Una película de François Ozon que se titula Cuando cae el otoño y parte de este argumento, “Michelle, una abuela en plena forma en todos los aspectos, vive una jubilación tranquila en un pueblecito de Borgoña, donde también reside Marie-Claude, su mejor amiga”, no es precisamente lo más prometedor, sobre todo conociendo la trayectoria del director galo y su tendencia hacia un academicismo de buenos sentimientos en varias de sus últimas producciones, centradas en personajes parisinos de clase media y apetencias culturales (es decir, el público al que se dirigen estas películas). También es cierto que la carrera de Ozon es lo suficientemente ecléctica y abunda en giros inesperados y sorprendentes. No siempre con buenos resultados, pero al menos garantizándonos que su cine no se reduce a lo previsible. Y es así cómo la premisa de Quand vient l’automne se subvierte desde muy pronto transformándose en un folletín encubierto por el confortable manto de un film otoñal.
No sé hasta qué punto es posible abordar una crítica de esta película sin introducir unos cuantos spoilers, así que ya están avisados. Porque esta es una de esas historias que va despojándose de sucesivas capas hasta que los personajes ya no se parecen en nada a lo que pensábamos que eran inicialmente. En el fondo, pese a su ambiente bucólico, Quand vient l’automne parte de un sustrato urbano. No es la historia de la abuelita que recibe en su casa en la Borgoña a su hija y nieto que vienen de visita desde París a pasar unos días. Por lo pronto, nuestra abuelita, Michelle, está a punto de envenenar a su hijas con unas setas que le prepara: claramente su experiencia en el campo o recogiendo setas no es muy grande. Mientras, su amiga, Marie-Claire, tiene un hijo en la cárcel, de la que sale al poco de comenzar la película. No parece un personaje demasiado fiable, pese a su buen corazón. Pero como esta es una película con una cierta querencia por el humor negro, este personaje, no se sabe si intencionada o casualmente, se acabará convirtiendo en el catalizador del drama. O de la comedia. En todo caso, inesperadamente, él será quien reconfigure todo este universo familiar dándole un nuevo orden, puede que el único posible.
Ozon ha dado muchos giros en su carrera, pero quizás le falte una mayor inclinación hacia la comedia. Porque esta podría haber sido una gran comedia de enredo, empezando por estas dos viejecitas cuyo pasado se va desvelando poco a poco (recordemos que la película se inicia con una misa en la que el cura invoca en su sermón a María Magdalena). Pero el acercamiento del director es siempre muy tímido, dejando muchas situaciones en una ambigüedad muy calculada, a medio camino entre el drama y la deriva puramente cómica: véase por ejemplo el envenenamiento con las setas o la elipsis de la muerte de la hija de Michelle. En cualquier caso, aunque discutible, el camino que toma el director es perfectamente legítimo: el de proponernos una fábula en la que la muerte es un mal necesario o en la que no hay mal que por bien no venga. Y en la que ese mundo plácido y otoñal que anticipa tanto el título como las primeras imágenes de la película solo ha de sufrir los cambios estrictamente necesarios (una reordenación de las piezas) para que todo siga igual. Al fin y al cabo esa suele ser también nuestra visión de la vida en el campo.
(Francia, 2024)
Producción, guion, dirección: François Ozon. Elenco: Hélène Vincent, Josiane Balasko, Ludivine Sagnier, Pierre Lottin, Sophie Guillermin. Duración: 102 minutos.