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CRÍTICAS - STREAMING

Dejar el mundo atrás (Leave the World Behind)

La cámara hace un primer plano sobre Julia Roberts cuando esta empieza a hablar con cierta candidez de la gente que va a trabajar a la mañana, solamente para transformarse en medio de la frase y decir que en realidad ella fucking hates people. En ese momento, la cámara se acerca a la actriz de manera perceptible, sin buscar la invisibilidad cuidada del movimiento sino el aire exhibicionista del zoom. Como casi todas las películas, Dejar el mundo atrás establece con su público un contrato en los primeros minutos. Sam Esmail le comunica al espectador qué clase de cosas le esperan en las dos horas y media que faltan: ironía, misantropía, cancherismo; un paquete que en general se vende bien. La historia está diseñada completamente para proveer los insumos necesarios para esa transacción: Ethan Hawk hace a un marido de buen corazón pero tonto, un poco arrastrado y que niega los signos de la catástrofe, menos por ceguera que por pereza; Roberts es una esposa frustrada que organiza unas vacaciones intempestivas para huir de sus problemas; y los hijos son dos jóvenes más o menos prototípicos: él un adolescente cruel y despistado y ella una nena tímida pero receptiva al mundo que la rodea. 

El clan alquila una casa lejos de la ciudad para huir de un mundo que, como es de esperarse, no hace más que interrumpir la pequeña escapada. Primero llegan los supuestos dueños de la casa, un hombre negro y su hija, pidiendo que los alojen una noche. Previsiblemente, los inquilinos dudan sobre la identidad de los visitantes y sobre la naturaleza del pedido. Esmail convierte esa situación límite en un jueguito de culpas: el guion sugiere que Roberts, que se opone a recibir a los extraños, lo hace en parte porque el hombre y la mujer son negros. El espectador puede jugar a su vez y examinar si en su posición ante el dilema no hay también un prejuicio racial. De la misantropía sobreexpuesta del comienzo, el director pasa a la admonición woke (“revisá tus privilegios”, debe escuchar para sus adentros el espectador estadounidense). El problema no es la escenificación de ese conflicto sino el propósito que encubre: la última película de Shyamalan, que es un director de cine, está armada completamente alrededor de un encuentro parecido, pero el tono es hiperbólico, bíblico, gozoso, sin ínfulas de sociología.

Una seguidilla de pistas, que indican un hecho terrible pero todavía desconocido, se sucede según lo dispuesto por el género de catástrofe: señales interrumpidas, temblores, animales enloquecidos, vecinos armados hasta los dientes y personajes que esconden lo que saben. Esmail cumple sin demasiado entusiasmo con esos mandatos, como si el género fuera algo que se interpusiera entre él y su proyecto de filmar una película sobre algo así como la naturaleza humana, la diferencia de clases, la dependencia de la tecnología, los peligros de la geopolítica y el choque entre la humanidad y la naturaleza. Esmail no quiere hacer una película catástrofe sino algo más, algo que él cree más interesante y espectacular, un retrato sobre lo que él debe creer es la vida contemporánea, para lo que tiene que ejecutar alguna de las coreografías elementales del género, aunque sea de mala gana (salvo por la época, el tono hace acordar todo el tiempo a White Noise, la peor película de Noah Baumbach, y eso que también filmó Historia de un matrimonio).

Parece que a mucha gente no le gustó Dejar el mundo atrás, pero por las razones equivocadas. En un posteo promocional de la cuenta de Twitter Che Netflix, los usuarios se quejaron en masa del final abierto. Una bobada. Pero en esa queja hay algo más que el reclamo de quien no tolera los vacíos narrativos: no es solo el final más o menos abierto (la historia se entiende perfecto, tampoco exageremos), sino el gesto autoconsciente con el que la película lo sutura, como si la misantropía anunciada en el comienzo del relato se tradujera ahora en un modo de tratamiento del público. Para completar la visión que tiene sobre el mundo y la gente, Esmail cuenta el final como si se sacara de encima la historia y a sus personajes con un gesto displicente que disimula bajo una referencia popular a los 90 el maltrato del espectador. 

(Estados Unidos, 2023)

Guion, dirección: Sam Esmail. Elenco: Julia Roberts, Mahershala Ali, Ethan Hawke, Miha´la, Charlie Evans, Kevin Bacon. Producción: Sam Esmail, Marisa Yeres Gill, Lisa Roberts Gillan, Chad Hamilton, Julia Roberts. Duración: 138 minutos.

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