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CRÍTICAS - CINE

Boca de Pozo

(Argentina, 2014)

Dirección: Simón Franco. Guión: Luis Zorraquin, Salvador Roselli y Simón Franco. Elenco: Pablo Cedrón, Paula Kohan, Ana Livingston, Nicolás Saavedra. Producción: Miguel Rocca y Daniel Pensa. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 80 minutos.

Blues del petróleo.

Que el cine nacional de pretensiones altisonantes se convirtió en un mero mecanismo retórico, tan vacío como repetitivo, es un hecho innegable que podemos constatar en cada nueva propuesta con destino festivalero que llega de forma compulsiva a la cartelera local. Ajenos en gran medida al gusto popular y centrados en una imagen alternativa con respecto a Hollywood (“alternativa” quiere decir europea y vetusta, reduccionismo mediante), los ejemplos autóctonos ya no tienen los problemas técnicos de antaño pero siguen apresados a cierto tono severo del desaparecido “nuevo cine argentino”, aunque hoy peligrosamente cerca de aquellos mamarrachos del período previo, los opus que motivaron la “rebelión”.

Así las cosas, elementos que se creían superados como la sobreactuación, un naturalismo deficiente, la prolongación innecesaria de las escenas, la desidia en el desarrollo de personajes y los baches esporádicos en el guión, retornan de a poco a una “industria criolla” que continúa subsidiada/ mantenida artificialmente por el estado debido a la ausencia de un público específico, gracias a que las autoridades de turno se manejan desde el amiguismo, a partir de una perspectiva egoísta y con criterios del onanismo intelectual. Boca de Pozo (2014) es otro eco trasnochado de la década del 90 pero sin la fuerza ni el aire renovador de aquellos años, apenas un recuerdo muy lejano de la potencialidad de un cambio definitivo.

El  film en cuestión hace una relectura de la obra de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, condimentada con algunos destellos de Ken Loach y Wim Wenders, con vistas a retratar la existencia de Lucho (Pablo Cedrón), un petrolero del sur que a pesar de disfrutar de un buen pasar económico, vive sumido en una depresión promovida por su adicción a la cocaína, sus deudas por apuestas varias y el “sueño” de escaparse con una prostituta, abandonando en el camino a su pequeño hijo y a su esposa embarazada. Si bien la película edifica un verosímil más que sugestivo, en función de locaciones reales que suman mucho a la escenificación, es incapaz de despertar un verdadero interés en el patético protagonista.

Como suele ocurrir, el principal responsable de este devenir monótono y plagado de estereotipos artys es el director Simón Franco, quien pudiendo complejizar la historia mediante personajes secundarios o giros narrativos concretos, se decide en cambio por un soliloquio -sinceramente soporífero por momentos- en el que Cedrón hace lo que puede. Un minimalismo hueco y cierta torpeza en la progresión dramática sólo provocan aburrimiento en esta colección de penas inertes que desaprovechan la oportunidad de analizar una profesión poco “trabajada” por el cine. Llegando la instancia del desenlace, Franco ni siquiera le saca el jugo a ese estrecho margen de tensión acumulada a lo largo del metraje…

calificacion_2

Por Emiliano Fernández

 

Boca de Pozo, de Simón Franco, sigue las peripecias de Lucho, un trabajador petrolero interpretado por Pablo Cedrón. Al contrario de lo que uno podría esperar a partir de la sinopsis, la mayor parte del metraje está dedicado al tiempo libre del protagonista, no a sus horarios laborales. Su rutina es resumida en breves tomas: vistas panorámicas de la torre petrolera, que domina el paisaje rural, y planos detalle de la columna o sarta de perforación, que se alarga progresivamente con nuevos tramos de caño. La función de estas imágenes es descriptiva. Es decir, muestran la duración y monotonía del trabajo, sin emularla o reproducirla en la pantalla. A modo de comparación, films como La Libertad, de Lisandro Alonso, y La Isla Desnuda, de Kaneto Shind?, registran minuciosamente cada movimiento de sus leñadores o pescadores. Franco, en cambio, cuenta otra historia: no la de un cuerpo que trabaja, sino la de un cuerpo que no sabe cómo descansar luego de trabajar.

Terminadas las escenas introductorias en el yacimiento, la trama se muda a una ciudad cercana, donde viven los “boca de pozo”, apodo que reciben quienes se ocupan de perforar el suelo. Descubrimos otra faceta de Lucho, la de mujeriego y drogadicto. Lo seguimos mientras recorre, en su auto, distintos puntos de interés: la villa miseria donde compra cocaína, el club nocturno donde se emborracha, el casino donde despilfarra su dinero en máquinas tragamonedas y la suntuosa casa de una prostituta. También almuerza con su madre, con la que apenas habla, y escucha los reproches de su esposa, quien le recrimina que malgaste su sueldo.

El proyecto de la película y su estética resultan algo predecibles. Franco, generalmente, se limita a filmar primeros planos o planos medios, a menudo con una profundidad de campo corta para aislar a sus personajes del mundo. Lucrecia Martel, en La Mujer sin Cabeza, ensayó algo parecido, pero de manera extrema y experimental. Boca de Pozo es más amable y visualmente repetitiva. Pocos son los momentos que desorientan o sorprenden (salvo excepciones, como cuando el rostro de Lucho, sobre el escenario de un boliche, flota ante un fondo abstracto de luces de colores). Se nota cierta ausencia de imaginación cinematográfica. No falta profesionalidad, pero tampoco sobra ambición.

De todos modos, esta pobreza de estilo es quizás deliberada. El film es un pequeño fragmento de vida y sus últimos minutos sugieren una historia cíclica, un camino sin rumbo para Lucho. El protagonista, como insinúa el título, es definido por su oficio, pero no lo vemos tanto en acción como en reposo. Los efectos de su trabajo, de sus días largos, del ruido insoportable de la maquinaria, no los descubrimos in situ. Lo hacemos después, cuando Lucho intenta organizar su descanso, construir sus relaciones afectivas, comunicarse con su madre o su esposa y usar su dinero. Incluso, cuando habla con los demás, Lucho tiende a exagerar sus muecas de fastidio y cansancio, como si fueran gestos automáticos. Es el retrato de un hombre que perdió la capacidad de gobernar hasta su propia expresividad. Es en esto que notamos la huella, la cicatriz, de ser un “boca de pozo”.

calificacion_3

Por Guido Pellegrini

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