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CRÍTICAS

El Cordero de Ojos Azules

 

El Cordero de Ojos Azules

Dirección: Luciano Caceres. Autor: Gonzalo Demaria. Iluminación: Eli Sirlin. Vestuario: Jorge Suarez. Escenografía: Gonzalo Cordova. Música original: Gerardo Gardelin. Elenco: Leonor Manso, Carlos Belloso, Guillermo Berthold.  Prensa: CTBA .

Ciudad doliente

Encerrados en la catedral de la gran aldea que era Buenos Aires en 1871, en un fallido intento por escapar a la epidemia de fiebre amarilla que asolaba por aquella época, conviven forzadamente, La canonesa y El pintor. Ella, abrazada a los recuerdos que la unen a una añorada esclavitud bajo el yugo y la cama de “su” monseñor, él buscando una musa que encuentra muy a pesar suyo, para cumplir un encargo.   

Entre ellos, la relación que se establece alterna lucha, ataque, comprensión.  El exterior es pura muerte y desesperanza, el interior nada tiene que envidiarle. En este segundo espacio se encuentran los protagonistas, que viven como desterrados sociales. Ambos, si bien se encuentran más cerca de lo que creen, viven distintos tipos de marginalidad, pues es a través del personaje femenino, que el texto de Gonzalo Demaría propone la máxima pintura del rechazado. Pintura que construye magistralmente Leonor Manso a través de la organicidad de un cuerpo que tras la violencia recibida, la ha internalizado haciendo de ella un hábito adquirido y lejos de toda conciencia. Es así que La canonesa se erige como el símbolo de toda marginalidad. Como dice Pasolini en palabras de Pablo en su Calderón: “…tu estás marginada como pobre, y marginada también como puta. Como pobre, se te niega entre los negados, como puta, hasta los negados te niegan.” Y allí está ella, cosificada, objeto de un poder solo perceptible como acto, cuya esencia reside en que el oprimido naturalice la violencia de la que es objeto; así la otrora esclava, niega para sí la propia humanidad, odiándose a través de la furia hacia su propia hija y sus pares. Por su parte, Carlos Belloso, en perfecta sintonía con el desempeño de su compañera, elabora un artista con maravillosos matices, en un claro dominio del espacio y del propio cuerpo, ilustra la relación perversa de una sociedad con sus sujetos, tomándolos para servirse de ellos y arrojándolos a los márgenes cuando se vuelven prescindibles o peligrosos.

La pareja que construyen ofrece la vitalidad de dos actores que poseen la capacidad de brindar registros actorales diferentes sin perder jamás la relación con el otro. Cada uno potencia al compañero y a través de esa relación se potencian a si mismos.

El cordero de ojos azules, propone un contrapunto entre dos sujetos de distinto origen y formación, que culminan homologados. La puta, antes esclava, ansía volver a servir y ser objeto, ni siquiera comprende que ha perdido no su dignidad humana sino su entidad de sujeto. Creyéndose abandonada, es libre sin darse cuenta, y se queda ansiando la vuelta del amo. El pintor, forzado a realizar una obra que ni desea ni puede pintar, apela al estímulo externo para cumplir con el deber ser, pero el instinto le gana, y sin saberlo logran un instante de libertad.

La convivencia entre los dos marginales estalla con la aparición de Guillermo Berthold, el joven que obliga al pintor a recordar a un gran amor perdido (La cronista recuerda aquí el triángulo Von Aschenbach / Tadzio / peste, de la inolvidable “Muerte en Venecia”). Esta aparición, la desnudez y la emulación a San Sebastián traen a escena nuevas relaciones que se ponen en juego: belleza / fealdad, fidelidad / infidelidad, artista / musa, entre muchas otras.

El marco del conflicto es una puesta en escena que ostenta una construcción minuciosa, con detalles de gran pregnancia no sólo visual; resaltan las cruces que como toda religión se devoran a quien tiene en frente, el aire viciado que obliga al espectador a una respiración dificultosa al igual que los personajes, la ropa del monseñor que lo trae allí constantemente. Una construcción artística que lejos de toda musa, evidencia la inteligente mirada de Luciano Cáceres al componer con su dirección una metáfora de la decadencia de una sociedad, cuyo gobierno (el del restaurador) propugnaba el atraso y el impedimento de todo desarrollo, mal que les pese a algunos historiadores.

Larisa Rivarola: raracritica.blogspot.com 

Teatro: Regio, Córdoba 6056

Funciones: Jueves a sábados, a las 21; domingos, a las 20

Entradas: $25 y $30

 

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