(Francia/ Bélgica, 2011)
Dirección: Frédéric Beigdeber. Guión: Frédéric Beigdeber, Christophe Turpin y Gilles Verdiani. Elenco: Louise Bourgoin, Gaspard Proust, Joey Starr, Valérie Lemercier. Producción: Michael Gentile, Alain Kruger. Distribuidora: Ifa Cinema. Duración: 98 minutos.
Un poco de tedio francés.
“El amor dura tres años”, dice el protagonista, un crítico literario que da una imagen bastante creíble de un perdedor nato. Ese patetismo que muchos llevan con orgullo y del que hacen un culto, y que a veces funciona como una característica seductora para con las mujeres, es lo que convierte a este crítico en un escritor de best sellers. Su libro, que lleva el título del film, plantea una tesis -al menos lo intenta- que postula que el amor tiene un tiempo límite. Esa impresión, que podría ser producto de la calentura por el final de su matrimonio, se amplifica y provoca que la historia pierda de vista la tesis inicial. El pobre diablo en simultáneo -además de alcanzar el éxito con su debut- se enamora de una chica que odia la novela por misógina, aunque desconoce que él es el autor porque está publicada bajo un seudónimo.
Que el protagonista rompa la cuarta pared en la primera década del siglo XXI en una búsqueda patética -como su forma de ser- de complicidad con el espectador, que sus amigos sean igual de salames que él, que cada acción iniciada tenga la etiqueta de “fracaso”, que los chistes atrasen varias décadas, que la química entre chico-chica no funcione ni de casualidad, que el protagonista -además de todo lo mencionado- juegue el rol de “pobrecito yo, cómo me apalean las mujeres con su locura” a lo Adrián Suar en Un Novio para Mi Mujer, que las actuaciones -a excepción de Valérie Lemercier- sean terribles, entre otros yerros, hacen que una premisa tan simple se transforme en un tedio insufrible. Si en una comedia, que se cree canchera desde la idea del amor en términos materiales y limitados en el tiempo, disfrutamos de los pifies del protagonista y además queremos que le vaya mal, es que algo funciona a contracorriente de lo intencionado por el director.
Uno de los argumentos más pobres para ilustrar el amor entre dos personas como perecedero es una entrevista a Charles Bukowski que aparece antes de los títulos, en la que metaforiza al aire una idea sobre lo efímero del amor. El problema no es que esto sea cierto o no, o que no hayan argumentos suficientes para tomar posiciones, sino el tono desidioso que atraviesa los diferentes pasajes del film. La intención del director Frédéric Beigdeber es teñir su comedia de seria, no sólo por el intento legitimador de la inclusión de la cita inicial de Bukowski, sino también por el devenir de su protagonista que parece alcanzar un punto de no retorno, en el que debe ceder y someterse al amor (o a la calentura, que para el tipejo este es lo mismo). Lo cierto es que dicha tesis (más o menos seria) no resiste noventa minutos de película, y menos de una que además se cree canchera y divertida.
Por José Tripodero
El amor tiene fecha de vencimiento.
Cuenta la historia de Marc Marronier, un crítico literario que luego de divorciarse, escribe a modo de catarsis una novela donde asegura que, el amor dura tres años. Pero cuando se enamora de Alice -la hermosa Louise Bourgoin, actriz de Un Suceso Feliz-, que está casada con su primo, se convierte en un romántico empedernido, lo cual lo pone en conflicto con su propia teoría. El film está basado en una novela del mismo título escrita en el año 1997 por el director.
La novela está dividida en tres actos: el primer año el enamoramiento, el segundo la ternura y el tercero el aburrmiento, que es lo que muestra la secuencia de créditos iniciales del comienzo de la película donde vemos a Marc y su novia, luego esposa y finalmente ex esposa. El personaje divide los tres años en la siguiente frase: “El primer año se compran los muebles, el segundo se cambian de lugar y el tercero se reparten los muebles.”
Por momentos, el protagonista nos cuenta sus desdichas amorosas y sus teorías mirando a cámara, y desliza una crítica a la sociedad burguesa parisina, disimulada por el humor y las frases ingeniosas como “El amor es un mensaje de texto no respondido”. En su verborragia, su neurosis y cinismo a la hora de narrar sus desventuras, Marc nos recuerda un poco a Woody Allen. Los personajes que resultan más interesantes son el de su amigo, Jean Georges (Joey Starr) y el de su editora Francesca Vernesi, interpretada por Valérie Lemercier.
Frédéric Beigbeder no es el primer escritor en llevar al cine sus propias experiencias. Truffaut lo hizo hace décadas con la saga de Antoine Doinel y podría decirse que Marc Marronier es en algún sentido una especie de Doinel moderno. Pero el film no explora en profundidad la teoría que propone, más bien se queda en la superficie y tampoco resulta original, cayendo en el final convencional de la comedia romántica francesa. Pero al parecer Will Ferrell tenía razón en Los Rompebodas: se puede conocer chicas en los funerales.
Por Elena Marina D’Aquila
De amores pasajeros y otras cosas.
El Amor Dura Tres Años es la historia de Marc Marronnier (Gaspard Proust), un columnista literario recién separado de su primera mujer. A partir de este fracaso matrimonial construye una concepción de las relaciones cínica y algo misógina que guiará su entendimiento sobre el amor y lo llevará a escribir un manuscrito llamado “El amor dura tres años”, al que la crítica recibe con éxito. El libro se publica y Marc experimenta el vértigo de la gloria mientras una mujer aparece súbitamente en su vida: Alice (Louise Bourgoin), la bella y alocada mujer de su primo. Marc se enamora y descubre que deberá modificar todos sus prejuicios para estar con ella. El personaje de Marc está bien delimitado: es un snob descreído y sensible, tapado por una enorme coraza de ironía que esconde su gran deseo de ser amado y su resentimiento por haber desperdiciado tres años de su vida.
Las primeras imágenes, acompañadas por una tenue música, parecen adentrarnos en lo que será una película francesa diferente, crítica, distinta de lo que venimos viendo hasta ahora en un género tan trillado como el de la comedia romántica. Pero Frédéric Beigbeder nos ha engañado reconduciéndonos a lo largo de la trama a ser testigos de otra película posmodernista, con sus imágenes típicas de caminatas en la playa, de gustos musicales en común, de encuentros y desencuentros. Estamos ante una comedia romántica adaptada a un público de masas, que apenas roza tópicos en los que se podría haber profundizado.
Debemos remarcar la lucidez del planteo del protagonista, según el cual el amor tendría tres etapas: atracción-convivencia-aburrimiento. Etapas que se desarrollan a lo largo de tres años, lo máximo que los seres humanos pueden estar enamorados. Con la película pasa algo parecido, imágenes precisas y un guión inteligente generan una atracción inusitada en el espectador. La trama nos recuerda las típicas comedias hollywoodenses del intelectual acartonado que se enamora de la mujer temperamental y sexy, para luego comenzar un juego histérico donde él abandona todos sus valores hasta finalmente aburrirnos.
Es de rescatar, de todos modos, el intento de Beigbeder por contar la historia de un modo diferente, circunstancia evidenciada por ejemplo en la selección de imágenes de los lugares que no visitaron en su viaje juntos por estar haciendo el amor, o la construcción de algunos personajes, amigos de Marc, en los que repasamos las distintas formas de trazar vínculos. La película logra producir carcajadas entre los espectadores, sobre todo en una escena en particular, cuando Marc vuelve a vivir solo y despliega toda su inventiva en diversas frases -hedonistas y doloridas- acerca del amor y las relaciones, que a su vez recuerdan a escritores malditos y producen una satisfacción única… allí en medio de una típica comedia romántica.
Por Sofía Lara Gómez Pisa