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CRÍTICAS - CINE

12 Años de Esclavitud, según Martín Chiavarino

Las venas abiertas de América del Norte.

La explotación del hombre por el hombre fue y sigue siendo uno de los temas tabú de la cultura, ya que cuestiona todas las características sobre las que definimos nuestra civilización y nos coloca como bestias en una lucha por el poder, la dignidad y los productos del trabajo. Así como en el Siglo XIX la esclavitud marcó ese punto de inflexión bajo el cual se agrupaban todos los males del sistema de producción en el sur norteamericano, cuestionar hoy el sistema de trabajo capitalista asalariado en un mundo controlado por las multinacionales y su búsqueda de beneficios a corto plazo mediante la subyugación económica de los Estados nacionales, se ha convertido en la nueva pregunta incomoda que ataca la injusticia en su esencia.

12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013) es el tercer film dirigido por el británico Steve McQueen (Hunger, 2008; Shame, 2011) que indaga sobre las heridas abiertas por las condiciones sociales modernas. En Hunger, McQueen relata un episodio de la represión británica sobre Irlanda a partir de la huelga de hambre de un preso político, mientras que Shame narra las consecuencias de un caso severo de adicción al sexo. 12 Años de Esclavitud es la adaptación de la obra de Solomon Northup, un afroamericano libre en los años previos a la Guerra Civil norteamericana secuestrado para trabajar en el sur de Estados Unidos como esclavo. La adaptación de la obra estuvo a cargo de John Ridley.

Tras realizar una presentación como violinista en un espectáculo circense itinerante en Washington, Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) es vendido en 1841 a unos traficantes de esclavos para ser transportado al sur de los Estados Unidos para su posterior reventa como esclavo en Luisiana. Su viaje a las tinieblas comienza por la negación de su identidad y de su libertad, que van de la mano. El film describe con inusual rigor el proceso de degradación que Solomon y los demás esclavos a su alrededor padecen durante los doce años de cautiverio. Su condición letrada es un valor pero también un peligro para un esclavo que debería vivir para obedecer a un amo. La crudeza del film radica en su representación absolutamente descarnada de la esclavitud como humillación, supervivencia y deshumanización.

Ya sea la cuestión del sexo como descarga, el uso de los esclavos como propiedad o su disposición a cualquier hora y momento para toda tarea, representan distintos grados de violencia que el film construye para retratar la relación entre esclavo y propietario que deviene en degradación e ignominia a través de la laceración de la carne y el espíritu. En esta relación se destaca la personalidad del dueño de la plantación de algodón, Edwin Epps (Michael Fassbender), cuya religiosidad e inestabilidad emocional lo convierten en el paradigma de toda la paradoja que se produjo en los Estados Unidos en los años previos a la abolición de la esclavitud, en las postrimerías de la Guerra Civil Norteamericana que se produjo entre 1861 y 1865.

La película desarrolla en su narración todas las contradicciones y absurdos de la esclavitud, que humilla tanto a los dueños de las plantaciones como a los esclavos negros, desmitificando esta relación a partir de una convivencia y unas prácticas que corroen el carácter a través de la tortura constante o su amenaza latente. En este contexto la muerte se convierte en una de las mejores opciones ante un futuro de vejaciones interminables en el que sobrevivir como bestia aceptando la deshumanización es la única alternativa.

calificacion_5

Por Martín Chiavarino

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