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CRÍTICAS - CINE

Entre la Fe y la Pasión

Entre la Fe y la Pasión (Hadewijch, Francia, 2009)

Guión y Dirección: Bruno Dumont. Producción: Rachid Bouchareb. Elenco: Julie Sokolowski, Karl Sarafidis, Yassine Salime, David Dewaele. Distribución: CDI. Duración: 105 minutos

No tengo demasiada referencias del cine de Bruno Dumont, excepto que en sus películas trata de abarcar el ser, el conflicto de personajes que se hacen preguntas existenciales, relacionadas con la religión y la vida.

Entre la Fe y la Pasión es un film denso y oscuro, que nos pone en manifiesto la incertidumbre de una joven, dentro de un contexto internacional real. No aísla a la protagonista del mundo contemporáneo, sino justamente nos muestra el peligro que representar llevar al extremo una ideología.

Celine (intensa actuación de Julie Sokolowski) es una torturada hija de un ministro francés recluida por voluntad propia en un convento. Las monjas no soportan las flagelaciones que la joven se induce a ella misma. No come, no duerme, pensando en Cristo, amando a Cristo. Cuando la madre superiora decide echarla para que “viva la vida” en el mundo exterior, ella siente que debe recuperar el amor de Cristo porque no lo siente con ella.

Paralelamente conocemos a David, un joven en libertad condicional, que hace arreglos de jardinería afuera del convento. Tras no reportarse a su custodio, David vuelve a la cárcel.

Celine, encuentra un soporte emocional en los hermanos árabes Nassir y Yassine. El primero es un imán de la comunidad musulmana de los suburbios de París, el segundo, menor, se enamora de Celine. Pero este amor no es recíproco, porque su fidelidad, está con Dios.

Dumont arma un lento entramado sobre lo aterrador que puede terminar siendo llevar un dogma a puntos límites.

Mientras que el mundo se cae a pedazos, Celine, sigue con su amor ciego hacia Dios, sin darse cuenta de lo que está sucediendo a su alrededor.

El director evita hacer una evidente bajada de línea política, para tomar el contexto con naturalidad y frialdad. Esta mirada austera, seca, se contrasta con las emociones de la protagonista, quien por momentos llega a hartar al espectador con sus declamaciones de amor.

El final, un tanto previsible, desarticula, el clima, la intensidad dramática y emocional que el director venía manteniendo, sin caer en clisés o lugares comunes, e incluso insertando sutiles cuotas de ironía y sarcasmo, mirada crítica a la nobleza francesa y sobretodo a las instituciones religiosas que inculcan ritos y normas sobre mentes débiles.

Se suele comparar a Dumont con Robert Bresson. El director negó las referencias. Es cierto, para Bresson era fundamental que los protagonistas de sus películas pudieran darse cuenta del crimen que cometieron, y buscaran el perdón divino. La redención. Dumont, en cambio, utiliza el tema en forma irónica, metafórica para criticar el pensamiento eclesiástico (de por sí, es prácticamente humorístico, que las monjas echen a la protagonista por ser “demasiado religiosa”).

Una austera puesta en escena, con intervenciones fotográficas “divinas”, le aportan solemnidad al relato. Los encuadres, simétricamente diseñados demuestran un gusto plástico, pictórico, con puntos de fuga que exponen referentes de la pintura renacentista. Los paisajes rurales tienen un preciosismo medieval soslayado. Como si dijera que a pesar del paso del tiempo, hay ciertas tradiciones que no cambiaron en la Francia contemporánea. Inclusive, la casa del ministro tiene la arquitectura de un palacio del medioevo.

Celine se convierte en una Juana de Arco moderna, capaz de sacrificarse en nombre de la religión, pero no por el pueblo.

Si bien tiene varias líneas de lectura que confluyen armoniosamente, con interpretaciones muy creíbles de parte de un elenco de actores profesionales y no actores, el ritmo es lento. Por momentos cae en la monotonía: hay escenas que son demasiado largas.

Dumont, apoyado por Bouchareb (director de Días de Gloria y London River, de estreno inminente) realiza un film que sigue escarbando sobre las paradojas religiosas en el mundo contemporáneo, el estado del miedo y la violencia en la sociedad, y como, a pesar de las nuevas tecnologías, seguimos siendo influenciados por las mismas instituciones que regían hace 800 años atrás.

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