La dialéctica del espejo.
Y Denis Villeneuve lo hizo de nuevo, esta vez adentrándose en un ámbito francamente inimaginable a priori. El realizador continúa ampliando su abanico estilístico y hoy por hoy nos entrega un thriller onírico centrado en el tópico del doppelgänger y el desdoblamiento ontológico, en un cambio de rumbo con respecto a su debut hollywoodense, la extraordinaria La Sospecha (Prisoners, 2013). Si bien reincide con Jake Gyllenhaal como protagonista, aquí regresa a Canadá con vistas a conservar el control de una propuesta más radical, que decididamente hubiese tenido una infinidad de problemas para materializarse en el caso de contar con financiamiento norteamericano (más allá de la producción, recordemos los tristes dilemas de distribución que padecen tantas obras en la actualidad).
El film es una adaptación de una novela de José Saramago y en gran medida comparte con Ceguera (Blindness, 2008), otra ambiciosa traslación de un libro del portugués, su carácter de “ensayo” sobre la angustia contemporánea, no obstante el análisis de antaño de la dinámica social en esta ocasión es reemplazado por la perspectiva individual y una psiquis fragmentada. Adam Bell (Gyllenhaal), un profesor universitario de historia en plena crisis con su novia Mary (Mélanie Laurent), descubre a su homólogo exacto mientras ve una película. Así comienza una investigación apasionante que lo llevará a Anthony St. Claire (nuevamente Gyllenhaal), quien trabaja como extra bajo el seudónimo de Daniel y está casado con Helen (Sarah Gadon), una “contraposición” taciturna y embarazada de Mary.
Respetando la dialéctica hegeliana de la tesis, la antítesis y la síntesis, Villeneuve ofrece en primera instancia un retrato fascinante de dos extremos con destino de colisión y luego una sistematización de los rasgos concretos de la mixtura resultante. El director relativiza la idiosincrasia singular y utiliza una típica estructura hitchcockiana, salpicada con destellos surrealistas símil David Lynch y referencias conceptuales a Ingmar Bergman, para construir una serie de planteos inductivos acerca de los dualismos cotidianos, los mecanismos psicológicos de fuga y esa neurosis moderada que todos arrastramos a nivel esencial. Los vaivenes del inconsciente y cierta organización alegórica constituyen el eje de un balance maravillosamente errático entre la estabilidad/ conformismo y la mutación/ apertura parcial.
Mención aparte merecen la fotografía de tono ocre de Nicolas Bolduc y la exquisita música incidental de Danny Bensi y Saunder Jurriaans, apuntalada principalmente en cuerdas, una percusión rimbombante, motivos varios a la Bernard Herrmann y ecos posmodernos de la gloriosa experimentación de Wendy Carlos. El Hombre Duplicado (Enemy, 2013) recupera además las reflexiones sobre el matrimonio y la infidelidad de Ojos Bien Cerrados (Eyes Wide Shut, 1999) de Stanley Kubrick, pero volcando el devenir hacia la mitología kafkiana y un temor exasperante a los espejos antropomorfizados en la línea de William Wilson de Edgar Allan Poe. El choque de los ideales con el “deber ser” y la incapacidad para conciliar mundos paralelos ponen de relieve la pulsión de muerte y sus recovecos más crípticos y sensuales…
Por Emiliano Fernández