El nuevo cine rumano tardó en llegar a su país, ya que el dictador fue depuesto el 22 de diciembre de 1989 pero recién a principios del presente siglo surgieron los primeros films de una cinematografía hoy consolidada.
Dos de esas primeras obras, dirigidas por Cristi Puiu (Stuff and Dough, 2001) y Cristian Mungiu (Occident, 2002) no fueron estrenada en Argentina. Tuvimos que esperar hasta el 4 de enero de 2007, en que llegó a nuestras pantallas La noche del señor Lazarescu (en verdad es del 2005), segundo largometraje de Cristi Puiu.
El año nuevo que nunca llegó del debutante Bogdan Muresanu (2024), la película que ahora nos ocupa, es la primera, de casi veinte estrenadas en nuestro país, que está ambientada directamente al momento de la caída de Ceaucescu. En verdad empieza dos días antes y la dificultad inicial que puede plantear su visión, es la gran cantidad de personajes que va introduciendo.
Al durar algo más de dos horas, el realizador contó con suficiente tiempo como para que el espectador vaya impregnándose de las diversas historias paralelas de sus múltiples personajes.
Hay cuatro (quizás cinco) que dominan la trama y el interés, comenzando por la de Fiorina (Nicoleta Hancu), una no muy brillante actriz de teatro, a la que convocan con urgencia para un programa televisivo de Navidad en honor a Ceaucescu. Deberá reemplazar a una actriz a la que se parece físicamente y que abandonó el set de filmación por cuestiones ideológicas.
Una segunda historia, en verdad, ya había sido desarrollada por Muresanu en un corto previo (The Christmas Gift, 2018) con idéntico reparto y es evidentemente la fuente de inspiración para pasar al largometraje.
En ella, Gelu (Adrian Vancica) se encuentra con el grave dilema de que su pequeño hijo Marius (Luca Toma) ha escrito, al igual que todos sus compañeros de colegio, una carta (que se esperaba elogiosa) para Papa Noel sobre el camarada Ceaucescu, que debía ser enviada por correo. Cuando Gelu se entera de que ya fue depositada en un buzón postal y que Marius reprodujo por escrito los pensamientos muy negativos, expresados oralmente por su padre en la casa, a este lo invade la desesperación por las consecuencias negativas, para él y su familia, que podría aplicar el régimen represor que gobierna.
Justamente este último aspecto se aplica también al joven Laurentiu (Adrian Mercure), quien planea cruzar la frontera con un amigo ante el riesgo de ser detenido por la Policía Secreta. Su padre Stefan (Mihai Calin) tiene sospechas de la actitud subversiva de su hijo (participa en una obra estudiantil), siendo además el productor del programa televisivo mencionado y que le plantea dudas a su reemplazante (Fiorina), al enterarse esta de la tragedia represiva en la ciudad de Timisoara.
Un cuarto episodio es el que involucra a Ionul (Iulan Postiineicu), un policía, cuya madre Margareta (Emilia Dobrin) le manifiesta su depresión al tener que mudarse a un departamento más pequeño, ya que el gobierno ha decidido demoler el edificio donde vive. Esta historia se entronca con la segunda, ya que Margareta le pide a Gelu, uno de los encargados de la mudanza, un favor muy especial.
Hay aún algunos otros personajes llamativos como el del administrador del canal televisivo estatal, que, junto al productor del programa navideño, insisten en que el mensaje de Fiorina debe mencionar a Ceaucescu por ser él, textualmente, “el símbolo viviente del amor por Rumania”.
Los últimos veinte minutos de El año nuevo que nunca existió plantean un crescendo, que la música que los acompaña (una obra clásica muy usada en cine) va armando, hasta alcanzar un clímax que le dan mayor significado al título del film de Muresanu.
(Rumania, 2024)
Guion, producción, dirección: Bogdan Muresanu. Elenco: Adrian Vancica, Nicoleta Hâncu, Emilia Dobrin. Duración: 138 minutos.
