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CRÍTICAS - CINE

Everest

(Estados Unidos/ Reino Unido/ Islandia, 2015)

Dirección: Baltasar Kormákur. Guión: William Nicholson y Simon Beaufoy. Elenco: Jason Clarke, Jake Gyllenhaal, Josh Brolin, John Hawkes, Sam Worthington, Robin Wright, Michael Kelly, Keira Knightley, Emily Watson. Producción: Tyler Thompson, Brian Oliver, Evan Hayes, Eric Fellner, Liza Chasin. Distribuidora: UIP. Duración: 121 minutos.

Descenso fallido.

Everest (2015) cuenta la historia real de una expedición de 1996 en la que Rob Hall (Jason Clarke), director de Adventure Consultants, y Scott Fischer (Jake Gyllenhaal), de Mountain Madness, condujeron a un grupo de alpinistas a la cima del monte Everest, una proeza en la que debían escalar por encima de los 8000 metros y que muy pocas personas han logrado en la historia. El director Baltasar Kormákur se apega al más estricto realismo para ejecutar la puesta en escena del ascenso a la montaña con amplios planos aéreos y grandes planos generales donde construye la dificultad de estos grupos de alpinistas para trepar el monte: en esas escenas podemos observar la pequeñez del hombre versus la imponente e implacable naturaleza, y el espectador empieza a representarse una idea sacrificial de los escaladores ante semejante desafío.

Kormákur hace hincapié en construir relaciones fraternales entre los alpinistas como eje moral narrativo de la película. Si bien los personajes de Clarke y Gyllenhaal eran competidores, con distintos estilos para escalar, el director se preocupa en desarrollar la idea de que en la montaña hay una comunión, una especie de hermandad de los escaladores que está por encima de todo. Paralelamente el realizador cuenta la historia familiar de Rob Hall y de Beck Weathers (Josh Brolin) con sus esposas esperando en casa, Jan Arnold (Keira Knightley) y Peach Weathers (Robin Wright). El montaje paralelo con estas historias debilita la narración en la primera parte de la película, cortando el ímpetu de la trepidante aventura con la idea de humanizar a los personajes y despojarlos de heroicidad. El díptico de “mujer + hijos” y “mujer embarazada”, del otro lado del cine de aventuras, resultan dagas que demuelen el género.

Esta debilidad se profundiza en la segunda parte, en el descenso de la montaña. Kormákur ya no recurre a los planos generales como registro excluyente y filma en primer plano, contando el drama humano y mostrando el sufrimiento del cuerpo ante la fuerza bestial de la naturaleza. El director abandona casi todas las bondades del inicio de la excursión y comienza a dar rienda suelta a la más imposible de las cursilerías. Llanto, efectismo y golpes bajos (una mujer embarazada despidiendo por teléfono ¡dos veces! a su marido) toman la pantalla por asalto. Esta embriaguez de impostada ternura hace que Kormákur se olvide de resolver historias importantes en la narración, y lo más grave e imperdonable de todo; que abandone por completo las premisas básicas del cine de aventuras en pos de una reflexión moral sobre la responsabilidad de jugarse la vida en una hazaña deportiva: esto hace que un film que tenía todo dado para ser una gran película de cine de género, finalice como un telefilm al estilo Hallmark Channel con gente llorando abrazados y una semblanza de fotos patéticas e indignantes para conmover a algún desprevenido.

calificacion_2

Por Carlos Rey

 

Lamento paisajista.

No hay una sola escena en Everest que mueva el amperímetro, que quiebre con la monotonía rítmica, con la avalancha de lugares comunes y el sentimentalismo exacerbado. Claro que visualmente todo es fabuloso, pero atrás de los lentes que nos acercan las locaciones reales de Nepal y de Italia (se filmaron varias escenas en Val Senales para reemplazar algunas partes del Everest) no queda casi nada. Filmada con ojo turista, el islandés Baltasar Kormákur realizó un audiovisual para que los adeptos a la aventura masoca del orgullo de vencer a Dios, a la naturaleza, a la montaña, lo disfruten en un IMAX; como también podrían disfrutar de los documentales de la vida acuática, muy buenos algunos, pero sin el peso cinematográfico necesario como para generar suspenso con el relato o profundidad desde algún subtexto. Lo del artesano islandés es un clasicismo amputado de verdad cinematográfica, alejado de un punto de vista que nos emocione realmente, sin necesidad de sinfónicas efectistas. La lejanía con sus propios personajes es clave para ese acercamiento a un estilo contemplativo de la nada misma, de lo perecedero del paisajismo más genérico. De todos modos, no podemos negar que algo contagian esos planos blancos azulados deseosos de impartir fobia, un poco del miedo de estar ahí arriba respirando mal nos transmiten, pero eso ya lo había logrado casi dos décadas atrás el documental también llamado Everest, filmado en 1998 con cámaras IMAX.

“Basado en una historia real” arranca Everest, bien trash, aunque después nos quieran vender grandilocuencia y pomposidad sin asumirse como un ejemplo lúdico audiovisual. Los personajes centrales son dos: Rob Hall (Jason Clarke) y Beck Weathers (Josh Brolin); el Jake Gyllenhaal de los posters queda desaprovechado, interpreta al competidor de Rob, Scott Fischer, con un estado de ánimo que representa muy bien la falta de oxigeno de las alturas. Scott es un canchero, Rob es el profesional buenazo y Beck es el aventurero que se fuga de su familia. Todo el contexto familiar (tanto de Beck como de Rob) sobra y distrae. La narración nunca se impone, Kormákur no confía en la trama, ni en el suspenso ni en sus personajes, necesita rellenar esas vidas que se la juegan toda por ningún motivo, por desquiciados; necesita completarlas con una familia esperando, con el fuera de campo sensiblero, como si el sacrificio de sus personajes no fuera suficiente. La historia directa de los tipos jugándosela contra el mundo le importa tan poco que las muertes comienzan a sucederse con la misma potencia de una charla telefónica, con la misma cadencia tranquila de la llegada al campamento; el descenso infernal tiene casi el mismo ritmo impersonal de la subida, todo es accesorio del paisajismo. Los personajes son olvidados por el director y no llegamos a conectar nunca con ninguno, simplemente nos quedamos mirando la montaña desde bien lejos, ahí donde nos pusieron.

calificacion_2

Por Ernesto Gerez

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