A continuación, nuestras críticas de films que integran la programación del 18º BAFICI, luego de verlos en festivales anteriores.
La Helada Negra, de Maximiliano Schonfeld (Argentina, 2015 – Noches Especiales), por José Luis De Lorenzo
Como en Germania, el primer film de Schonfeld, la provincia de Entre Ríos marca el hábitat rural de una sociedad alemana catalogada como “colonia”, que ha mantenido en gran parte costumbres, tradiciones y festejos oriundos de su tierra originaria. El hecho de que el director sea alemán definitivamente ayuda a que en La Helada Negra podamos descubrir los orígenes y características de los germanos.
La vida cotidiana de los personajes principales, presentada desde el naturalismo, es uno de los pilares más fuertes sobre los que se erige el film. Hablamos de una película marcada por atmósferas y momentos asfixiantes, con planos secuencia que derivan en estadios que generan incertidumbre en el espectador sobre qué puede pasar luego, creando de esta manera tensión.
Ailín Salas interpreta a Alejandra, una extraña que se aparece sorpresivamente en una granja y augura el elemento fantástico de la cura de plagas existentes en las cosechas. A medida que los vecinos van enterándose de esta cualidad de la joven, comienzan a visitar a la chica misteriosa, quien por momentos termina resolviendo los problemas relativos a la cosecha, el trabajo y eventualmente la economía de la región. La sociedad la necesita pero la critica a la vez, creando así una brecha en la personalidad desarraigada de Alejandra, un ser que deambula sin lugar fijo, sin meta, pero con un don.
La Helada Negra no expone simbologías ni explicita a gritos lo que quiere demostrar, lo que constituye un punto muy a su favor: de a poco permite que el espectador sea quien descubra o interprete qué es lo que acontece acorde a su propia mirada. Según Schonfeld, en la trama está muy presente la lucha entre lo pagano y lo religioso, algo que se siente en toda la duración de este extraordinario film de atmósferas.
Office, de Johnnie To (China, 2015 – Trayectorias), por Carlos Federico Rey
Office es el ingreso del gran Johnnie To a los caminos de la megalomanía cinematográfica bien entendida, como los grandes directores de la época dorada de Hollywood amplia horizontes genéricos y más allá de ser un maestro indiscutido del genero de acción, cada vez tiene más aceitada su puesta hacia la comedia (recordemos la maravillosa Blind Detective) y en esta nueva película recupera su mirada crítica al capitalismo y su orgia financiera como en Life Without Principale, pero de manera felizmente desbordada, melodramática y musical. To narra de manera veloz, en un lugar sin paredes, sin escenarios, un espacio arrasado de límites donde la cámara viaja frenéticamente mientras los actores nos cantan una historia de traiciones millonarias. El crescendo melodramático explota en el desenlace donde la película produce su máxima expresión cinética, ahí en esa terraza con ese cartel luminoso y ese beso, o ese auto descapotable a toda velocidad con un conductor herido que ya no le importaba su vida, To nos muestra que hay un cine que todavía algunos pocos pueden hacer y convertirnos en personas muy felices.
Favio: Crónica de un Director, de Alejandro Venturini (Argentina, 2015 – Cinefilias), por Matías Orta
La figura de Leonardo Favio nunca perderá vigencia ni interés. Otra prueba de que fue y sigue siendo un cineasta único es el documental Favio: Crónica de un Director.
Una sucesión de entrevistas a amigos, familiares y colegas permite conocer íntimamente a Fuad Jorge Jury (tal era su nombre verdadero), y es posible descubrir cómo episodios y personajes de su entorno -en especial, de Luján de Cuyo, Mendoza, donde pasó su niñez- fueron cruciales para darle forma a su universo cinematográfico. También hay imágenes de las nueve películas que dirigió, pero el material más novedoso y notable es el audio de una entrevista que el director Alejandro Venturini le realizó al mismísimo Favio años atrás; los fragmentos de esta nota están distribuidos a lo largo del documental, que, como indica el título, se centra en su faceta como director.
Favio: Crónica de un Director resulta imprescindible, ideal para adentrarse en el universo de Favio por primera vez o para seguir descubriendo más sobre un genio del séptimo arte.
L’Avenir, de Mia Hansen-Løve (Alemania, 2016 – Trayectorias), por J.L.D.L.
Isabelle Huppert es una mujer con una fuerza demoledora en todos sus trabajos. Sin embargo, muy de vez en cuando apela a un costado nostálgico y dulce. Actriz incisiva como pocas, con el correr de los años se versatilizó y así empezó a trabajar con directores ignotos y otros reconocidos internacionalmente. De esta manera conoció a Hong Sang-soo en una edición de Cannes y ahí decidieron trabajar juntos en En Otro País (In Another Country, 2012), una belleza de film.
Mia Hansen-Løve, por su lado, se perfiló como una directora promisoria, y al igual que Hong, rogó para contar con la presencia de Huppert en su proyecto luego de Eden (2014), una película un tanto fallida dentro de su filmografía. Esta directora francesa logró captar la atención de la cinefilia mundial con opus como El Padre de mis Hijos (Le Père de mes Enfants, 2009) y Goodbye First Love (Un Amour de Jeunesse, 2011), obras que sirvieron para demostrar que había talento de por medio.
Things to Come viene a ser un film mucho más adulto dentro de su carrera, como así también pretencioso: vuelve a tocar problemáticas que conciernen al desarrollo humano y personal, como las vísperas de la muerte, algo que ya se veía reflejado en El Padre de mis Hijos. Huppert interpreta a Nathalie, una profesora y escritora de filosofía, casada y con dos hijos. Transita una separación matrimonial en una edad en la que -como mujer- se considera incapaz de conocer a nuevos pares. Sin embargo, se siente completa con ella misma: en una escena del film se describe como una persona “libre” tras perecer su madre, como si los lazos filiales y afectivos la posicionasen en un lugar de responsabilidades.
Con mucha naturalidad, Hansen-Løve se pregunta qué nos pasa cuando llegamos a un punto en que nos cuestionamos siempre los mismos interrogantes. ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? Nathalie va encontrando este camino luego de sentir su liberación y ver que las cosas por venir a veces son mejores de lo que pensamos. La relación con sus hijos mejora, laboralmente toma otras riendas y se presenta un vínculo maestra- alumno que va desarrollándose a lo largo del film. Sin encontrarse entre lo mejor de la realizadora, sólo nos resta esperar qué tiene para ofrecer a futuro.
Sunset Song, de Terence Davies (Gran Bretaña, 2015 – Trayectorias), por C.F.R.
Davies filma la épica, una historia de disolución y de reconstrucción fallida centrada en una joven escocesa y su vida en la campiña a principios del siglo 20. Chris Gutrhrie, heroína en desgracia del libro de Lewis Grassic Gibbon ve como su madre se suicida y mata a sus hermanos menores, como la abandona su hermano mayor, con el que tenía una relación casi incestuosa y queda al cuidado de su déspota padre enfermo. Davies filma toda la conflictiva familiar de manera pausada, mezclando planos cerrados de la casa, claustrofóbicos en espacios pequeños, con amplios planos generales de esa campiña escocesa verde y maravillosa. Chris se casa y hereda el campo de su familia, esta oportunidad de reconstrucción es interrumpida por el llamado al marido a pelear en la guerra contra Alemania, la soledad de Chris es acompañada por el registro de Davies de encuadrarla en esos amplios campos donde vio cómo se desmoronaban sus dos familias, el maestro ingles estiliza la tragedia y construye un pasado demoledor para esta niña apenas mayor a los 20 años de edad pero con la piel de una poderosa sobreviviente.
Homeland (Iraq Año Cero), de Abbas Fahdel (Iraq, 2015 – Derechos Humanos, Fuera de Competencia), por Guido Pellegrini
Una película de seis horas es todo un desafío. Desde el vamos, tenemos que controlar nuestra ansiedad, abandonar nuestras pretensiones de productividad, permanecer sentados durante un largo período de tiempo que normalmente ocuparíamos con otras actividades, quizás remuneradas. Pero los 334 minutos de Homeland no son ni una provocación ni el resultado de un capricho. Nos permiten zambullirnos en la intimidad de una familia iraquí, la del mismo director, que atraviesa como puede la ocupación estadounidense.
Las primera mitad del documental fue grabada justo antes de la invasión. Asistimos a la cotidianeidad doméstica de los protagonistas; a sus almuerzos y cenas; a los preparativos que llevan a cabo para sobrevivir la ineludible guerra. De lo que no hablan es de política. La figura de Saddam Hussein es ubicua, se cuela por todos lados. Pero nadie lo menciona, ni para criticarlo ni para alabarlo, salvo durante los festejos por su cumpleaños. Estos tramos del film son tan tranquilos como perturbadores: no solo porque sabemos que se avecina el caos sino también porque notamos que algo falta, que algo no se está diciendo, que algo turbio se esconde detrás de los constantes y grotescos clips musicales dedicados al líder que se emiten por televisión.
La segunda mitad, en cambio, se filmó cuando el ejército estadounidense ya estaba instalado en territorio iraquí, y es desesperanzadora. Vemos un país desordenado, acéfalo. Los soldados norteamericanos disparan y matan por cualquier motivo, generan resentimiento, y no logran controlar a las bandas armadas de iraquíes, que también son una pesadilla para sus coterráneos. Visitamos estaciones de radio bombardeadas, estudios de cine saqueados, ciudades en ruinas. Ni siquiera el pasado sirve de horizonte edénico para encarrilar el país. Al ser destronado Saddam Hussein, se vuelven a mencionar los asesinatos durante el régimen, las fosas comunes repletas de disidentes. Hay que empezar casi de cero, desde un presente de ocupación extranjera y nula autonomía económica e institucional, ante la falta de partidos políticos fuertes, con una población divida y un legado cultural enterrado.
Los Pibes, de Jorge Leandro Colás (Argentina, 2015 – Pasiones), por M.O.
El Club Atlético Boca Juniors despierta pasiones incomparables, al punto de trascender lo meramente futbolístico. Sin embargo, poco y nada se sabe de cómo funciona la institución, sobre todo a la hora de empezar a formar a las estrellas de los próximos años. Una tarea ardua a cargo de captadores, personas que se encargan de buscar y seleccionar a los chicos que formarán parte de las inferiores.
El nuevo documental de Jorgé Leandro Colás se sumerge en el día a día de estos especialistas en identificar diamantes en bruto a la espera de ser pulidos. La cámara muestra a los cientos de aspirantes que se acercan al club, permite ver las pruebas de los candidatos, se sumerge en la intimidad de los captadores y podemos conocer la impronta, la experiencia de cada uno, y no pocas veces es testigo de alguna insólita confesión. También hay un seguimiento a los viajes de los captadores a los barrios humildes y a ciudades del interior. En todos los casos, hay pequeños que sueñan con triunfar en uno de los equipos más importantes del país y padres con anhelos de que sus hijos sean cracks como Messi. Por supuesto, los captadores también tienen en cuenta esas situaciones.
Un muy interesante recorrido por uno de los trabajos fundamentales dentro de Boca Juniors y en todo el fútbol profesional.
Hijos Nuestros, de Juan Fernandez Gebauer y Nicolas Suarez (Argentina, 2015 – Pasiones), por C.F.R.
La tristeza se revela inmediatamente en Hijos Nuestros ante ese primer plano, compuesto como doble encuadre delimitado por el parabrisas del auto, donde vemos a Hugo (gran tarea de Carlos Portaluppi) un taxista con rostro cansino, vencido y derrotado, en el devenir de su tarea monotemática y a repetición construida por agiles elipsis por Gebauer y Suarez. Un mundo gélido y vacío, solo parcialmente ocupado por una pasión desbordada por San Lorenzo de Almagro, eje central del corazón del personaje de la película.
Como en toda película que entienda el clasicismo, los personajes cambian, se modifican. Hugo comienza a cambiar cuando conoce a una madre con su hijo interpretados por Ana Katz y Valentín Greco. El acercamiento se produce más por el interés de ver al chico jugando al fútbol de manera amateur que una posibilidad sexual con la madre (de hecho una escena de Hugo, fetichismo sexual incluido, con una prostituta nos deja claro eso) y nos va revelando partes del pasado del taxista, ex jugador profesional de San Lorenzo caído en desgracia por una lesión y sumergido en la frustración de lo que pudo ser pero no fue.
Los directores acompañan a Hugo cámara al hombro, desde atrás, como los hermanos Dardenne en El Hijo, ante cada momento de la revolución interna que vive; insiste que el chico mejore futbolísticamente dándole consejos, lo lleva a probar a San Lorenzo. Julián es la válvula de escape para concretar lo que él no pudo ser y su deseo que el joven concrete su chance es ferviente. Su pasión por los partidos de San Lorenzo y por consolidar al chico como jugador imposibilitan cualquier acercamiento a la madre que lo termina rechazando aunque ante el fracaso y el golpe (literal) vemos que la revolución personal está hecha. Este divertido personaje que pudo convertir un bodrio de iglesia en una genial canción de cancha se modificó, se movilizo. Ese plano final con él trotando, cuesta arriba, ya sin la cara triste del primer plano hizo valer el viaje, y puso nuevamente a funcionar la maquinaria de sueños de la vida.