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DOSSIER

#ASL Misión: Imposible | A mitad de camino

A mitad de camino

Entre Brian de Palma y Tom Cruise, entre el homenaje a la serie original y su negación, entre Estados Unidos e Inglaterra, entre la novela de espías y el blockbuster de acción, entre la Guerra Fría y la extraña paz que la sucedió, la primera Misión: Imposible está a medio camino de todo y no llega a ser casi nada, aunque recaudó bien y sirvió para que las secuelas alcanzaran el presente.

En la serie, un equipo que bien podría ser de la CIA se ocupaba de misiones secretas en el extranjero. Tenían un enemigo claro, un máximo de ingenio, un mínimo de violencia y exaltaban un espíritu de equipo que conspiraba contra los protagonismos. Algo así es difícil en una película de Tom Cruise, el Cristiano Ronaldo del cine, un actor bastante malo que a veces se las arregla para dar el tono aunque casi siempre haga de sí mismo, es decir, del héroe de acción incorruptible, audaz y ambicioso. Es cierto que la idea de la misión imposible es consustancial a la voluntad inquebrantable del personaje Cruise, pero en un sentido opuesto al de la serie.

La verdadera misión imposible es la del director, obligado a dibujar un vehículo para el productor-estrella sobre un guión endeble, en el que metió mano hasta Robert Towne. Pero a De Palma nunca le importaron mucho los guiones y tiene con qué defenderse. Por ejemplo, con la escena del acuario que estalla en un refinado restaurante de Praga, o con el robo de un diskette de un cuarto cerrado en el cuartel general de la CIA. A De Palma se le dan mejor esas escenas y la acumulación de momentos de gran elegancia, la suntuosidad de las locaciones y los movimientos de cámara que el final con un tren y un helicóptero, muy hitchcockiana en el suspenso pero muy dependiente de los efectos especiales que entonces estaban a mitad de camino, como todo el resto. El diskette mencionado es un buen símbolo de la película, con su futurismo tecnológico que hoy se ve un poco rancio.

Misión: Imposible podría haber sido una película muda (o con la música de Lalo Schiffrin como fondo), porque no tiene verdaderos personajes y todo lo que importa está resuelto visualmente. Cuando aparecen los diálogos, la película desnuda cierta influencia inglesa o, mejor dicho, cierto conflicto inglés. Hay algo de la serie James Bond, pero también hay algo de su opuesto exacto, que son las novelas de John Le Carré. Porque nada le va peor a un héroe incorruptible como Cruise que una historia de dobles agentes crepusculares y traiciones o la historia de amor con Emmanuelle Béart (muy linda, muy perdida como actriz). A pesar de que hay un motivo que De Palma repite al principio y al final, esa relación se niega más de lo que se insinúa, porque su desarrollo implicaría que la moral de Cruise es también dudosa. Así, termina habiendo más sensualidad en los diálogos de Cruise con Vanessa Redgrave (que se las arregla para hacer su numerito), que con Béart.

No recuerdo muchas películas de Hollywood (y sí muchas películas inglesas) en las que los actores sean tan poco simpáticos. Béart, John Voigt, el mismo Cruise son figuras de cartón. Para no hablar del repulsivo Henry Czerny, el tipo de la CIA. Hasta algunos que saben caer bien como Jean Reno tienen mucho de repulsivo. Solo Ving Rhames, que parece escapado de la serie y no tiene dobleces, hace un personaje secundario querible. Misión: Imposible ni siquiera tiene buenos villanos, es más bien un muestrario de gente sin corazón y sin gracia. Se deja ver porque De Palma maneja las claves de un cine que no tiene mucha relación con esas cosas humanas y solo depende de las formas que se proyectan en una superficie blanca. Ahora, tampoco es como para deleitarse con una película tan híbrida, tan fallida, tan anulada por las fuerzas contradictorias que se la disputan.

Recuerdo que esta película me gustó cuando la vi en el estreno. Tal vez (no me acuerdo) haya escrito favorablemente. Tal vez porque entonces era más joven o tal vez porque soy más joven ahora. De todos modos, Misión: Imposible es un interesante desafío para la visión autorista de la crítica (que sigue siendo la mía). Por un lado, es cierto que las marcas de De Palma están en Misión: Imposible, como están las marcas en las reses que el propietario quiere reclamar como suyas. Pero para definir a un autor no importa tanto que le aplique a su obra un hierro caliente, sino que haga películas que le importen.

 

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