A Sala Llena

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Día de la amiga…

Día de la amiga…

Anoche fue una noche particular. Por supuesto, los festejos del día del amigo, alteraron la jornada de manera más que llamativa ya que, la caterva de amigas de la infancia a la que pertenezco, se reúne si o si a festejar y de manera siempre voluptuosa y bochinchera, todos los años. El acontecimiento esta vuelta tuvo lugar en lo de mi amiga Lujan (vieja conocida de esta columna) que presta la casa frecuentemente, por lo que yo me comprometí a hacer la comida: un guiso de lentejas naranjas vegetariano, bien cargadito y sazonado, totalmente criminal. Lujan, por supuesto, hizo el postre y el tentempié, para no perder la costumbre y, sobre todo, para tener algún tipo de red por si yo fallaba con el guiso, lo que no era poco probable, aún cuando soy una cocinera eximia y habilidosa.  Es que, hay que saber que el guiso de lentejas es un plato tramposo y  hay que estar muy atento a cada cosa que se le pone, sobre todo si uno es proclive a aventurarse a nuevos sabores. Un poquitito de comino demás, o especias picantes de mas o ají dulzón de menos y ¡zas! cagaste el guiso.  Por suerte y para nuestro beneplácito, no fue el caso. Salió espectacular.

Debo decir, que durante la tarde, me arrepentí varias veces de haberme comprometido a cocinar. Es que, verán, soy una persona que tiene la suerte y la desgracia de tener demasiado tiempo en soledad, por lo tanto, no trato con muchas personas a lo largo de mi día y, generalmente, hago lo que me viene en gana de manera olímpica.  Mi trabajo me lo permite (básicamente porque no vivo de él), mi carácter me lo permite y mi forma de ver la vida también, eso me convierte en algo así como una especie de anacoreta. Todo eso sumado a mi pereza crónica, hace que me cueste muchísimo asumir algún tipo de compromiso, aun cuando lo haga de motu proprio.  Siempre que prometo o amago con hacer alguna cosa que después me demande trabajo, aunque sea poco, hay un momento previo en el que me arrepiento y me agarran los nervios o la ansiedad o lo que sea y empiezo a replantearme mi existencia completa. Ayer mismo estuve varias veces a punto de llamar a Lujan y decirle que nos dejáramos de joder y pidiéramos empanadas, pero no lo hice porque, sinceramente, quería homenajear a mis amigas, quería ponerlas contentas, quería demostrarles mi amor y mi cariño y, por supuesto, quería llevarme los laureles por haber cocinado un flor de guiso cuando la noche era más que perfecta para comer calentito.

Estuve pensando bastante durante todo el día y llegué a la conclusión de que es a mis amigas a quienes más me gusta homenajear de manera “gastronómica”. Más que a mi chuchi (que por supuesto recibe otro tipo de homenajes), más que a mi familia, más que a cualquiera… Aun cuando muchos de mis amigos más entrañables son varones, las ganas de adornar mi casa, de hornear tortas, de cocinar cosas ricas y bien elaboradas, de abrir buenos vinos y tomar mucho,  de poner la mesa bonita, de comprar chocolates,  de sacar la cristalería y todo el ritual, siempre me las dan mis amigas. Mis amigas mujeres.

La amistad entre las mujeres, ha sido a lo largo de la historia y bajo el yugo del machismo occidental, puesta en tela de juicio permanente.  Hay una especie de creencia popular, que pone a los hombres dentro de la idea de que están mejor parados frente a la amistad que nosotras. Por alguna razón emparentada con la misoginia, siempre se ha dicho que los hombres son mejores “amigos” que las mujeres. Que nosotras somos demasiado competitivas, demasiado vanidosas, demasiado territoriales, demasiado astutas, demasiado “malpensadas” (entre muchas otras cosas), para ser buenas amigas o verdaderamente amigas. Los hombres suelen proclamar que el vínculo de amistad que tienen con sus congéneres, de alguna forma inexplicable, es más sincero que el que desarrollamos entre nosotras.  Debo reconocer, que las mujeres tenemos algo de responsabilidad en ello.  Como mecanismo de defensa tal vez, o simplemente para mantener a salvo nuestro universo siempre amenazado por ese miedo ancestral que los hombres nos tienen y suele volverlos peligrosos, los dejamos pensar así durante mucho tiempo. De hecho, durante casi toda la historia de occidente, mantuvimos nuestros mundos en secreto. Es que, los vínculos de amistad femeninos, son de una sofisticación tal, de una profundidad tal, de un misterio tan portentoso (parecido al misterio de nuestra sexualidad), que se vuelven difíciles de narrar, difíciles de describir, casi imposibles de transferir a la imaginación de quienes no los experimentan. Hay un entramado increíblemente fuerte e intrincado que conforma la relación de amistad genuina entre dos mujeres, que es tan fuerte, tan resistente y tan elástico, que es prácticamente imposible de destruir. Una de las pocas películas que pudo acercarse  a narrarlo verdaderamente fue, Thelma y Louise.

Esta película de 1991, dirigida por Ridley Scott y escrita de manera virtuosa por Callie Khouri (se llevó un premio de la academia al mejor guión original) es una de las odas de alabanza al género femenino, mas alucinantes del siglo pasado. Dos mujeres, decepcionadas de la vida y los hombres, huyendo de la policía por haber matado a un tipo que se lo merecía. Cuando Khouri describe a este violador maldito que resulta asesinado (casado, promiscuo, machista, misógino y prepotente) lo construye como metáfora acabada del género masculino y lo castiga de manera brutal, efectiva y justa.  Casi todas las mujeres de esta tierra, hemos querido vaciarle el cargador entero, a algún hijo de puta que anduvo dando vueltas por ahí. Padres, jefes, novios, suegros, colegas, kiosqueros, taxistas… Ahora, lo que tiene esta película de genial y de verdaderamente representativo, es “aquel” detalle magistral: Louise asesina al violador, después de que Thelma ya está a salvo y solo por decisión propia, eso exonera a Thelma de cualquier responsabilidad material en el hecho. La asesina es Louise, solo Louise. Es verdad que Thelma fue la que salió a bailar con el tipo y bla bla, pero lo cierto es que quien lo mata, es Louise. Thelma decide conscientemente quedarse con su amiga, decide asumir una responsabilidad moral en todo el tema y eso tiene que ver intrínsecamente con la lealtad y con el amor incondicional. Las dos dejan todo lo que tienen, mucho o poco, para seguirse la una a la otra.  Se acompañan en una odisea de descubrimiento que las hermana de manera total y permanente. La decisión de Thelma es ética y poética, la trasciende y ella, en algún lugar remoto de su espíritu, lo sabe. Solo las mujeres somos capaces de hacer algo así, por las razones que Thelma lo hace.  ¡Si, si muchachos, ustedes también son capaces de cosas grosas por un amigo, ya vi Butch Cassidy y Sundance Kid! Lo que estoy diciendo, es que solo las mujeres somos capaces de hacerlo por esos motivos.  Por nuestra historia, por nuestra forma de vincularnos y por nuestra naturaleza misma… Ustedes podrían huir con un amigo que asesinó a la esposa porque lo tenía harto o porque lo cagaba con el cartero, pero esa huida sería por venganza, por resentimiento, por miedo, por rencor, pero jamás por justicia. No han sido ustedes los oprimidos, mis hermosos portadores de pene, hemos sido nosotras. Thelma y Louise explora y expone ese costado de la naturaleza femenina. Son dos mujeres comunes, más que comunes, son dos mujeres casi prosaicas, pero que encierran esa cosa que tenemos las minas que tiene que ver con algo desconocido, impredecible, insondable, profundo y sobre todo, misterioso. Siempre es bueno tener a mano esta cinta, para recodar cuando haga falta, de qué estamos hechas.

Una mujer es, básicamente, un secreto. No importa cuánto hable, cuánto te pregunte cómo estuvo tu día, cuánto putee a la madre, cuántas sesiones de terapia pague para asumir que está envejeciendo y se le están cayendo las cachas… No importa si es camarera o presidenta de una multinacional, en ella hay y habrá siempre un abismo de secretos que la convierte en algo completamente impredecible, en un mar de posibilidades, en hembra ancestral, y desde ese lugar, es desde donde construimos la amistad verdadera entre nosotras.Hace unos días, se murió la mejor amiga de mi abuela, que era la abuela de mi mejor amiga. Un círculo de palabras y de cariño. Mi abuela hace unos cuantos años que está bastante gagá. El Alzheimer se la va fagocitando poco a poco,  y habla menos y piensa mucho y tiene largos momentos de silencio. Unos días antes de que su amiga muriera, ella soñó que “la gorda”, como la llamaba amorosamente, le decía que se iba.

_ Si la gorda se va, yo me quiero ir con ella_ dijo. Y eso no lo había dicho ni siquiera cuando su esposo se murió.

Es que las mujeres solemos forjar vínculos que se extienden en tiempo, cuidados y profundo contacto y amor. Nos juntamos a hablar y a reír, a cocinar en calderos gigantescos, a tomar el vino de las uvas más dulces, a hablar de porongas y de lenguas, de animales y de hijos… Nos contamos secretos de la tierra y de los hombres, nos vestimos y perfumamos de manera intoxicante  y  hacemos cosas, muchas cosas secretas, todas juntas, todas sonriendo destellantes, profiriendo gritos, rodando por el piso, queriéndonos y atesorándonos milagrosamente.

Así que, más que nunca hoy queridas:

¡FELIZ DIA DE LA AMIGA, MIS HERMANAS DEL MUNDO!

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