Resulta que uno anda medio embrutecido sin cines, con mucha película descargada, mucho original de Netflix o Amazon, mucha serie, y justo tiene la suerte de ver The Marksman, que en realidad es la desgracia de tener que verla en casa. Entonces uno ve The Marksman en el televisor del living pero igual algo pasa, algo nos desconcierta: el gran angular, los espacios abiertos, las figuras que se recortan contra el desierto, la fuerza luminosa de la fotografía, y es como si, por un segundo, recordáramos qué cosa era ir al cine, sentarse en una butaca y ver una película. Se trata de una confusión, por supuesto, seguimos apoltronados en el mismo living de todos los días, pero la sinestesia hace lo suyo y de a ratos incluso hasta se pueden oler pochoclos. La película contribuye a nuestra perplejidad con una finta estilística: The Marksman está filmada como un western, habla una lengua de otro tiempo pero sin exagerar los acentos ni los modismos, no sea cosa que el rescate pase por amaneramiento y eso dificulte la comunicación (acá, como en el cine clásico, lo primero es hacerse entender). Robert Lorenz, productor de Eastwood, filma como lo haría Eastwood, tal vez con un exceso de cuidado y preciosismo, algo que Eastwood, más curtido, más confiado, debe haber visto como el esfuerzo desmedido de un alumno aventajado pero inseguro. Todo esto es parte de la gambeta sensorial que nos clava The Marksman, entonces: no solo nos parece estar en una sala, sino que creemos ver cine, buen cine, buen cine del pasado, chapado a la antigua, a la vieja usanza, etc. Un cine que rara vez veíamos cuando todavía íbamos a las salas en marzo del 2020, salvo cuando se estrenaba el Eastwood nuestro de cada año. Ironía probable: si las salas hubieran estado abiertas los últimos meses, no hubiéramos podido ver The Marksman y, en cambio, nos hubiéramos tenido que conformar con la selección del Oscar, con Nomadland.
El caso es que Lorenz quiere hacer todo eso, un western, cine clásico, una película eastwoodiana, pero no le interesa ni un poco el guiño o el reconocimiento de los especialistas. Como si eso se lo dejara a los demagogos de la cinefilia. Acá no hay riscos a lo Monument Valley, comunidades hawksianas, nubes fordianas o paisajes tortuosamente anthonymannianos. Lorenz, que no parece un tipo muy sofisticado, tiene una idea fija, contar la historia de Jim Hanson, un marine retirado que sigue patrullando una zona de la frontera con México y que por tratar de hacer las cosas bien produce un daño irreparable. De ahí en más la película se vuelve el cuento de un hombre vencido que busca alguna especie de redención. Henson tiene que ayudar al joven Miguel a huir de un cártel mexicano y llevarlo sano y salvo hasta la casa de un familiar que vive en Chicago. La tranquilidad del viaje se prolonga más de lo que uno esperaría y la cacería en la ruta se transforma en otra cosa, una buddy movie accidentada, un viaje de jinetes cansados que ven pasar el paisaje mientras aprenden del silencio del otro. Un poco como en La mula, que tiene un par de escenas de viaje y nada más, en las que no pasa nada, en términos de guion al menos, porque está Eastwood manejando y escuchando música, que ya es un montón, mucho más de lo que puede verse u oírse en Nomadland.
El guion se anima a alguna que otra delicadeza pasajera. Por ejemplo, el villano que persigue a los protagonistas, un asesino feroz, se detiene cada tanto en la travesía y mira todo lo que nunca tendrá: una familia, una casa en un barrio limpio, una chica hermosa arriba de un auto convertible. Manny Farber diría que se trata de escenas con gimps en las que la película juega a la profundidad con esos detalles un poco solemnes. Quizás tenga razón, pero el bueno de Manny no vio todo el cine que vino después de escribir ese texto, y ciertamente no vio Nomadland, donde el cine se extinguió y en su lugar solo quedó un gimp gigante.
Al final, Lorenz tiene buen pulso para filmar cualquier cosa, el viaje, la persecución, los tiroteos, los diálogos, incluso el cuerpo desgreñado de Henson que Liam Neeson endereza con esfuerzo en los planos. No hay una imagen de más, la crueldad de los perseguidores queda casi siempre fuera de plano; como cualquier buen director, Lorenz siente un rechazo palmario por la tortura en el cine y directamente la elide (si tanto te interesan las vejaciones del cártel imaginátelas vos). Todo le sale bien, sin exagerar, sin pasarse de vivo, sin referencias a John Ford, sin lujos. El resultado es una película fuera de su tiempo, fuera de agenda: uno de los pasatiempos de Henson es avisar por radio que unos inmigrantes ilegales pasaron del otro lado, y la red de personajes que lo ayuda está hecha de oficiales, militares y veteranos. Eso en tiempos woke en los que en Estados Unidos gana peso la consigna de defund the police. Leí que en inglés varios se refirieron a The Marksman como una mala imitación de Eastwood, un Eastwood reject, y me parece que la etiqueta, aunque despectiva, define bien a la película y su lugar necesariamente marginal en el cine contemporáneo, más o menos como el del propio Eastwood, otro que viene resistiendo la expulsión y que siempre tuvo una predilección conocida por los rejects de la sociedad americana.
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(Estados Unidos, 2021)
Dirección: Robert Lorenz. Guion: Chris Charles, Danny Kravitz, Robert Lorenz. Elenco: Liam Neeson, Katheyn Winnick, Teresa Ruiz. Producción: Tai Duncan, Eric Gold, Warren Goz, Robert Lorenz, Mark Williams. Distribuidora: BF Distribution. Duración: 108 minutos.
1 comentario en “El protector (The Marksman)”
pero quién te pegó de chico para ponerle 5 ESTRELLAS a esta mierda pochoclera? Ni pienso leer tu review, demasiado exaltado me dejaste con esa calificación!
Espero seas mas irónico que Borges, mate! Besis