A Sala Llena

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Columna indecisa y madrugadora sobre una película mala, o no tan mala…

Columna indecisa y madrugadora sobre una película mala, o no tan mala…

Son las cinco menos cinco de la mañana. Buenos Aires todavía está oscura. En mi casa flota en el aire un perenne olor a bifes que quedó de la noche anterior. Tengo el estómago revuelto, el  pelo hecho una maraña y el ánimo un poco reventado. Hace mucho calor. Los gatos se despertaron también y me siguieron hasta el living. Tal vez ellos tampoco pueden dormir y decidieron venir a hacerme compañía mientras escribo esta columna en la soledad de la noche.  Afuera pasan los bondis.

Es increíble cómo se anuda la mente a estas horas. Los pensamientos se vuelven oscuros, macabros, temerosos. La vida parece más liviana, más frágil, más pendiente de un hilo. De afuera me llega musiquita cumbianchera. Tal vez una auto que frenó en el semáforo…

Anoche tuve una de esas brillantes ideas de mitad de semana y, metidos tempranito a la cama con mi chuchi, nos prendimos en Cuevana a ver una película. Los dos estábamos de humor para algo tranqui, así que nos decidimos por una comedia.  Loco y Estúpido amor nos pareció un título bastante potable y, como se estrenó hace relativamente poco y no la fuimos a ver, nos pareció una opción más que válida para un miércoles por la noche livianito. Mi hombre se había mandado la patriada de ir al kiosco, así que estábamos bien pertrechados con caramelos, bananitas Dolca, Skitels y M&M. Una jornada típica de cine casero que pintaba la mar de bien. Por fin, dulces en mano, la película arrancó.

Debo decir que la primera escena tiene una solidez dramática remarcable.  Steve Carell, en el rol de Cal, un cuarentón un poco venido a menos, recibe de labios de su esposa la noticia de que su matrimonio ha terminado. Emily (la espectacularmente bella y talentosa Julianne Moore) le confiesa que ya no es feliz y que se ha acostado con un compañero de trabajo.  Cal ataja el asunto de manera brutal (de hecho se arroja del auto en movimiento) se muda fuera de la casa y accede rápidamente al pedido de divorcio de su esposa.  Mientras se compadece noche tras noche en un bar, largándole una y otra vez la misma perorata a todo el mundo, conoce a Jacob, un mujeriego deslumbrante,  en sus treinta y pico, encarnado por el siempre perturbador e inquietante Ryan Gosling.  Jacob toma a Cal bajo su ala y lo convierte, makeover mediante, en el prototipo clásico del depredador nocturno.  Conoce mujeres y se acuesta con ellas tratando en vano de olvidar a su mujer.  En el interín, su hijo adolescente se enamora de la niñera y Jacob conoce a Hanna, una pelirroja divertida que lo da vuelta como una media, lo metejonea perdidamente y, por qué no decirlo, predecible, sosa y estúpidamente también.  Después de la primera escena, la película cae en una picada desigual y extraña que resulta difícil de tipificar.

El guión, de Don Fogelman, transita de manera insegura por los géneros sin pivotear en ninguno de manera redonda. Pero un factor de verdad extraño (que es lo que mi impulsa a escribir esta columna) se pone en juego y la narrativa, aparte de caer en algunos clisés insoportables, se vuelve rara.  La historia no se diluye, porque es sólida y porque, de entrada, el tipo apunta al final que todos esperamos y de ahí no se mueve. Es como si desde la página 1 del guion, Fogelman hubiera decidido que es casi al pedo contar el periplo de Cal. Sabemos que va a reconciliarse con su esposa y la cinta no permite que lo dudemos un solo segundo. Ella sigue enamorada de él, él sigue enamorado de ella, bla, bla, bla…

Lo cierto es que el guionista parece no haberse decidido demasiado a mostrar una trama real para la película y, me pregunto, cómo carajo dos directores como Glenn  Ficarra y John Requa, no se dieron cuenta de esto.  Si hay algo que fue maravilloso de I Love you Philip Morris, era lo espectacularmente nueva, impredecible y consistente que era la historia. Loco y estúpido amor es una cinta loca y estúpida. Pero, por alguna razón, no puedo decir que sea verdaderamente mala. Hay algo de “genio” detrás que puede percibirse de manera latente.  La elección del elenco, algunas escenas brillantes de humor un poco mas filoso y más negro,  un par de gags inteligentes, ciertos matices profundamente neuróticos en los diálogos… No, decididamente no puedo catalogarla como una película mala de manera tajante. Hay algo más allí.

El ritmo de la narrativa es extraño, como desfasado, como fuera de pulso. Esto hace que la atención del espectador se incremente de manera involuntaria.  No se puede estar del todo cómodo frente a los tiempos de ésta película, porque está tocada como una canción sin estribillo y difícil de seguir. No es tradicional en ese sentido, aunque sí lo es en su contenido y desarrollo dramático. Es como cantar  la letra de Zamba de mi Esperanza con la música de un tema  de los Locomía: de pé a pá te parece una boludez, pero te tenés que concentrar como loco para poder hacerlo.

A medida que el film va sucediéndose,  se abren y cierran rápidamente varias historias sin que ni una sola de ellas nos toque verdaderamente el corazón.  El film cae en una especie de levedad irremontable, que lo convierte superficial y liviano. A riesgo de que me puteen por develar la trama redondamente, les contaré que el personaje de Hanna, la chica de la que se enamora Jacob, termina siendo hija del propio Cal.  Por supuesto, el cuarentón se opone de manera terminante al noviazgo, aterrorizado por la personalidad misógina de su, otrora, mentor y compañero de cacerías nocturnas. Muchachos, ¡ahí había una historia de verdad interesante que contar! La película entera podría haberse tratado solo de eso y hubiera funcionado de manera perfecta.  Pero no, por alguna extraña razón que no llego a comprender, decidieron contar de forma completamente superficial, unas cuantas historietas que no llegan a conmover en lo más mínimo y que se terminan convirtiendo en un compendio de lugares comunes y emociones pedorras. ¡¿Por qué, por qué, por qué?!

Con mi marido nos acomodábamos y re acomodábamos en la cama tratando de descular el “quid de la cuestión”.  Cada tanto uno de los dos comentaba algo así como “es medio rara” o nos descostillábamos de la risa de algún gag, con cierto grado de cargo de conciencia. Es que, realmente, cada vez que te reís durante esta película, te preguntas una o dos veces si haces bien.  Ustedes me dirán que qué carajo esperaba yo de una comedia dramática y tendrán un ápice de razón pero, la verdad, es que esta película es un tanto desconcertante. Por un momento es un bodrio pletórico de cuanta basura nos ha dado a tragar Hollywood a lo largo de toda su historia y, por otro,  un film extraño, de narrativa enrarecida y con actuaciones para el recuerdo. Ryan Gosling es, sin duda, el gol de media cancha de su generación. Es irresistiblemente seductor, gracioso y entretenido pero, ojo, no puede en ningún momento dejar de ser una especie de amenaza.  Este “Casanova” que encarna, podría bien ser un asesino serial. Hay algo en sus ojos, una falta de inocencia permanente, no se… Me cuestiono si de verdad estaba preparado para hacer comedia, aun cuando en el film está remarcablemente bien y ya es un actor de recontra probado talento. Carell funciona, Moore la mete de taquito, pero, tal vez la actuación más memorable de la película se la lleve la ya legendaria y absolutamente adorable, Marisa Tomei. Como siempre, ella elige los papeles chiquitos, del costado, sin demasiado destello. Agarra su rol, lo saborea, lo estira, lo rompe, le saca lustre y lo convierte en oro.  Solo para verla a ella, vale la pena fagocitarse la cinta completa. Por lo demás, no puedo recomendárselas más que para un miércoles o un domingo a la noche y solo si la pasan por cable pero, a la vez, debo decir que me ha quitado un poco el sueño esta cosa de no poder instalarme del todo en la idea de detestar la película. Supongo que ustedes terminarán siendo los jueces de todo este asunto y me liberarán por fin, si se deciden a verla.

Por lo pronto, el sueño  me está venciendo nuevamente. Son las siete menos cuarto de la mañana y ya ha amanecido en mi soleada Buenos Aires.  Así que, a cerrar las persianas, a taparme hasta las orejas y a tratar de dejar de pensar en esta película que, definitivamente, no se merece tantas horas de vigilia.

O si, o no, o si, o quizás…  No me puedo decidir carajo.

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