Otra aburrida pieza para el olvido.
Anna Karenina de León Tolstói es una de las más famosas novelas de la historia de la literatura rusa, la cual fue llevada al cine en diversas oportunidades, siendo la de Clarence Brown la versión más recordada, en dónde la mítica Greta Garbo le daba vida a la protagonista. En la actualidad, Joe Wright es el encargado de llevar nuevamente al cine la enigmática historia sobre el adulterio entre la mujer de un ministro con el hijo de una condesa, en lo que significa el regreso del dúo entre realizador inglés con Keira Knightley – su actriz fetiche -, quién encarna a la imponente Karenina.
Tras un correcto thriller como Hanna, Wright vuelve a incursionar con el cine de época y la cuestión es que si Orgullo y Prejuicio o Expiación, Deseo y Pecado resultaban un tanto densas, Anna Karenina rompe con todos los esquemas posibles del aburrimiento. Para empezar, el realizador propone una puesta en escena de un tono teatral un tanto pretenciosa, en dónde expone un teatro dentro del cine, siendo que la misma obra que comienza en la pantalla de a poco se irá configurando a un espectro cinematográfico. Lo que parecía agradable en un comienzo, luego se torna tedioso y no aporta nada en función dramática y ni siquiera termina cumpliendo un rol cómo artilugio estético, sino que deviene en un ida y vuelta sin mucho sentido entre los universos del teatro y el cine. Nada que ver con experimentaciones fílmicas como la de Peter Greenaway con Los Libros de Próspero, en dónde mechaba el cine con el teatro, la literatura y las artes plásticas para concretar un estilo de imagen y narración; en el caso de la película de Wright todo se diluye a un intento – en este caso más estético que experimental – que aporta poco al film en sí o al desarrollo y gracia de la imagen cinematográfica.
Pero el gran problema de la obra es que a medida que pasan los minutos, todo se vuelve sumamente insoportable, desde los exuberantes decorados hasta el chato guión de Tom Stoppard en dónde predominan los diálogos intrascendentes y la repetición de situaciones poco atractivas. Lo único que se puede destacar del film de Wright son algunas cuestiones de montaje en dónde hay transiciones que resultan interesantes en cuánto el realizador quiere pasar de aquel espectro teatral al cinematográfico. Igual, de todas maneras, esto no alcanza para que Anna Karenina sea una obra para tener en cuenta, sino todo lo contrario, un bodrio de época que aburre constantemente.
Por Tomás Maito