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32º MDQ FILM FEST | Críticas 11

32º MDQ FILM FEST | Críticas 11

Invisible, de Pablo Giorgelli (Argentina, 2017 – Competencia Internacional), por Alejandro Turdó

Adolescencia interrumpta

El paso de la adolescencia a la adultez siempre es un camino pedregoso, independientemente del contexto y las circunstancias particulares de cada uno. El director argentino Pablo Giorgelli eligió para Invisible (2017) -su segundo largometraje- contar la historia de Ely (Mora Arenillas), una chica de 18 años que está terminando el secundario y siendo prácticamente el único sostén de su hogar. Al descubrir que está embarazada, a raíz de una relación secreta con un compañero de trabajo, la joven comienza a buscar alternativas posibles para interrumpir el embarazo.

Dentro de una ficción que pone en evidencia la falta de contención del sistema educativo, la ausencia de los padres y la desatención general sobre los jóvenes de las clases populares, Giorgelli y su co-guionista María Laura Gargarella arman un relato que expone la problemática del aborto ilegal en nuestro país, pero sin hacer una bajada de línea ni imponer su postura como una verdad absoluta; sólo se limita a seguir el conflicto interno de Ely y registrar su recorrido a través de la historia.

Por momentos abusa de los silencios o la utilización de planos que se extienden sin mucho sentido, donde la mirada contemplativa se deforma convirtiéndose en una iteración que priva a la narración de un mejor ritmo y cayendo en vicios del cine nacional independiente de principio del milenio.

Con una performance para destacar de Arenillas- quien se pone el film al hombro y se adueña de la pantalla durante casi toda la extensión de la película-, Invisible se mete con un tema que siempre invita al debate y genera divisiones, si bien no siempre logra encaminar de la mejor manera aquello que intenta exponer.

 

 

 

Todo lo que Veo es Mío, de Mariano Galperín y Román Podolsky (Argentina, 2017 – Competencia Oficial), por Ana Manson

El enigma que rodea a la visita de Marcel Duchamp en Buenos Aires a principios del siglo XX, dio lugar a una serie de especulaciones que se instalaron en el imaginario popular y en el particular de los directores de esta película. A casi 100 años de tan distinguido y misterioso acontecimiento, Todo lo que Veo es Mío (2017) intenta dar cuenta de los días que pasó Duchamp en nuestro país, logrando como resultado un poema de imágenes en blanco y negro.

A través de una serie de cartas que el artista escribió a sus amigos y colegas de Francia -único documento fehaciente y testimonio de su estadía-, el guión reconstruye los días de Duchamp entre las paredes de un departamento porteño, los paisajes de Palermo, el ajedrez y el mate, su nostalgia por New York y sus ansias de volver a París, mientras intenta adaptarse a una ciudad que le dio mucho en qué pensar y poco que hacer. Pero las manos de un artista no están nunca ociosas, es así que la película nos regala un bello retrato de estilo teatral conjugado con artes plásticas.

Michel Noher interpreta a un Marcel Duchamp exquisito, enamorado de los placeres de la vida, pero frustrado por su exilio artístico en los confines del mundo. Aburrido de la ciudad y sus pretensiones, una ciudad que no tiene nada para ofrecerle, más que tiempo. Malena Suárez es Yvonne Chastel, su compañera de aventuras y amante inquieta, quien opone mucha menor resistencia al atractivo de Buenos Aires y sus pormenores. Ambos se lucen en papeles que parecen hechos a su medida, mientras desfilan por las bellísimas postales que componen este largometraje.

Con detalles que sólo la mirada de un artista puede captar, la influencia de la directora artística Lorena Ventimiglia se pone de manifiesto, en un trabajo delicado y perfectamente calibrado entre los directores y el resto del equipo.

 

 

 

Soldado, de Manuel Abramovich (Argentina, 2017 – Competencia Oficial), por Matías Orta

La figura del militar siempre fue tenida en cuenta por el cine. Por general, tanto, en la ficción como en los documentales, la intención es usarlo a modo de propaganda o como blanco de críticas contra las fuerzas armadas. Los ejemplos son abundantes y ocurren en todas las épocas y en todas las latitudes. Pero Manuel Abramovich en Soldado (2017), elije un camino diferente.

La cámara sigue a Juan José González, un joven que se alista en el ejército, según sus palabras, por motivos laborales, para contentar a su madre y porque le gusta. Lo que sigue es el adoctrinamiento, dentro de las aulas y fuera de ellas, trotando, realizando flexiones de brazos o practicando rutinas. Juan pronto se incorpora a la banda militar, tocando el tambor, y allí irá creciendo más.

Lejos de tomar una postura, Abramovich se limita a capar la pureza de la experiencia de un  muchacho que ingresa como voluntario y comienza una carrera militar. Aquí el desarrollo de un soldado se presenta como una oportunidad para este joven sin rumbo fijo, proveniente del interior. Ya no hay conflictos bélicos en los que intervenir, pero el Ejército les puede dar lugar a quienes mantienen esa vocación o pretenden encontrarle sentido a la vida.

En un país, Argentina, donde las fuerzas militares son vistas de reojo debido a su activa intervención en golpes de estado, Soldado permite adentrarse en la intimidad de una persona que opta por formar parte de esas filas. Juan no pretende ni combatir enemigos, no se cree superior a nadie; sólo busca su lugar.

 

 

Cobertura completa del festival.

Cobertura vía Instagram.

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