(Austria, 2018)
Dirección: Kelly Copper, Pavol Liska. Guion: Elfriede Jelinek. Elenco: Greta Kotska, Andrea Maier, Klaus Unterrieder. Duración: 90 minutos.
La caravana de los muertos vivos:
Una manada de bueyes avanza por una carretera de ripio entre las montañas, alternando con la marcha de un misterioso auto negro. El granulado y la calidad defectuosa de la imagen (está filmada en súper 8), la bruma y el sonido crean una atmósfera inquietante. Seguidamente bajaremos junto a las vacas a un pueblo, situado en el Estado de Styria en Austria. Así comienza The Children of the Dead (Die Kinder der Toten, 2018) de los realizadores Kelly Cooper y Pavol Liska, que deciden meterse en el desafío de trasponer, de manera original y libre, la novela homónima de la escritora austríaca Elfirede Jelinek al lenguaje de la pantalla grande.
La escena siguiente se desarrolla en la posada y restaurant del pueblo que recibe turistas. Comenzados los diálogos nos damos cuenta de que no hay sonido y debemos manejarnos con los intertítulos, evocando tanto en ese detalle como en la atmósfera misma de ese pueblo que se aleja de lo bucólico al cine mudo del expresionismo alemán, y especialmente con referencia a Las tres luces de Fritz Lang. No obstante, no puede decirse que se trata de una película muda por derecho propio, porque el sonido está presente y muy bien trabajado, así como la música, acompañando las escenas ya sea de manera extradiegética o en la diégesis misma al incorporar a la banda musical como personaje en las mismas escenas.
La madre de Karin trata a su hija con frialdad, diciéndole que no tiene nada personal contra ella, pero que no siente química, que no la puede querer como hija. Karin se limita a escucharla, sin reacción alguna. En esta línea de la trama, como consecuencia de un accidente automovilístico, Karin devendrá un fantasma, que será perseguido por su doble. Esta duplicidad no refiere tanto a la imagen narcisista de sí misma, que se configura por identificación a la imagen completa y perfecta en el espejo, sino al Doppelgänger, su doble siniestro. Esta doble, que es la proyección de sus impulsos sexuales y agresivos que antes estaban reprimidos, será más osada y se cobrará venganza ante una nueva crítica de su madre, pese a sus súplicas de perdón cuando la vea regresar.
En el pueblo hay una fábrica abandonada que fue comprada por un nazi para hacer algo con el cine, pero el emprendimiento no prosperó porque el hombre se suicidó. Su viuda, dolida, vive encerrada y no se la ve mucho por el pueblo. Karin descubre que la viuda del nazi celebra una proyección de cine clandestina. Ahí vemos el proyector antiguo cuyo cono de luz apunta a la pantalla. Sobre ella se proyectan filmaciones caseras de personas que ya no están en vida, que son lloradas a moco tendido por sus familiares del lado del público, aferrados a algunos objetos (zapatos, juguetes, etc) de sus seres queridos. La imagen cinematográfica reiterada es un cierto modo de seguir manteniendo con vida a quienes ya no están, y un signo de un duelo que no ha podido tramitarse simbólicamente. Ellos son en cierto modo muertos vivos. El doble de Karin pasa del lado de los muertos y camina entre esas personas que son proyectadas, y rasgando la pantalla creará un hueco por el que los muertos volverán a la vida como zombis. De esta manera, judíos y nazis, junto a agricultores y músicos zombis, desfilan hacia el pueblo por la calle en medio de la bruma, evocando el video de Thriller de Michael Jackson. En este punto, lo que retorna con los zombis son las traumáticas heridas que dejó el nazismo, que siguen sin poder cicatrizar y también las películas del género a las cuales los directores les rinden homenaje en las múltiples referencias de las que se nutren.
A partir del equívoco homofónico entre Styria y Syria llegan al restaurant unos inmigrantes sirios que dicen ser poetas que están sufriendo el hambre, pero son expulsados por los dueños. Hambreados, perecen en la escalinata de una iglesia. Su líder, aún con vida, se acerca a un ómnibus de turistas. Los golpes y rasguños de sus manos sobre el micro la revelan claramente como un zombi. Aquí, los directores trazan una linea de continuidad entre la segregación perpetrada por el nazismo y la actual con respecto a los extranjeros. Es en este punto donde los directores no se quedan en un simple revisionismo histórico, sino que lo reinterpretan con las claves del presente al incorporar la subtrama de los sirios.
Lo que tienen en común Karin, los judíos y los sirios, es precisamente haber sido rechazados de lo simbólico. Al igual que Frankenstein como paradigma del monstruo, estos personajes no han sido alojados en un lazo humano amoroso o no han sido considerados con el estatuto de humano, sino como desecho por intolerancia odiosa ante su modo diferente de gozar. Pero aquello que expulsamos de la simbolización siempre retorna para atormentarnos bajo la forma de pesadillas que no cesan, que no mueren; como los zombis.
The Children of the Dead es una película que funciona mejor cuando se apoya en el tono inquietante y dota de simbolismo a los elementos de la puesta en escena, mucho mejor que en su tramo final donde al adopta el tono paródico y desmadrado del triunfo de la fiesta, volviéndose vacía y redundante en sus excesos decadentes.
© Carla Leonardi, 2019
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