Fue en marzo de 2016, cuando en una entrevista para un programa sobre teatro latinoamericano con acento político Ricardo Bartiz mostró una seria preocupación y hasta una especie de angustia ante las situaciones que, en ese momento el nuevo gobierno, podría generar: de índole económica, social, sobre derechos humanos, y especialmente mencionó lo que presentía -y es denominado por varios investigadores- como un vaciamiento de la cultura. Ante estos sentimientos lo que se esperaba de su siguiente obra era algún crudo planteo opositor, político o social, algún tipo de denuncia profunda y excedida, ya que parte de su estética siempre ha sido el expresionismo. Al conocer el título de la obra antes que de la autoría de la se trataba parecía que allí iba a arder troya: Hambre y Amor. Pero era un Ibsen. Un autor del siglo pasado de ese teatro meticulosamente realista, ‘’de living’’, que pone el foco en los problemas psicológicos de la burguesía de la época.
Sin embargo el espacio elegido para representar esta obra no es la sala principal del Sportivo, sino una especie de altillo al que se accede por una angosta escalera. La seriedad en la forma de ver el teatro de Ricardo Bartiz no se regodea con la sátira. Pero algo hay en el aire en una obra de la que el mismo director cuenta que cuando la intentó montar tiempo atrás, no encontró cómo de lo aburrida que le resultaba. Es decir que para él se trata de una obra en la que no pasa nada, sobre problemas burgueses de otra época, pero entonces, ¿por qué montar esta pieza? ¿Acaso en esta Argentina no pasa nada? ¿O hay hambre? ¿Y amores cruzados?¿ Y odios, y armas, y suicidios y asesinatos, y desprecios y egoísmo, y desilusiones, frustraciones y miedo, y coraje, y todo tapado con ese consumismo como una droga?
Esta aparentemente inocente obra parece funcionar por momentos como ciertas obras de Gambaro funcionaban durante la dictadura. Como intentando explotar desde adentro, hacia un público que pareciera querer captar para mostrarle un espejo. Pero también está el otro público. Ese público con hambre y amor. Ese público que obviamente va a rechazar un estilo de vida poco cercano a la realidad de las mayorías. Entonces, viéndolo así: ¿no es esta obra una elección mucho menos inocente y con mucha más ambición de la que parecía tener?
Abunda en la obra un clima chejoviano que también se ve en parte de las obras de Strindberg, como de Ibsen, en donde los personajes se aburren desde la comodidad de su vida, denotando una carencia. En ella los personajes sufren pero no pasa nada. Desean pero nada obtienen. Sienten, por momentos parece que gritan pero no se los escucha. Mueren y no importa. El teatro de Bartiz siempre fue descarnamiento, y en este caso ese descarnamiento está en la falta, esa que produce el vacío y la angustia de una sociedad en decadencia. Esa que era la sociedad de antaño. Y desde allí subsiste la pregunta de si quizá siempre fuimos y seremos decadentes.
El texto de Hadda Gabler es famoso por ser un entramado de datos, de situaciones de entrada y salida de los personajes para llevar y traer ‘’datos’’ que para algunos lo hace complejo de adaptar a una puesta en escena innovadora. La puesta es apenas inmersiva. Los personajes entran a veces desde el público; el corredor de acceso a parrilla es parte de la escena en varios momentos, se aprovecha al 100% ese espacio alternativo dentro del Sportivo, y se genera una situación apenas 3D pero no hay mucha más innovación que ésta.
Obviamente la escenografía es propia de las máquinas de Bartiz. Ese espacio poco territorializado, posible de sostener escenas actuales o de hace un siglo, siempre con un dejo de algo que se murió o está muriendo. Pilas de libros polvorientos en el piso; dos alfombras persas viejas que delimitan el proscenio; una mesa con un juego de ajedrez; un cuadro o espejo torcido; una cortina; un espacio en el que el foco ‘’abre’’ hacia afuera. Es una máquina de informar – dice, de hecho, el personaje que toma dicha apertura. Estos elementos (alfombra, mesa, espejo, cortina, foco abierto o cerrado) suelen ser los pertenecientes al sistema de investigación y experimentación en el Sportivo. Porque se trata de una máquina que en lugar de la clásica improvisación tomó el texto de Ibsen y le puso engranajes. Con respecto a las actuaciones las mismas son parejas, como siempre de gran profundidad en esa exacerbación de la vida, aun cuando intenta relatar la ausencia.
Para Bartiz se puede pensar a Hedda como si fuera la Argentina. El personaje tiene las veleidades de vivir en una casa con todas las comodidades, aún si no las puede pagar. Goza de juventud y vigor, no está sola pero quien está a su lado no la satisface. Un escritor talentoso y torturado pulula por entre sus piernas. Le gustan las armas. Se aburre. Juega con quienes la aman. Se ríe y sufre. Mata y se suicida.
Y a pesar de toda esta acción pasional tenemos que ver a esos personajes de ciudad europea del siglo pasado replicando una historia que sentimos que ya hemos visto una y otra vez. Como cada una de nuestras crisis.
Teatro: Sportivo Teatral – Thames 1426 – CABA
Entradas: $200/$250
Funciones: Viernes 21hs y Sábados 21 y 23 hs
Natasha Ivannova
Actúan: Mirta Bogdasarian, Pablo Díaz, Carolina Faux, Leo Martinez, Micaela Rey, Jada Sirkin. Dramaturgia: sobre textos de: Henrik Ibsen. Vestuario: Leonel Elizondo. Espacio escénico: Ricardo Bartís. Música: Manuel Llosa. Diseño gráfico: Sebastián Mogordoy. Asistencia de dirección: Clara Seckel, Damián Smajo. Dirección: Ricardo Bartís. Prensa: CorreyDile Prensa.