oficio durante casi un siglo.
Por José Tripodero