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CRÍTICAS - CINE

El ocaso de un asesino, según Matías Orta

Podría haber sido un thriller común y silvestre de no ser por el magnánimo director Anton Corbijn. Este holandés comenzó su carrera en la adolescencia, como fotógrafo de bandas de rock. Luego pasó a dirigir videoclips de agrupaciones como Echo and the Bunnymen, U2, Johnny Cash, Nirvana y Metallica. Su trabajo más legendario es con Depeche Mode, al punto de definir la imagen del grupo desde el disco Music for the masses. Su ópera prima también está vinculada a la música: Control narraba las últimas horas de Ian Curtis, vocalista de Joy Division, con quienes también colaboró en su momento.

El estilo visual de Corbijn se basa mayormente en un envidiable uso de la fotografía en blanco y negro, que le da a la imagen una impronta realista, a veces sexy, a veces peligrosa, siempre irresistible.

El ocaso de un asesino, su segunda película, toma distancia del rock y el pop para adentrarse en una historia de género. En una entrevista, Corbijn contó qué le atrajo del proyecto: “Quería encontrar una película diferente. Me fijé en diferentes géneros hasta encontrarme con el libro original en el que había una historia de redención. También me di cuenta de que era un buen marco para desarrollar un western o un spaguetti western”. Y se nota la influencia de aquellos films: planos generales de montañas, cerros, nieve, bosques; primerísimos primeros planos y hasta una suerte de duelo al final. Ah, y en un televisor pasan Érase una vez en el oeste, de Sergio Leone, abanderado de los Spaguetti. Sin embargo, el estilo elegido por el director es tranquilo, concentrándose en los personajes y en la historia. Algo que ya se veían en sus fotografías, donde suele aparecer gente común en actitudes relajadas, lejos de la rutina. No es una sucesión de persecuciones, tiros y cosas que explotan. Se nota que a Corbijn le dieron libertad creativa, por suerte.

Anton C. también fue muy inteligente al darle un toque atemporal. Es más, sin la presencia de tecnología moderna, como celulares y LCDs (aparecen muy poco, de todas maneras), la acción podría transcurrir en los ’60 o ’70, período en el que, además de los mencionados spaguetti westerns, se filmaron los thrillers europeos más recordados, empezando por El samurai, protagonizado por Alain Delon y dirigido por Jean-Pierre Melville.

Otro de los puntos altos reside en George Clooney —también productor—, en una de sus actuaciones más introspectivas y misteriosas. De hecho, habla poco y casi no sonríe durante la película, sobre todo en la primera hora, cuando su personaje todavía no entró en confianza con el Padre Benedetto ni con Clara. Hablando de ellos, los actores que los interpretan no se quedan atrás de Clooney. Paolo Bonacelli compone a un sacerdote viejo, pero muy experimentado a la hora de reconocer pecadores… y de perdonarlos. Observación curiosa: Bonacelli tiene un aire a Alfred Hitchcock. Si a eso le sumamos que George C. es el Cary Grant de los últimos tiempos…

En cuanto a Clara, Violante Plácido le pone el cuerpo (¡y qué cuerpo!), y es sin dudas la revelación. Una caliente escena entre ella y Clooney provocó que El ocaso… fuera calificada con una R (para ser visto por mayores de 18 años).

El ocaso de un asesino es más que la típica historia de agentes secretos. Es la historia de alguien que quiere ser libre, pero que sigue esclavizado a un peligroso estilo de vida. Esperemos que Corbijn sigua filmando largometrajes con esa mirada tan audaz y original que lo hace único.

 

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