¿Qué tienen en común Drinking Buddies y El Increíble Burt Wonderstone, además de tener a la luminosa Olivia Wilde en sus repartos? Fueron dos películas ignoradas por la cartelera comercial argentina el año pasado. Desterradas de su formato original para vagabundear por el (hoy) submundo del DVD o la piratería inevitable, conocida como “San Torrent”. El caso de Drinking Buddies es un poco menos injusto porque pudo verse en el último Festival Internacional de Mar del Plata, lo que encendió la ilusión de llegar a un mínimo estreno en salas comerciales, que finalmente no se dio.
Distinto es el caso de la comedia dirigida por el televisivo Don Scardino, que reúne a estrellas probadas (por taquilla y crítica) del género como Steve Carrell y Jim Carrey, sumadas a James Gandolfini, Steve Buscemi, Alan Arkin y la mencionada Wilde. Su estreno local en DVD fue casi inmediato, pocos meses después de su salida en los Estados Unidos.
Para delimitar bien las diferencias, Drinking Buddies es una comedia del fenómeno llamado mumblecore, que tiene su signo en la cotidianeidad del hombre-mujer de unos treinta y picos, adjuntado a presupuestos bajos que hacen de los escenarios y paisajes naturales sus ecosistemas. El Increíble Burt Wonderstone, por otro lado, tiene el aparato de Warner Bros. por detrás, que sostiene la presencia de ese elenco mencionado, más una estructura narrativa genérica. Podemos determinar que la distribución local de films ha modificado sus parámetros para lanzar un estreno a las salas o directamente intentar recuperar algo de dinero con un mercado hogareño, que se deshace día a día, ya no sólo por la falta de locales de alquiler de copias sino también por las facilidades que brinda Internet para acceder antes y con la misma o mejor calidad, incluso, de una copia en DVD o Blu-ray. La presencia delante de cámara de un actor o actriz no garantiza su estreno, menos si perfila un desastre en la taquilla local; lo que le ha sucedido a EIBW, motivo crucial aparente por el cual aquí ni se rumoreó su estreno en pantalla grande. Sólo Ben Stiller, Adam Sandler (a pesar de la devaluación actual) y Owen Wilson son los nombres que convocan y que le dan cierto colchón a las distribuidoras.
Aquí tenemos una primera proyección para entender que ciertas tradiciones mantienen al cine como soporte (sabemos que el lenguaje se oxigena con los festivales, la TV y el streaming), una de esas es la transposición de historias con personajes míticos, literarios, de historietas y/ o que ya tienen un imaginario popular construido. Esta misma semana, la última del primer mes del año, se estrena Yo, Frankestein, una variación pastiche del personaje romántico creado por Mary Shelley. Basta acceder al trailer para entender, como prueba, que este film podría ser sometido a un juicio del buen cine y perderlo a lo grande. Otra tradición inoxidable para el estreno en cine es la de “las nominadas al Oscar”. No importa el tamaño de la producción, el género (o si no es de género) o la presencia de actores conocidos, lo que sí importa, y cambia el destino de una película, es que tenga en sus aparatos publicitarios (carteles, spots televisivos y radiales) la frase: “Nominada a X número de Oscars”. El año pasado se estrenó La Niña del Sur Salvaje, un film ultra independiente con interpretes amateurs, sus nominaciones al premio de la Academia fueron las únicas razones de su estreno local; probablemente sin este atenuante, su lugar de acceso hubiera sido exclusivamente el de la piratería (habría que repensar esta idea de piratería sobre un objeto artístico al que no se puede acceder de -casi- ninguna manera).
Volvamos a las dos comedias bien distintas pero unidas por la marginación a la que las someten las distribuidoras locales. Drinking Buddies parece ser el título de una de Ben Stiller y Owen Wilson o éste y Vince Vaughn pero no, la (¡finalmente!) protagonista es Olivia Wilde. Su presencia en la serie House dejaba entrever que sus dotes actorales, acompañados de una genética particular denotada en sus rasgos faciales, estaban para una pantalla más grande, o al menos para probarse en ella. Es así que primero tuvo que pagar un derecho de piso al figurar en mamotretos como en la secuela de Tron, Cowboys vs. Aliens o en comedias olvidables, el caso de Si Fueras Yo. En los últimos años, la industria le ha hecho justicia al brindarle papeles más sustanciales en dramas y comedias más serias. Otro no estreno, Deadfall, la ubicaba como hermana de Eric Bana, ambos perpetradores de un robo que -claro- no salió bien. Su pequeña participación en el sólido thriller -del casi nunca sólido Paul Haggis- Sólo Tres Días, nos dejaba con ganas de más, por ejemplo de que su personaje finalmente se escapara con el de Russell Crowe. El último año fue consagratorio: no, no ganó ningún Oscar ni ningún Emmy, ni Golden Globe ni nada eso, simplemente hizo grandes papeles en pequeñas películas. En Drinking Buddies es Kate, una empleada administrativa de una cervecería artesanal de Chicago, su relación con sus compañeros de trabajo (todos hombres) es la típica de la mujer que se lleva mejor con hombres que con representantes de su mismo sexo. Su amistad con Luke (el gran Jake Johnson de la serie New Girl) es diferente, hay jugueteos de la clase de meter el dedo en la cerveza del otro, empujarse, etc. Una relación fraternal sin la presencia tangible del destructor de todas las lindas relaciones platónicas: el amor sexual. Dijimos cerveza, si Drinking Buddies fuera una tesis, esta película tendría como única palabra clave: cerveza. Esta bebida alcohólica no sólo está omnipresente en el relato, sino que también cumple la función dramática de ser la base y la excusa de todos los encuentros, de las salidas, de los viajes, de la debacle en las relaciones y el reencuentro. Anna Kendrick (como la novia de él) y Ron Livingston (como el de ella) complementan; tienen un timing de reparto -severo- en una narración sostenida (como casi todo el cine mumblecore) por líneas generales que devienen en diálogos improvisados. Ron Livingston es recordado por la noventosa Enredos de Oficina, un brillante postulado sobre el mundo laboral moderno, el híbrido pasaje del capitalismo salvaje de los ochenta al capitalismo de “reducción de horas hombre” en el amanecer de un nuevo siglo. Joe Swanberg, el director de Drinking Buddies, es una suerte de Takashi Miike del cine indie estadounidense porque su ritmo de trabajo le deja un saldo de dos, tres y hasta cuatro películas por año, aunque es cierto que en este último tiempo ha amainado esta cadencia.
EIBW es una comedia que se toma en serio la magia y el ilusionismo. La seriedad para retratar, no está de más decirlo una vez más, no tiene su correspondencia en la realidad, está en la creencia de los materiales y en la comedia, esto se halla en la burla desde adentro, en querer a los personajes. Steve Carrell y Steve Buscemi son amigos desde niños y socios en un importante espectáculo ilusionista de Las Vegas, en el casino de un chupa sangre entrañable (ahora mucho más) encarnado por James Gandolfini. La comedia estadounidense siempre ha sabido explotar diversos contextos asentados como correlatos de narraciones sobre la amistad, el casamiento, el divorcio, la vejez, la maternidad, etc. Aquí esta tradición del género se hace carne en un ejemplo que tiene matices absurdos y hasta guarros, rasgos que le cabe al personaje de Jim Carrey, un ilusionista extremo que tiene un reality (el nombre del canal lo dice todo: Intense TV) en el que realiza los trucos más delirantes, desde aguantar la orina por varios días hasta sacarse una carta marcada de adentro de un moretón. Este personaje representa el futuro, que es el que acecha al protagonista y a su socio (ambos, también, representantes de lo kitsch en la ciudad más kitsch de todas: Las Vegas). Carrey es la presencia de lo nuevo que aplasta a aquello que es considerado antiguo, clásico o desfasado de época. El maniqueísmo retro vs el futuro tiene un ganador, en EIBW el estar “adelantado a su tiempo” es lo que triunfa, es posicionarse por encima de lo ya materializado, un galope constante e interminable por estar posicionado delante de todos, del espacio y del tiempo. Basta con ver el final del personaje de Jim Carrey para comprobarlo.
Las comedias son las que parecen llevarse la peor parte de este panorama sobre la distribución de cine en pantallas comerciales en Argentina, podríamos mencionar un lote completo de films del año pasado, además de las dos tratadas aquí, por ejemplo tampoco se estrenó The World’s End, la otra parte del díptico “fin del mundo en clave partuza” junto a Este es el Fin, que sí (a duras penas) pudo exhibirse en los cines. No hay nada que hacer por el momento, las butacas de la comedia sólo pueden ser ocupadas, en la actualidad, por el rancio costumbrismo porteño de Daniel Burman. Sí, gracias por tanto Torrent.