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#CANNES77 | Cannibalismos 08: Tropical Malady

#CANNES77 | Cannibalismos 08: Tropical Malady

Desde 2019 Karim Aïnouz ha presentado todas y cada una de sus películas en Cannes. Ese año, A vida invisível de Eudíride Gusmão ganó el premio de Un Certain Regard, con todo merecimiento; sin duda, es una gran película. Después vino su documental autobiográfico, Marinheiro das montanhas, estrenado en las Sesiones Especiales en 2021. El año pasado daba el salto a la Competición con Firebrand, una película que difícilmente se podría calificar “de” Aïnouz: a todas luces se trataba del más impersonal de los encargos. Debe de ser esa la razón por la que en esta edición ha vuelto a repetir en la Competición, ahora con Motel Destino, ahora sí una película “de” Aïnouz, pero igual de insatisfactoria que la anterior y, por eso mismo, mucho más decepcionante, imposible de comparar con A vida invisível… Hasta cierto punto, hasta parece un encargo del propio festival: una película que el mercado internacional pueda identificar como muy  “brasileña”, con sus dosis de thriller, melodrama, samba y sexo, mucho sexo, aunque sea el sexo peor filmado de todos los tiempos (para qué nos vamos a andar con milongas, hay que decir las cosas claras). Aïnouz no disimula en ningún momento la inspiración en El cartero siempre llama dos veces, al fin y al cabo esta es una película que no busca la originalidad y que precisa del reconocimiento por parte del espectador en una serie de tópicos del género. Justo la película que nunca debería de llegar a la Competencia de Cannes…

Pero esa es exactamente la tendencia, la de películas que se sirven del género para proponer visiones impersonales, aunque llenas de ruido, de cualquier tema fácilmente identificable por parte del espectador. Lo llevo repitiendo desde 2019, el año de Parasites: el Festival de Cannes está obsesionado con la relevancia comercial y de premios de sus palmas de oro, como si la Palma no fuese un fin en sí mismo, sino un trampolín para conquistas mayores. En la selección parecen primar ahora cuestiones que años atrás hubieran despachado muchas de estas películas en las secciones fuera de concurso o de medianoche. El enésimo ejemplo en esta edición: L’amour ouf, de Gilles Lellouche, una mezcla entre el thriller y el romance adolescente que tiene cierta fuerza en su realización, pero que no es capaz de crear una sola imagen original, caso de ese momento en el que Jackie camina triste por el instituto tras saber que su novio ha sido condenado, mientras sus compañeros celebran el fin del curso. Son el tipo de imágenes que hemos visto en algún anuncio, procedentes de algún repertorio de imágenes que se enseña en los niveles básicos de las escuelas de cine, como ese otro plano en el que Jackie inicia su relación con el que será su marido y que entrevemos a través del limpiaparabrisas de un coche. Y no es lo peor de una película destinada al público adolescente y que, a lo largo de casi tres horas, se convierte en una oda a los amores tóxicos, a ese romanticismo que se impone ante cualquier forma de violencia. Pues esta película está en la Competencia de Cannes 2024.

De lo que he visto hasta el momento de la Competición, tan solo las películas de Jia Zhang-ke y Miguel Gomes proponen otro tipo de lenguaje, más pausado, menos atento a los efectos de realización o guión y, por encima de todo, menos preocupado por el mercado y sus demandas. Es el tipo de cine en el que se enmarca otro título presente en Un Certain Regard, Viet and Nam, de Truong Minh Quý, la historia de dos jóvenes mineros gays, Viet y Nam, que se ve interconectada con el pasado del país. Ambientada en 2001, con el trasfondo del 11S, en su primera mitad narra esta historia de amor a partir de dos ejes: el deseo de Nam de huir a Europa y la aceptación por parte de su familia de su relación con Viet, puro desasosiego tropical. Esta es una de esas película que recupera una práctica muy común en el cine asiático de hace casi dos décadas, la de insertar el título bien avanzado el metraje. Y en el caso de la película de Truong, la aparición de este divide claramente la película en dos partes. En la primera ya había quedado de manifiesto la búsqueda del cadáver del padre de Nam, enterrado en un bosque sin una localización concreta (¿una víctima de la guerra de Vietnam?). Truong nos está hablando de algo que oculta el subsuelo, que puede ser el mineral que extraen o los cadáveres que aún hay que desenterrar. De esto último se ocupa la segunda parte, con un tono más onírico o grotesco, con esa especie de chamán que localiza la tumba del padre de Nam, por más que podamos tener fundadas sospechas de sus certezas. Pero esta es la parte en la que las creencias se imponen a los hechos, por más que todo conduzca a esa ansiada huida. El año pasado una película vietnamita, Inside the Yellow Cocoon Shell, de Thien An Pham, se alzó con la Cámara de Oro a la mejor ópera prima. Este año en Berlín, Cu Li Never Cries, de Pham Ngoc Lan, ganó también el premio a la mejor primera película. Viet and Nam es la tercera película de Truong, que no oculta la influencia del cine de Apichatpong Weerasethakul, el modelo en el que se refleja buena parte del cine asiático que llega a los festivales occidentales; también es la confirmación del gran momento que vive el cine vietnamita.

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