Primera tanda de críticas del sábado 16 de abril.
La Larga Noche de Francisco Sanctis, de Andrea Testa y Francisco Márquez (Argentina, 2016 – Competencia Internacional), por Martín Chiavarino
Un millón de amigos
En el comienzo de la última dictadura militar, un ex militante universitario, frustrado por la demora de su solicitada promoción tras varios años de esfuerzos en una empresa alimenticia, recibe una inesperada llamada de una ex compañera a la que no ve hace años. Tras convencerlo de encontrarse con la excusa de solicitarle su autorización para publicar un poema escrito en la juventud, le comenta subrepticiamente que posee información sobre una pareja a punto de ser secuestrada esa misma noche. La mujer le confía la información a Francisco y este comienza su odisea noctámbula por la Ciudad de Buenos Aires para encontrar una ciudad que prefiere mirar para otro lado.
La película de Andrea Testa y Francisco Márquez es la adaptación de la novela homónima del escritor revolucionario Humberto Costantini. La obra coloca al protagonista ante la disyuntiva de arriesgarse a hacer algo para salvar a la desconocida pareja y comprometerse o hacer oídos sordos y convertirse en cómplice de la dictadura por omisión.
Las actuaciones son muy buenas y la fotografía, la dirección y la dirección artística captan la esencia de la novela a la perfección, plasmando la angustia y la desesperación de Sanctis ante la situación apremiante que sacude su vida.
Los rubros técnicos como la mezcla de sonido o la reconstrucción de la época también se destacan componiendo una película meticulosa que no deja ningún detalle librado al azar. La Larga Noche de Francisco Sanctis recupera así una gran novela de un extraordinario escritor para transformar la realidad a través de la ficción y mantener viva la consigna Nunca más.
WIK, de Rodrigo Moreno del Valle (Perú, 2015 – Competencia Latinoamericana), por Ximena Brennan
Alocada juventud
WIK, de Rodrigo Moreno del Valle, cuyo nombre hace alusión a la palabra inglesa “week” que significa “semana”, se presenta por capítulos y es divertida. Un poco de drama, otro poco de sexo, hasta llegar a recordarnos al menos mínimamente a ¿Qué pasó Ayer? por su impronta osada.
Tres amigos limeños se aventuran a las fiestas, el alcohol y los excesos en una ciudad de apariencia estática. Mientras ellos se mueven todo el tiempo, no sólo físicamente sino también en el relato, se van sucediendo cosas alrededor que a veces los tienen como protagonistas y otras veces sólo como testigos. La cuestión es que en este viaje se descubrirán a ellos mismos y se revelarán nuevos sentimientos y emociones que alterarán la dinámica del grupo.
Parecería que esta puesta peruana tomó mucho de la Nueva Comedia Norteamericana, que se ha puesto muy de moda en el resto de Latinoamérica también. Venimos presenciando un gran cambio de paradigma en el cine de Chile y Perú. Los dramas están siendo más cómicos (la típica tragicomedia) que profundos. Este hecho vuelve a la película liviana, fácil de ver y leer; en resumen, mucho más atractiva y “vendible”.
Igualmente el film de Moreno del Valle tampoco es locura pura. Ocurren cosas que perfectamente le pueden pasar a cualquier mortal; desde perder una mochila en un auto luego de alcoholizarse en una fiesta hasta decirse cosas horribles en una discusión para después arrepentirse. Diferente y menos jugada que las comedias norteamericanas, WIK tiene estilo propio y se conserva fresca hasta el final.
El Teorema de Santiago, de Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel (2016 – Competencia Argentina)
Hugo Santiago siempre es recordado por haber dirigido Invasión, mítico film nacional de 1969 con guión de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. En 2014, Santiago dejó por un tiempo su vivienda en París y regresó a Buenos Aires, para encarar su primera película en estas tierras luego de décadas de exilio: El Cielo del Centauro, producido por El Pampero Cine, de Mariano Llinás.
Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel sumergen al público en lo que fue la producción de esta película, desde las charlas iniciales (vía mail) y la lenta escritura del guión, hasta la postproducción, pasando por un rodaje atípico para los cánones de El Pampero, paradigma del cine independiente argentino. Santiago es captado en acción, y queda claro que es un cineasta como pocos, entregado a su trabajo, capaz de escribir con precisión cómo serán los complicados travellings que filmará. En paralelo, muestra cómo Llinás y su equipo debieron amoldarse, con gusto, a la metodología de un artista tan preocupado por la rigurosidad de la puesta en escena, la ubicación de la cámara y la dirección de actores.
Lejos de quedarse en un simple backstage, El Teorema de Santiago indaga en un proceso creativo cinematográfico, que hasta puede ser comprendido por quienes todavía tengan pendiente descubrir la obra de Hugo Santiago.
The Bodyguard, de Yue Song (China, 2016 – Vanguardia y Género), por Guido Pellegrini
En el catálogo del festival, Javier Porta Fouz nos dice que esta película de artes marciales -protagonizada, dirigida, escrita, coreografiada, imaginada, soñada, perpetrada por el chino Yue Song- “se ríe de cada convención”. Pero existe una delgada línea entre la parodia y la reproducción irreflexiva. Y no siempre queda claro de qué lado se ubica The Bodyguard.
Tormentas eléctricas que resucitan al protagonista, interludios románticos que incluyen incongruentes paseos a caballo y en los que nunca se explica de dónde salió el caballo, más flashbacks que en una temporada de Padre de Familia, más música ochentosa que la que se sintetizó en los ochenta, más tomas aéreas y nocturnas de rascacielos que en todo el cine de súper acción, un inexplicable grado de devoción por el James Bond de Pierce Brosnan. ¿Humor deliberado? ¿Torpeza involuntaria?
Esta ambigüedad logra que el film sea mucho más entretenido y más impredecible que cualquier ejercicio de ironía postmoderna al estilo de Kung Fury, que está más preocupado en parecer que en ser, más interesado en citar que en apropiar. The Bodyguard tiene momentos explícitamente cómicos, es cierto, pero muchos otros -la mayoría- que deambulan en una extraña frontera en la que no podemos discernir hasta dónde llega la autoconsciencia del autor y dónde empieza su genuina, ingenua, inocente voluntad de rodar una película divertida.
No hay dudas, sin embargo, sobre la espectacularidad de las peleas, que son extensas, intensas y complejas. Nos hacen sentir el impacto de cada piña y cada patada. Componen poemas visuales, en cámara lenta, sobre las parábolas de sangre y saliva que los personajes dibujan en el aire. Vuelven a los inicios del cine y realizan estudios minuciosos, ya no del trote de un caballo o del salto de un atleta, sino de la agónica transformación de un rostro aplastado por una bota de hierro. Entre estos hallazgos cinematográficos hay algo que se parece a una trama, con dos hermanos, una historia de amor, un padre ausente, un maestro muerto, varios grupos mafiosos y un contexto de expansión económica y urbana, ya explorado por directores menos comerciales como Jia Zhangke y Wang Bing, acá transformado en escenario moderno para la actualización de un género tradicional.