Algunas películas nos regalan diálogos tan inverosímiles que no pueden ser sino cebos para que piquemos los críticos. Emmanuelle, la nueva versión del “clásico” del erotismo de los 70 que firma Audrey Diwan y que ha inaugurado la 72º edición del Festival de San Sebastián, abunda en ellos, pero hay uno que es difícil no interpretar como un guiño al espectador, una alerta sobre el espectáculo al que está asistiendo, pura carnaza para esa tipología de buitres que muchas veces somos los críticos. Emmanuelle (Noémie Merlant) se encuentra en el spa del hotel que está auditando con un desconocido que resulta ser un director publicitario. Él le cuenta que está rodando un anuncio para un marca de yogures (Selecto, o algo así), si bien la estética que le han impuesto parece la de un perfume. Sí, Emmanuelle se debate entre esos dos polos, el de la estética de los yogures y la de los perfumes. Claramente, con su ambiente de gran lujo o la elegancia de sus encuadres, Diwan nos quiere ofrecer un perfume (caro), lástima que su material narrativo esté más cerca de un yogur (caducado).
La particularidad de esta Emmanuelle de 2024 es que no parte de la película dirigida por Just Jaeckin en 1974, por lo que no puede considerarse un remake (Diwan ha afirmado no haberla visto, aunque tengo serias dudas), ni tampoco de la novela de Emmanuelle Arsan en la que se basaba. Los créditos afirman que el guión coescrito por la directora y Rebecca Zlotowsky parte del personaje de Emmanuelle creado por Arsan, por lo que podemos inferir que el argumento de esta nueva película es una mera invención de las guionistas; es decir, que si el personaje protagonista se hubiera llamado Audrey o Rebecca los propietarios de los derechos de Arsan nada tendrían que reclamar, pero la producción habría perdido el reclamo publicitario que supone una Emmanuelle rodada medio siglo después por una mujer, en pleno siglo XXI y en plena ola feminista.
Por supuesto que algo queda del original (hablo de la película, la novela la desconozco), empezando por la primera secuencia, la famosa escena del avión, casi el único resquicio que podemos asociar directamente con la versión de 1974. También la ambientación asiática, solo que Diwan ha dejado atrás los ambientes rurales de una Tailandia de inequívocos ecos coloniales y se ha trasladado a un lujoso hotel de la bahía de Hong Kong en el que se desarrolla casi íntegramente su película. Emmanuelle, el personaje, tampoco es ahora la desocupada esposa de un diplomático francés, sino una ejecutiva que inspecciona los hoteles de una cadena de alto standing. Si Sylvia Kristel buscaba desinhibirse sexualmente (fundamentalmente con otras mujeres), Merlant busca recuperar el deseo perdido, por más que sus movimientos y su vestuario parezcan incitar más bien el deseo de otros (hombres y mujeres). La directora del hotel (Naomi Watts) le explica en otra secuencia un tanto risible cómo se mueven las escorts por el hotel y resulta inevitable reconocer a la propia Emmanuelle, sobre todo cuando persigue a un enigmático personaje, un ingeniero japonés que se aloja en el hotel, pero que nunca duerme en él (Will Sharpe, sic).
Toda la sustancia narrativa de la película de Dirwan se sustenta entre esos tres vértices, Merlant-Watts-Sharpe, y de ahí derivan todos los problemas narrativos de una película que siempre apunta hacia temas que enuncia pero que nunca desarrolla. Se supone que Emmanuelle se aloja en el hotel para inspeccionar la fiabilidad de su directora, en realidad para buscar una causa por la que despedirla, algo que el personaje de Merlant elude a toda costa (nunca sabremos del todo por qué); una mera disculpa para mostrar a Emmanuelle paseando por el hotel y relacionándose con otros personajes (una escort, el vigilante de las cámaras de seguridad, principalmente), que es lo que la lleva hasta el extraño ingeniero japonés que interpreta un actor inglés. Y digo “extraño” o “enigmático” porque así aparece definido desde el primer momento y cuyos secretos son mucho más confesables de lo que Dirwan nos intenta insinuar o sugerir en un primer momento. En serio, ¿no se le podría haber encontrado otra ocupación nocturna más extraña o enigmática que la de jugar al mahjong en un club clandestino? ¡Hasta la propia Emmanuelle le preguntará al ingeniero, o a las guionistas, por la razón de esa clandestinidad cuando el mahjong está permitido en Hong Kong! El otro secreto quizás tiene algo más de inconfesable, pues emparenta al ingeniero con Emmanuelle (al tiempo que acerca la película de Dirwan a uno de los temas de The Devil in Miss Jones, de Gerard Damiano) y resulta, quizás, el mayor riesgo en el que incurre esta Emmanuelle: construir una película pretendidamente erótica a partir de dos personajes que han perdido el deseo.
Pero es eso, una mera pretensión en el punto de partida de una proyecto que parece realizado a la contra de todo: de la película de Jaeckin, del mito de Emmanuelle, de la mirada masculina, aún cuando las películas se contasen desde el punto de vista de una mujer, de la misoginia que alimentaba todo ese cine, entre muchas otras cosas. Quizás un ejercicio de reciclaje de los materiales de la película original habría sido mucho más provechoso, porque lo que en 1974 era porno vaporoso y melifluo ahora, en 2024, es un (no)porno elegante y perfumado, muy bien filmado, eso sí. Además de saber lo que no quería hacer (si tal cosa puede afirmarse), Dirwan debería de haber tenido claro por qué y para qué quería embarcarse en esta operación.
(Francia, 2024)
Dirección: Audrey Diwan. Guion: Audrey Diwan, Rebecca Złotowski. Elenco: Noémie Merlant, Naomi Watts, Will Sharpe, Adrienne Lau. Producción: Brahim Chioua, Laurence Clerc, Reginald de Guillebon, Marion Delord, Audrey Diwan, Vincent Maraval, Victor van der Staay, Edouard Weil. Duracion: 117 minutos.
