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CRÍTICAS - CINE

El Otro Maradona

(Argentina, 2013)

Dirección y Guión: Ezequiel Luka, Gabriel Amiel. Producción: Benjamín Ávila, Maxi Dubois, Lorena Muñoz, Ezequiel Luka, Gabriel Amiel. Distribuidora: Independiente. Duración: 78 minutos.

Una sombra ya pronto serás.

La película de Ezequiel Luka y Gabriel Amiel es un documental que se interna de lleno en el terreno de la tragedia. El Otro Maradona, ya desde el título, anuncia el aciago destino que le tocó en suerte a Goyo Carrizo, cuya existencia pareciera cifrarse siempre en la de otro, la del máximo ídolo del fútbol, como si nada de la suya  valiera por sí misma sino como extensión lejana y degradada de la de su amigo de la infancia. Los realizadores siguen a su entrevistado cuando éste se embarca en la tarea de descubrir nuevos jugadores en el interior para mandarlos a Buenos Aires.

Pero incluso con esa misión, que parece imprimirle algo de sentido a su rutina cotidiana, Goyo está condenado a repetir una y mil veces el mismo pasado que lo atormenta, ya que -como cuenta la leyenda- fue él el que habiendo entrado a los Cebollitas le habló al técnico de un amigo del barrio, Maradona. El mito local postula que Goyo no solo descubrió a Maradona sino que fue el que lo ayudó a entrar en el fútbol profesional, y que -sigue el cuento- de no haber sido por una rotura de ligamentos, la carrera de Goyo habría sido tan meteórica o incluso más que la de Maradona. El protagonista, haciendo gala de su modestia y lealtad, dice que lo enoja mucho escuchar eso en boca de la gente.

Pero Goyo, con todo su aplomo y serenidad, siempre instalado en Villa Fiorito, está lejos de ser un personaje estable. A medida que avanza el metraje, el documental va exhibiendo sus fracturas internas hasta que toda su rabia contenida, previsiblemente, sale a la luz. Además de la lesión, se revelan una serie de malas decisiones en su juventud como el rechazo de una oferta generosísima de un club (un departamento en el que no cabían su hermano y su prima) o el haber abandonado sin motivo aparente las sesiones de rehabilitación en un gimnasio de avanzada pagadas para él por Maradona. En el relato de Goyo todo, pero especialmente él, pareciera haber conspirado contra su éxito condenándolo a ser algo parecido a una sombra del otro, apenas un doble accidentado y defectuoso como el protagonista de William Wilson de Poe.

En sus momentos más vitales, la película captura a su protagonista brillando en su trabajo, atisbando habilidades y errores que a otros se les escapan, dando consejos aquí y allá a los chicos de Mendoza o San Luis que tienen alguna oportunidad de viajar a Buenos Aires. Es como si Goyo ahora se dedicara a enderezar su propia historia abriéndole el camino a otros, como si en el fondo esperara encontrarse con él mismo de chico y, por una vez, descubrirse y darse una historia distinta, una que llegara a tocar algo, un poco apenas del triunfo que supo cosechar su eterno alter ego. Como siempre en cualquier historia de éxito y riqueza, aquí no se trata solo de obtener el respeto de la gente sino también de escapar de la precariedad material que, en el caso de Goyo, es un recordatorio intolerable de su futuro truncado. En una escena desgarradora, el que pudo haber sido tan grande como Maradona (esa sola idea se nos hace imposible de creer, pero hagámosle lugar al mito por un momento) cuenta llorando cómo tuvo que ver crecer a sus hijos usando siempre la misma ropa y muchas veces andando descalzos. Solo ocasionalmente el recuerdo se transforma en una zona de calma y hasta de orgullo cuando el protagonista recuerda la dupla imparable que integraban él y Maradona o las hazañas junto a los Cebollitas, como los legendarios doscientos partidos ganados.

Al final, el pasado de Goyo, digno de una tragedia griega o de un cuento romántico sobre dobles y conspiraciones, atrapa al protagonista en sus redes no solo a través de los recuerdos sino también confiriéndole el estatus casi de héroe a medias, de personaje sin terminar. Porque todo lo que Goyo consigue, ya sea dialogar con clubes para colocar a sus jóvenes promesas o el cariño de la gente, lo obtiene gracias a su vínculo distante e incierto con Maradona, que a esta altura del documental resulta una presencia vaporosa que pareciera torturar sin respiro el alma de Goyo a través de los kilómetros y los años. Si alguna vez el protagonista se decidiera a dejar el pasado detrás suyo, el mito que lo rodea se encargaría rápidamente de recordarle su carácter de ser inacabado y de anclarlo nuevamente en su papel de segundo, de reflejo difuso, de sombra.

calificacion_4

Por Diego Maté

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