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CRÍTICAS - CINE

Delirium

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Delirium (Argentina, 2014)

Dirección y Guión: Carlos Kaimakamian Carrau. Elenco: Ricardo Darín, Emiliano Carrazzone, Ramiro Archain, Miguel Dileme, Florencia Miller, Susana Giménez, Diego Torres. Producción: Rodrigo H. Vila. Distribuidora: UIP. Duración: 85 minutos.

La conmoción de los necios.

La ópera prima de Carlos Kaimakamian Carrau, Delirium, es una comedia sobre Mariano, Federico y Martín, un grupo de amigos semi ocupados que deciden intentar montar algún proyecto, sin estar muy seguros sobre qué, para volverse millonarios. En 2 series de epifanías televisivas, Federico ve que la oportunidad está en realizar un film de bajo presupuesto que recaude millones y que para esto necesitan a un actor consagrado como Ricardo Darín. Con esta idea logra convencer al apático Martín y a un hiperactivo Federico.

En una serie de enredos delirantes logran conseguir que Darín los ayude con la película y un accidente inesperado cambiará el desarrollo del proyecto cinematográfico. Esto los llevará a cometer varias locuras que conducirán a la trama hacia un escándalo nacional e internacional de proporciones inusitadas.

Con actuaciones muy pobres que emulan la apatía juvenil argentina actual y a pesar de un guión delirante que busca sorprender a partir del sinsentido y la comicidad satírica, Delirium cae en el facilismo de jugar sin rumbo para que ver cuál es el resultado. A pesar de tener una idea encomiable e interesante y de apostar por la auto referencialidad y la denuncia para con la falta de buenas ideas en el cine argentino, la película de Carrau falla en su propia búsqueda del delirio cayendo en una serie de gags anodinos y veniales que refuerzan la fatuidad de la propuesta.

La introducción de personajes famosos como actores de reparto, como Susana Giménez en el rol de presidente, Catalina Dlugi como sí misma y diversos conductores de noticieros sensacionalistas, tiran aún más abajo la idea de la película al dedicar demasiado tiempo a escenas sin valor argumental con el fin de construir una parodia que solo logra divertir parcialmente en su banalidad.

La alusión a la crisis de los años 2001 y 2002, en tanto parodia de la imagen de crisis permanente argentina, tampoco logra conmocionar y todo termina como comenzó: en un intento fallido de entretener de forma delirante pero sin directrices para llevar a cabo la propuesta, en una emulación de la impericia de los propios protagonistas por llevar a cabo su propia ópera prima. La película pierde de vista, entre varias cosas, la necesidad de encontrar la empatía no solo en el desarrollo de una buena idea sino en la verdadera pérdida del control a partir de la interpelación al espectador en tanto sujeto y no sólo como consumidor televisivo.

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Por Martín Chiavarino

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