(Estados Unidos, 2014)
Dirección: Eduardo Sánchez. Guión: Jamie Nash. Elenco: Dora Madison Burge, Brian Steele, Denise Williamson, Samuel Davis, Roger Edwards, Chris Osborn, Jeff Schwan. Producción: Robin Cowie, Jane Fleming, Andy Jenkins y Mark Ordesky. Distribuidora: Energía Entusiasta. Duración: 86 minutos.
Un sasquatch enfurecido.
Cae de maduro que vivimos en una época en que la profusión informativa y su correlato, la ideología mercantil de la levedad y los egos inflados, suelen despertar una sensación de saciedad de sentido en cada uno de los consumidores, como si la fantasía del deleite práctico fuese equiparable a la amalgama del saber real, ese que está sustentado tanto en el conocimiento académico como en el acervo del autodidacta. Por lo general esta sonsera obtusa encuentra su freno cuando el mundo de cartón pintado que venden la publicidad, las plataformas virtuales y los medios masivos mainstream se estrella contra las injusticias cotidianas y sus agentes corporativos, a quienes sólo les importa la senda hacia la plusvalía.
Ahora bien, si dejemos de lado todo ese oscurantismo capitalista de índole cultural, volcado hacia el codicia, el sarcasmo mal entendido y la falta de paciencia o un mínimo análisis del sustrato en cuestión, podemos afirmar que hay pocos temas que no hayan sido tratados hasta el hartazgo mediante la construcción cuidadosa de clichés destinados a reforzar la predictibilidad comercial y la ilusión de sapiencia del espectador. El terror, un género que no necesita de grandes presupuestos ni del star system, ha padecido durante los últimos tiempos esta banalización de sus motivos históricos, en especial por parte de la industria cinematográfica norteamericana y sus corolarios menos lúcidos de la periferia circundante.
Por suerte no todo está perdido y de vez en cuando aparece una obra que reflota algún que otro tópico poco trabajado hasta la fecha o que simplemente había caído en el olvido. El viejo y querido Pie Grande casi no ha sido protagonista de películas que valga la pena mencionar, apenas si recordamos un puñado de opus de horror clase B y la simpática Pie Grande y los Hendersons (Harry and the Hendersons, 1987). En Terror en el Bosque (Exists, 2014), el director Eduardo Sánchez combina los recursos del found footage, un sasquatch enfurecido y el clásico grupito de jóvenes en una cabaña inhóspita, en lo que califica como su realización más interesante desde la mítica El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999).
Lamentablemente la frescura esencial del relato y el dinamismo del cineasta no llegan a compensar la pobreza actoral y esa triste recurrencia que señalábamos más arriba (aquí los problemas son más clasicistas que contemporáneos, ya que obedecen más al poco vuelo de la historia que a la saturación formal). De hecho, la táctica de Sánchez orientada a mostrar al “monstruo” en las primeras escenas parece contradecir los estereotipos y las seudo sutilezas de manual que el guión del anodino Jamie Nash desparrama a diestra y siniestra. Ya vendría siendo hora de que se quiebre esta sociedad tácita, considerando que propuestas como Altered (2006) y Lovely Molly (2011) no fueron muy satisfactorias que digamos…
Por Emiliano Fernández
Mitología americana con pulso punkrock.
La premisa de Terror en el Bosque es fabulosa. Merece ser vista sólo por el hecho de que alguien relativamente consagrado en el cine de horror tuvo los cojones para hacer una película sobre Sasquatch. Y digo que hay que tener agallas y no sólo una mirada marketinera para hacer una película como ésta porque se basa en una idea que te puede dejar en ridículo fácilmente, una idea así se regala de movida a la crítica carnicera intelectualoide. Claro que la premisa es la nada misma, el guión desaparece una vez que se materializa y tu monstruo se puede transformar en un muñeco del trencito de la alegría. Pero no es el caso de la película de Eduardo Sánchez, también director de aquella perlita de fin de siglo llamada The Blair Witch Project, no pionera en términos estéticos -siempre se ningunea al cine mondo y al experimento nerd de Alien Abduction cuando se habla de antecedentes del falso found footage- pero sí fundamental para el subgénero por la plata que recaudó y por su poder narrativo a pesar de lo acotado de las locaciones, del presupuesto e incluso de la temática. Al igual que en aquella, Sánchez consigue como pocos, poquísimos, artesanos del falso found o del horror de cámara en mano, obtener un pulso narrativo que deja al espectador interesado en todo momento reemplazando la falta de sorpresa por un suspense paranoide en estado salvaje y diurno, apoyado y ayudado por la corta duración.
El camino es el visto mil veces, la originalidad nos tiene sin cuidado: los chicos están de vacaciones, fuman porro, se divierten y se asoma de a poco el verdugo de la diversión juvenil, la parca conservadora antijoven que pone en su lugar al imberbe liberal deseoso de sexo y escabio. Como no estamos ante una slasher, no hay asesino serial ni culto al tramontina, y aquí el horror se acerca un mínimo al terror ecológico. En algún momento se aclara que el Sasquatch es buena onda pero si lo jodés te fulmina. El Sasquatch, entonces, es un buen tipo; Los Brujos lo sabían, por eso en su mítico disco San Cipriano cantaban en uno de sus temas más representativos: “…él es mi amigo, él es Sasquatch y yo lo quiero…”. El peludo es algo primitivo, tiene un aire a Robert Trujillo y vive tranquilo en el bosque donde los mocosos van a molestar, y a partir de ahí se genera la venganza del dueño real del hábitat que quiere conservar sus dominios y propiedades ante el avance del mundo de las cámaras GoPro y la felicidad hi-tech en clave neohippie. De allí se desprende la posible lectura ecologista y de venganza pero sin ser lo que pesa, lo principal de la película es su virtud de entretener con poco, la fé en la sinceridad del relato, en las historias directas donde las cartas se muestran desde los primeros cinco minutos y no hay engaños al espectador ni vueltas de tuerca innecesarias ni necesidad de diálogo explicativo. Este cine de horror puede ser análogo a un buen tema punk: corto, directo, gastado, efectivo y popular.
Por Ernesto Gerez