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CRÍTICAS - CINE

El Dictador, según Rodolfo Weisskirch

Primavera para Aladeen y Wadiya

Sacha Baron Cohen entró a Hollywood por la puerta grande pero con una película muy chica llamada Borat. No hace falta explicar qué era, porque fue un sorpresivo éxito de taquilla y crítica mundial por combinar humor político y comedia negra con estética documental y humor escatológico.

Dos años después, repitió fórmula con Brüno, donde seguía con la estética de falso documental, pero evitando que se generara controversia con aquello que era real y aquello que estaba ficcionalizado. Brüno era obviamente más falsa que Borat, y acaso más jugada en humor escatológico. Sin embargo, era una idea que se agotaba muy rápido. El ingenio no estaba a la altura de la predecesora.

Ahora, Baron Cohen y su director Larry Charles deciden seguir la fórmula de Hollywood con una estructura más básica y convencional, una puesta en escena casi televisiva, pero con chistes más ingeniosos y un tono satírico que remite al humor de Mel Brooks, el primer Woody Allen y las mejores comedias de Adam Sandler.

Por ende, aquí La escuela de comediantes de los ‘70 se junta con la Nueva Comedia Americana y sale El Dictador.

Lo más interesante del film no pasa por la historia remanida (se puede ver en Bananas, El Dormilón, Las Travesuras de un Dictador De Mendigo a Millonario) sino más bien porque esta vez elige un tono humorístico constante con una estructura clásica. Es tan conservadora en su base que se puede ver como un film de Frank Capra pero con el humor de Mel Brooks o Trey Parker & Matt Stone (Team América). O sea, es un film en el que se critican los sistemas anti democráticos y demagógicos, pero incluyendo a Estados Unidos como uno de ellos.

Baron Cohen usa como excusa la crítica hacia los dictadores para demostrar que muchas de sus características son compartidas por Estados Unidos. Aun así, la burla hacia los estadounidenses no es tan banal ni idiotizada como hacia los líderes de Medio Oriente. Baron Cohen se burla de las guerras actuales, creando involuntariamente un retrato antibelicista más profundo y real que la gran mayoría de las películas más serias (comparémosla, por ejemplo, con Un Amor Imposible, que era totalmente naif). Acá, mediante la ridiculización y el absurdo, Charles y el protagonista critican la mirada de la guerra, de los medios, de la burguesía.

Por supuesto, es necesario conocer mínimamente el contexto político – social que encara, así como los personajes reales. Asimismo, hay mucha complicidad para comprender todos los chistes que remiten a figuras de Hollywood, algunos de los cuales juegan a burlarse de su propia fama.

Así es como hay que ver El Dictador. Una película más parecida a un sketch de Saturday Night Live que a El Show de Ali G (el programa que Baron Cohen tenía en Inglaterra). El actor, por ejemplo, se mimetiza con el tono de los personajes más tontos de Adam Sandler e incluso hay pequeñas apariciones del elenco actual del programa.

Mezclar lo escatológico con el contexto social es algo que se hizo muchas veces, desde Mel Brooks hasta los Hermanos Sucker y Jim Abrahms. Por suerte, los gags y secuencias humorísticas son bastante ingeniosas y originales -a la altura de los primeros y mejores trabajos de estos directores-. De hecho, tanto la secuencia del helicóptero como la del parto logran un efecto hilarante.

Posiblemente debido a las controversias y polémicas que le generaron sus dos asociaciones anteriores, Baron Cohen y Charles apostaron a lo seguro y efectista, y el resultado -si uno no va con demasiadas pretensiones- es bastante satisfactorio. La incorrección política no es tan incorrecta pero genera debate. Baron Cohen domina la pantalla criticando y señalando a los demás estadounidenses por encima de sus cabezas. Es muy poco el aporte que hace el elenco secundario. Solamente Anna Faris y Jason Mantzoukas logran, por momentos, generar química con el protagonista, cuyo único referente verdadero quizá sea el Saddam Hussein de Locademia de Pilotos II (secuela mal traducida de Locos del Aire).

Con El Dictador, Baron Cohen y familia (la música de Erran, hermano del protagonista, forma parte de la sátira y no es mera acompañante de escenas), junto a Larry Charles, confirman que la comedia -no importa si escatológica, satírica o idiota- es capaz de ser una interesante crítica de la sociedad actual, y que puede dar en el objetivo sin necesidad de salirse por completo de las reglas de juego y conservando un tono amoral.

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