A Sala Llena

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Bloody Daughter

Bloody Daughter

Bloody
Daughter
(Francia, Suiza, 2012)

Dirección: Stéphanie
Argerich. Duración: 95 minutos.

Todo
sobre mi madre

Stéphanie, la menor de tres
hijas que tuvo su madre con tres diferentes maridos, comienza a filmar esta
película desde niña. Exactamente desde que su madre, -la diosa nacida en el
Olimpo pianístico, Martha Argerich- le trajo de una de sus giras por Japón, una
cámara. Con ésta, Stéphanie empezó a filmar momentos de su vida familiar,
conversaciones con su madre, sus hermanas, y también por supuesto, a su madre
en concierto a lo que se agregan imágenes de archivo de los mismos. Acá no
tenemos una puesta en escena cuidada, una atención a la fotografía, nada de
eso. La película es tan casera como el olorcito un pan de campo recién horneado
y tibiecito. Esto implica mucho amor, una dedicación determinada y un
tratamiento especial, que se ve en el montaje, en el armado de horas y horas, y
meses y años de filmación a lo largo de toda una vida, sin saber realmente por
qué o para qué.

En cierto momento, la madre le pregunta a la hija para qué la
filma, y ella le responde que no lo sabe. O quizás, en el fondo, sí. La figura
de su madre, es una figura tanto admirada y tremendamente querida, como
problemática, para todas las hijas. Sobre todo, para una de ellas. Es la
historia de ésta hija en particular, Lyda, la primera, la que más conmueve y
sorprende que sea contada. Pero así como Stéphanie mantiene esta especie de
magnetismo con su madre, a nosotros nos pasa lo mismo: es tal la pasión de esta
mujer, esta diosa de la música –sus gestos cuando toca nos ponen la piel de
gallina y se nos emocionan hasta las uñas de los pies- que resulta imposible no
identificarnos con esa forma de vivir la vida, apasionadamente. Nos atrapa, nos
hipnotiza, pero como dije antes, no lo hace a través de la fotografía, ni de la
puesta en escena, o puestas de cámara elaboradas, -incluso hay zooms violentos
y correcciones de foco en plano- sino que lo que nos cautiva es la honestidad
con la que está filmada, la espontaneidad de la vida, la captura de esos
momentos únicos, tan íntimos e irrepetibles. Y es en los momentos más honestos
en los que encontramos al cine expresándose.

“Me encanta mirarte”, le
confiesa su madre antes de que la pantalla se funda a negro. Esa fascinación es
la que quiere trasmitirnos Stéphanie, dejando al descubierto a la diosa y la
mujer de carne y hueso, la persona y la artista, con todo su genio y su pasión,
per también, sus inseguridades.

[email protected]

Al
momento de retratar a la famosa pianista argentina Marta Argerich, no habría
nadie mejor para hacerlo que una de sus propias hijas: Stéphanie. Con este
interesante documental – y primer película –, la joven hace un recorrido tan
profundo, cómo entretenido y encantador sobre su vida entorno a la figura de su
madre, su padre Stephen Kovacevitch y sus hermanastras.

Lo
destacado de Bloody Daughter resulta
en que está compuesta de una llevadera narración a través de los más
sentimentales y nobles recuerdos y cuestiones que le van sucediendo a la
directora a lo largo de su intensa vida, causa de una madre famosa, un padre al
que conoce de forma tardía, como de su relación con las demás hijas de la
mítica pianista.

Con
tópicos que sólo pueden ser contados a través de la cámara de Stéphanie, con Bloody Daughter se pueden observar lo
más cotidiano e atractivo de la figura de la célebre artista, de su vida
nómada, cómo de sus más íntimos sentimientos. El film muestra la otra cara de
Marta Argerich, la que pocos conocen, la de la intimidad que se vuelve cine
para desarrollar una obra atrapante y reveladora.

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