Cobertura exclusiva desde Venecia por Sergio Miguel Napoli
Martes 4 de Septiembre
Después de varios días de lluvia, hoy volvió a asomarse el sol en Venecia. Pero la mejora no solo ha sido climática, sino que también se extendió al panorama cinematográfico. Después de la desazón que generaron Anderson y Malick, apareció en el horizonte Takeshi Kitano con lo que es su marca registrada, el cine de yakuza.
En esta oportunidad vuelve sobre el gangster Otomo quien, tal como lo dejamos en su anterior película Outrage (2010), se encuentra terminando de cumplir una condena en prisión.
Pero muchas cosas han variado en el mundo que Otomo encuentra al salir en libertad. También los yakuzza, los políticos y la policía han cambiado.
Es en esos cambios y en la corrupción de las instituciones que hace foco Outrage Beyond. En este nuevo mundo la policía negocia con la mafia y media en sus conflictos internos, y los políticos hacen pactos electorales con los capos de los clanes. Pero también nuevos tiempos sobrevuelan a la yakuza. Las nuevas generaciones no respetan los códigos de honor y solo se persigue el máximo beneficio económico con medios que la vieja guardia no comprende. Será este contexto el que obligará a Otomo a cambiar sus planes de retiro originales y a involucrarse en una disputa de poder en el seno de familias rivales, que involucrará a mafiosos, políticos y policías.
Luego de ver el film uno se siente tentado de sostener que este Kitano es el mismo de siempre, ya que la película exuda violencia y humor y carece de cualquier elemento que torne banal o esconda la crudeza e impiedad del universo descrito. Por eso, según el propio director, no hay personajes femeninos que puedan crear momentos de emoción que distraigan al espectador “de la realidad de la guerra de policías y mafiosos”.
Sin embargo, se advierten cambios tanto de fondo como de forma. La temática social-política aparece esta vez de una forma y con un peso que no se veía en películas anteriores.
También Kitano utiliza la cámara en forma más inquieta, dotando a las escenas de ciertos movimientos que no eran característicos de su cine. Además, la banda de sonido se aleja del estilo de las precedentes y tiene una incidencia totalmente distinta sobre las imágenes que acompaña. Se podrá decir que es un Kitano mucho más “estadounidense” y, en este punto, seguramente, hará polémica.
Sin embargo, el cambio no parece afectar ni la coherencia ni la solidez de la película que, con el paso del tiempo, crece en la consideración de quien escribe.
Pero la sorpresa de la jornada estuvo a cargo de Kim Ki Duk que, para estupor de muchos (entre los que me incluyo), y luego de los recientes intentos fallidos, ha presentado una película que merece ser vista.
Debo reconocer que la más absoluta desconfianza me invadía antes de que comenzara la proyección de Pietá, que narra las desventuras de un violento cobrador de deudas (un verdadero “rompehuesos”) y su reencuentro con su ¿madre?
Con el correr de los minutos, los prejuicios quedaron de lado ya que la película abandona el romanticismo lacrimógeno de los últimos filmes del director coreano para recuperar un tono más cercano al de La Isla –quizás su mejor película-, que le permite, con crudeza, dar su personal mirada sobre las relaciones humanas. En este caso, en la más profunda de las tragedias, el amor y la piedad se harán presentes.
En la próxima crónica siguen las buenas noticias, esta vez de la mano de Olivier Assayas y Harmony Korine.