En 2016 Víctor Erice escribió un artículo para El País, “Una vida robada” en el que denunciaba “la descarnada utilización de las vidas ajenas” por parte de la escritora Elvira Navarro en su libro Los últimos días de Adelaida García Morales, reconstrucción entre la ficción y el “falso documental” de los días finales de quien fuera esposa del cineasta y autora de la novela en la que se basó El sur. Escribía Erice en aquel demoledor texto, alta crítica literaria, “la ficción que el libro contiene hace aguas por todas partes mostrándose incapaz de alcanzar el auténtico valor de la literatura, su cualidad desveladora, su capacidad de despertar las ideas y las emociones del lector.” Aquella réplica a Navarro me vino de inmediato a la cabeza a raíz de la investigación que vehicula la trama de Cerrar los ojos (Cannes Première), la nueva película de Erice, 31 años después de su anterior largometraje, El sol del membrillo, 40 después de su última ficción, El sur, precisamente. En su esta película tenemos también un personaje público desaparecido desde veinte años atrás, el actor Julio Arenas (José Coronado), objeto de interés por parte de un reality televisivo que busca a personajes desaparecidos y que para ello entrevista al que fuera mejor amigo del actor y director del largometraje que la desaparición de este dejó inconcluso, Miguel Garay (Manolo Solo), apartado desde entonces del mundo del cine o, más bien, de su industria. Creo que Cerrar los ojos puede verse como una impugnación de la novela de Navarro, la demostración de que desde la ficción se pueden “despertar las ideas y las emociones” del espectador.
Hay tanto del Erice de los últimos 30 o 40 años, midamos como midamos su alejamiento de la industria, que la gran virtud de Cerrar los ojos es la de afirmarse como una suerte de autobiografía de su autor, una biografía construida a partir de las ruinas y los naufragios de múltiples proyectos, principalmente el de la segunda parte de El sur, recordemos, una película inconclusa, y el de La promesa de Shanghai, adaptación de la novela de Juan Marsé (El embrujo de Shanghai), que Erice pone a dialogar con su gran obra maestra, El espíritu de la colmena. Así, su nueva película se abre con una película dentro de una película, una escena completa del proyecto inconcluso de Garay, “La mirada del adiós”, en la que el personaje que interpretaba Arenas, un republicano español asentado en el París de 1947, recibía el encargo por parte de un extraño personaje (Josep María Pou) con ayudante chino de buscar en Shanghai a su hija para reencontrarse con ella antes de morir. Cuando acaba la secuencia, que se desarrolla en la ficticia localidad de Triste-le-Roi, entra una voz en off (el propio Víctor Erice) para contarle al espectador que ese fue el último plano rodado por Arenas antes de su desaparición, quizás un suicidio, quizás una desaparición voluntaria.
Ahí es donde entra el programa de televisión y un Garay que vuelve a Madrid para grabarlo, también para reencontrarse con distintos amigos del pasado, empezando por Max (Mario Pardo), claramente inspirado en el distribuidor Jos Oliver, un personaje que se revelará fundamental en la trama, al fin y al cabo él es quien guarda los rollos de las dos secuencias que han sobrevivido de “La mirada del adiós” y quien imbuye de cinefilia los diálogos: las citas de Nicholas Ray (Erice y Oliver escribieron un libro sobre el autor de They Live by Night) o Dreyer, las reflexiones sobre la desaparición del celuloide o el cierre de los viejos cines (ya decía que esta era una película habitada por las ruinas); incluso cuando no está él presente, la cinefilia o una nostalgia por lo que fue la cinefilia de antaño desborda por todos los poros de la película: esa interpretación de la canción de Río Bravo que fue saludada por una estruendosa ovación durante el pase de la película.
Erice ha querido sacarse muchas espinas con Cerrar los ojos, empezando por esas dos secuencias, al principio y al final de la película, que remiten al universo del cine de aventuras que invocaba La promesa de Shanghai, pero es sobre todo el proyecto de El sur el que acaba constituyendo la base sobre la que se desarrolla su nueva película. Empezando por su misma estructura, una primera mitad en el norte, aunque ese norte sea ahora Madrid, pero un Madrid fundamentalmente nocturno, y una segunda parte en un luminoso sur, en la costa almeriense y granadina. O, lo que es más importante, un norte en el que se enuncia el misterio (la desaparición de Arenas) y un sur en el que se habrá de resolver el enigma, conformando un proceso de conocimiento que ha de derivar en un estallido emocional. Eso era El sur en su versión completa, con sus dos partes, y quienes hayan leído el guión lo saben (pero también la novela de García Morales), una película que no quería limitarse a plantear un misterio que dejase a los espectadores in albis, todo lo contrario, un relato que nos llevaría a conocer a nuevos personajes, el hijo secreto de Agustín, el tío que encarnaría Fernando Fernán Gomez, y que en sus planos finales invocaría a Stevenson y los Mares del Sur.
Todo esto está de algún modo reelaborado en Cerrar los ojos, una película que se reivindica como narrativa como lo tendrían que haber sido El sur y La promesa de Shanghai. Tanto El espíritu de la colmena como El sol del membrillo, puede que también sus últimos trabajos dentro del campo expositivo, han dado una impresión equivocada del cine que le habría gustado hacer a Erice, profundamente imbricado en el relato clásico y la búsqueda de la emoción. Por eso esta película se sirve de todos esos materiales para conformar un único todo que, ya decía que había mucho de autobiografía en este proyecto, dialoga con el resto de películas de su obra. Las referencias a El sol del membrillo pueden ser más anecdóticas (esa lata de “Dulce de membrillo”), pero las que aluden a El espíritu de la colmena son absolutamente esenciales, gracias al personaje de la hija de Arenas, Ana, ni más ni menos que la mismísima Ana Torrent, aquí una guía en el Museo del Prado (alusión probable a otro proyecto fallido de Erice en torno a “Las Meninas”). Algunos de los mejores momentos de Cerrar los ojos deben mucho a esta nueva Ana, desde sus recuerdos fragmentarios de su padre, filmados por Erice en un primerísimo primer plano, a ese final en el que, evocando su encuentro con el fugitivo (cuyo actor, Juan Margallo, reaparece aquí en el papel de un neurólogo) en la película de 1973, se reencuentra con su padre afirmando una identidad que trasciende los límites de Cerrar los ojos y que es ya Historia del Cine: “Soy Ana”. La misma secuencia final acaba por remitir a El espíritu de la colmena. Si entonces Erice arrancaba su obra como cineasta con aquella imagen en la que Ana descubría el cine y la vida, ahora cierra todo un periodo de su carrera (confío en que sea solo eso) con otro personaje, Arenas, descubriéndose a sí mismo en la pantalla, quizás reconociéndose y volviendo a la vida. No hay mejor metáfora de lo que representa Cerrar los ojos para Víctor Erice.
La casualidad o el destino hizo que Cerrar los ojos se proyectase el mismo día que Les feuilles mortes, (Competición) de Aki Kaurismäki, otra película sustentada en la cinefilia y en las múltiples referencias a otros títulos, también en las mejores virtudes del cine del autor finlandés, un cineasta fundamental al que se le echaba mucho de menos. Sobre todo porque estamos ante la que es muy probablemente su mejor película desde Nubes pasajeras (1996), en la que deja de lado esa crítica social que estaba explícita en sus últimas películas. En el mejor Kaurismäki la lectura socio-política siempre ha estado implícita y en Les fueilles mortes se manifiesta a partir de las noticias de Ucrania que monopolizan todas las noticias que los personajes escuchan en la radio y que acaban influyendo en sus condiciones laborales o en el alza de la inflación (la protagonista desenchufando electrodoméstico cuando recibe la factura de la luz). Sus personajes, como siempre, son solitarios alcohólicos, demandantes de empleo, aficionados al karaoke… Pero la de esta película es sobre todo una historia de amor construida a partir de múltiples referencias cinematográficas, de Renoir a Chaplin, pasando por Jarmusch, Bresson, McCarey o Godard. El mismo final, con los personajes alejándose al atardecer es un claro homenaje a Chaplin, solo que ahora nuestro protagonista en lugar de un bastón lleva muletas.
Erice en Cannes Première, Kaurismäki en Competición. O lo es verdaderamente sorprendente, en Competición también estaba Firebrand, película en torno a la ultima esposa de Enrique VIII, Catalina, dirigida por Karim Aïnouz. Y digo dirigida porque aunque Cannes es un festival de autor, que basa su selección en los autores, Firebrand es a todas luces un encargo en el que no hay nada del Aïnouz que conocemos. Eso sí, una película o una especie de telefilm muy lujoso y con dos estrellas internacionales, Alicia Vikander y jude Law, en la que el cine brilla por su ausencia. La comparación con Cerrar los ojos es demasiado dolorosa, como si la radical apuesta de Erice por un cine de raíz clásica y ritmo pausado, con marcados fundidos en negro, no encajase en los modelos de moda, basados en una factura visual más aparente y lujosa (Kaurismäki es otra cosa: buena parte del cine independiente de las dos últimas décadas ha bebido en su modelo). Esto no dice tanto de Cerrar los ojos como de un modelo de festival que, citando a Godard, privilegia las películas sobre el cine.