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#CANNES76 | Cannibalismos 10: Etruria

#CANNES76 | Cannibalismos 10: Etruria

Las dos últimas películas presentadas en la Competición de Cannes 2023 representan algo así como las antípodas del propio festival. A Ken Loach le conocemos sobradamente, es una de esas apuestas garantizadas del festival con sus propuestas populistas aunque cada vez más desganadas tanto a nivel formal como argumental, sobre todo cuando cuentan con la firma de Paul Laverty en el guion, algo que se repite en la última etapa de la carrera del realizador británico, ganador de dos Palmas de Oro en el transcurso de los últimos veinte años. The Old Oak es una muestra más de todos los males que acechan el cine de Loach, tan bienintencionado en su discurso socio-político como ingenuo a la hora de proponer soluciones. Dramáticamente es insostenible, con elementos argumentales que harían sonrojar a cualquier estudiante de guion (el papel de los pitbulls, la introducción del suicidio como recurso potencial, también esa muerte que habrá de activar la catarsis final), pero su discurso sobre el racismo de la clase obrera británica (posición valiente, hay que reconocerlo) hace aguas cuando lo apuesta todo a resolución tan improbable y mágica que convierte el racismo en un problema menor, que prácticamente se soluciona con un poco de voluntad y comprensión. Es lo que tienen los cuentos de hadas.

Como decía, La chimera, de Alice Rohrwacher, es una propuesta de otra índole, radicalmente opuesta. Si Loach se sitúa en una posición muy cómoda, sin asumir ningún riesgo, apelando a esos espectadores que valoran sus intenciones sobre sus resultados, Rohrwacher nos ofreció la película más inclasificable de toda la Competición. Ambientada en un momento indeterminado que tanto podría ser a finales de los setenta como a principios de los 80 en la región italiana que se correspondería con la antigua Etruria, La chimera nos presenta a una serie de personajes insólitos, una banda de ladrones de tesoros, los Tombaroli, que buscan tesoros escondidos etruscos en el subsuelo de la región. Cuevas, tumbas y palacios abandonados ocupados por estos ladrones y sus familias, a los que se une Arthur, un misterioso zahorí con capacidad para localizar esos espacios subterráneos. Todos ellos conforman un submundo, habitantes de un bucle temporal, una cinta de Moebius, en la que el pasado etrusco aflora como una suerte de legado tanto material (las vasijas, las joyas) como idiosincrático (el feminismo de su sociedad). La chimera nos habla entonces de una utopia protagonizada por unos personajes que deben mucho a la tradición de cine italiano, los pícaros de Fellini o Monicelli, pero también a una visión del cine que considera el riesgo como un valor innegociable. Y, de nuevo, una película que exhibe su utilización del cine como soporte de rodaje, dejando en clara evidencia los distintos ratios de pantalla o las marcas del propio celuloide.

Hay pocas dudas de que la Competición de este año mantuvo un nivel muy alto, seguramente sin esa gran película de otras ediciones (Pacifiction, Memoria y Drive my Car, Parásitos y Érase una vez en Hollywood, por remontarnos a las tres ediciones anteriores) pero con una media docena de títulos realmente insoslayables: Kaurismäki, Triet, Haynes, Wang, Glazer, Moretti, además de Rohrwacher y quizás también Bellocchio, con el que tengo más dudas, con lo que esa media docena ya se queda corta. Quizás ese gran título se encontraba en otras secciones, pero esa es una cuestión que daría pie a otro debate. En cualquier caso, me gustaría terminar esta serie de crónicas muy apresuradas, algo inevitable dadas las urgencias del festival (54 películas en mi caso, ocho de ellas por encima de las dos horas y media de metraje), con una película de la Quincena de los/as Cineastas recuperada el último día, Déserts, del marroquí Faouzi Bensaïdi. Su película nos presenta a dos empleados de un banco que recorren el sur de Marruecos intentando cobrar impagos de préstamos. Se encuentran en la zona más pobre del país y los cobros son poco menos que imposibles, pero Mehdi y Hamid intentar salir del paso con algo de inventiva y mucha picaresca. Toda la primera parte de la película apela a la comedia absurda, muy en el estilo de un Kaurismäki, con unos gags basados en la elipsis que nunca duran un segundo más de lo que deben. La segunda parte se desarrolla en el desierto, donde van a perderse nuestros dos protagonistas para encontrarse con otros personajes e historias, mucho más abstractas y metafóricas, también más sostenidas sobre el propio paisaje. Una por una, cada una de estas dos partes tiene una duración excesiva por si sola, lo que deriva en otra película de más de dos horas. Quizás esto era lo que le estábamos pidiendo a la Quincena, que apostase por películas imperfectas pero que asumiesen riesgos y que no respondiesen a las fórmulas imperantes en el cine contemporáneo.

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