A Sala Llena

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CRÍTICAS - CINE

4×4

(Argentina, 2019)

Dirección: Mariano Cohn. Guion: Mariano Cohn, Gastón Duprat. Elenco: Peter Lanzani, Dady Brieva, Luis Brandoni. Producción: Gastón Duprat. Fotografía: Kiko de la Rica. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 90 minutos.

BARBARIE Y BARBARIE

El inicio de 4×4 anticipa el tono de la historia al presentar una serie de planos detalles de cámaras de seguridad, carteles de advertencia y rejas sobre diferentes casas de un barrio residencial, que en su conjunto pueden definir la iconografía urbana más urgente preocupada por los robos, la invasión a la propiedad privada y demás delitos que están a la orden del día. El montaje de este prólogo tiene una intención que es perfectamente identificable por la aceleración de un ritmo que opera a modo de resaltador de una idea, que se comprendia con la simpleza de la presentación de esos elementos.

Inmediatamente vemos a un joven (Peter Lanzani) llegar a un calle donde una camioneta 4×4 se encuentra estacionada, él no duda en forzar la puerta del conductor para robar el estéreo. Después de un rapto aspiracional y, también, de cierta maldad con el vehículo, procede a escaparse pero ese objeto del deseo ahora es una trampa sin salida. Sin poder violentar nuevamente la puerta, ni romper los vidrios e incluso sin poder conectarse con el exterior (la camioneta tiene los vidrios polarizados e insonorizados) el ladrón es ahora una víctima, lo que se termina de confirmar con una llamada del dueño al vehículo para confirmarle que todo se trata de una trampa. Hasta aquí tenemos un nuevo ejemplo de un micro fenómeno que es el género de “film de encierro” llevado a un nivel minimalista, como lo han hecho en los últimos años Enterrado (2010), ATM (2012) o La habitación (2015), entre otros ejemplos. La caja torácica textual, sin embargo, se rompe porque a Cohn no le interesa construir un producto basado en las estructuras génericas y sus mecanismos. Lo primordial para él es exponer el hartazgo de la clase media y su resentimiento hacia la inseguridad, un mensaje que es bien transparente porque se materializa con el personaje de Dady Brieva, el dueño de la camioneta, un médico ginecólogo u obstetra (no queda claro) que en diálogos bien gruesos le hace un racconto al joven de los diferentes asaltos que ha sufrido, o de cómo su hija tuvo que mudarse a otro país para escapar al flagelo que muchos ciudadanos viven a diario.

El personaje de Brieva parecería inscribirse en el perfil de esos villanos que van demasiado lejos en el intento de cambiar de cuajo un panorama pero la falta de músculo a su personaje en off, consecuencia de unos diálogos sin profundidad anclados en la dimensión estricta de la denuncia vociferada, hace que se disipe la tensión entre él y el joven ladrón que mantiene cautivo bajo un juego psicológico perverso. Lanzani no aparece en la piel de una víctima que está sufriendo un castigo indirectamente proporcional al acto cometido pues Cohn se ocupa bien de establecer que se trata de un delincuente que merece lo peor: por un lado su prontuario (asaltos, asesinatos, robos, etc), expuesto por el médico en uno de los tantos llamados; por otro la mirada que el propio personaje de Lanzani tiene sobre la gente de su clase, que se lee a partir de la escena en que reacciona con insultos xenófobos después de ver a un indigente sacar un pedazo de pizza de un contenedor de basura, dado su hambre provocado por el encierro. También hay una reflexión existencial: “Vos sos un chorro, tu papá era un chorro y su papá era un chorro”; pequeña pero contundente muestra del concepto que tiene la clase media sobre los delincuentes de todos los días, porque el delito es solo una cuestión de clase y de herencia, el contexto social y económico no aparecen como variables. Cohn parece tener los conceptos de su historia algo endebles, su falta de fortaleza se ve cuando busca inocular un mensaje resaltado de forma furiosa. En otro momento sucede esta clase de tiro fallido cuando un “colega” del joven atrapado intenta robar la camioneta pero es linchado por un grupo de vecinos que lo fajan sin piedad (incluso cuando la policía ya está en el lugar) al grito de improperios sobre qué debería pasar con estos delincuentes, palabras que estamos acostumbrados a escuchar en los medios. Lo que sucede es que la idea interesante -cómo el joven parece estar más seguro en el encierro que en el afuera- se diluye completamente ante el grosor y el exceso de diálogos; no basta para Cohn un insulto del tipo “negros de mierda, hay que matarlos a todos”, también es necesario un “hijos de puta, entran por una puerta y salen por otra”, para terminar con una patada por parte de un vecino cuando el delincuente ya está reducido y con las manos esposadas.

La aparición física de este médico, interpretado con sobriedad e ingenio por Brieva, debería darle ciertas ínfulas a esta narración enclenque, es decir elevarla nuevamente a esa presunción genérica y su dinámica que alimenta los relatos, pero lo que sucede es un redoble en la apuesta temática. La representación de dos demonios (un delincuente raso y un justiciero de mano propia) se debate entre el humo de un porro cuando el médico le ofrece un “último deseo” al delincuente. Aquí no faltan líneas de diálogo que operan a modo de justificaciones para ciertos actos, en un nuevo intento arrastrado de ubicar a los personajes en un espejo social donde se reflejan mutuamente. La puesta en escena de una especie de corte del pueblo hacia el final trae nuevamente a “la gente” y sus consignas de rigor: “¡Nos matan como moscas!,” “¡Es zona liberada!”, “¡Matalo!” y tantas otras. Solo restaba a esta fiesta del resaltador que esas frases aparecieran en forma de tuits. En la conferencia de prensa Cohn señalaba que el cine argentino nunca tocó el tema de la inseguridad. Podemos dejar de lado la discusión sobre si el cine debería ocuparse de tal o cual tema, pero no se puede ignorar que es una mirada de ultraderecha sobre una cuestión sensible para muchos tuvo su apogeo en otros momentos de la historia. A propósito de El vengador anónimo (1974), film icónico del cine neofascista de los 70, en el momento de su estreno se entendía que su espíritu exploitation se erigía por sobre las situaciones cuasi hiperbólicas, sin la intención de convertirse en un objeto de pretensión para debatir cuestiones sensibles sobre la inseguridad ni muchísimo menos. Si venimos acá en el tiempo (y espacio), a la obra final de Emilio Vieyra Cargo de conciencia (2004) también (aunque por efectos involuntarios) se la podía pensar en el mismo tono exploitation. No existían dudas de la posición ideológica del director de Correccional de mujeres (1986) ni tampoco de la de Cohn, quien vuelve a reafirmar su mirada de la sociedad desde un pedestal, como lo hizo en sus películas previas junto a Gastón Duprat (aquí productor y guionista). La decisión de poner un director de fotografía (y uno notable como lo es el vasco Kiko de la Rica), a diferencia de El ciudadano ilustre (2017) que no lo tuvo, es un buen comienzo, mientras tanto 4×4 camina sola hacia el rincón de las películas más fascistas de la historia del cine argentino.

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