Vivir a través de la noche.
Si en el periplo analítico nos guiáramos más por el background militante de Angelina Jolie y su labor filantrópica en Camboya que por su porfiar concreto como directora, caeríamos rápidamente en la preeminencia del primero por sobre el segundo y no podríamos ir más allá de formulaciones standards en torno a ese humanismo ascético y extremista que caracteriza a gran parte de la fauna hollywoodense de nuestros días. Por supuesto que este tipo de reducciones al campo de los chimentos y la levedad periodística serán las favoritas de la mayoría de la crítica “especializada” al momento de sopesar Inquebrantable (Unbroken, 2014), el segundo y misterioso trabajo como realizadora de la norteamericana, quizás una de las personalidades más importantes del mainstream de los últimos tiempos.
El enigma en cuestión radica precisamente en cómo un guión firmado -en las distintas etapas de su escritura- por William Nicholson, Richard LaGravenese y los hermanos Joel y Ethan Coen terminó cargado de estereotipos, situaciones de manual, diálogos insípidos y un déficit general de dinamismo. A pesar de que Jolie corrigió muchos de los problemas dramáticos que aquejaban a su anterior opus, In the Land of Blood and Honey (2011), y que evidentemente le falta ganar experiencia detrás de cámaras, lo cierto es que tampoco ayudaron ni las temáticas elegidas (ayer el conflicto en los Balcanes durante la década del 90, hoy nada más y nada menos que la Segunda Guerra Mundial) ni la grandilocuencia discursiva del caso (las diatribas casi siempre chocan contra los inconvenientes formales).
La primera media hora nos muestra las vicisitudes de la vida de Louis Zamperini (Jack O’Connell), un estadounidense hijo de inmigrantes italianos, atleta olímpico y parte de la tripulación de un bombardero que sobrevuela el Pacífico en años de la contienda bélica. Luego de estrellarse junto con sus compañeros en el océano remoto y de pasar más de mes y medio deshidratándose arriba de una balsa, es hallado por los japoneses y llevado a un campo de prisioneros gobernado por el brutal Mutsuhiro Watanabe (Takamasa Ishihara). El film en general ofrece poco desarrollo de personajes, dejando a su suerte a los actores, y se concentra en cambio en una progresión narrativa un tanto desapasionada que recorre la senda que va de la felicidad al martirio, o “del día a la noche” según el argot de la película.
Indudablemente Jolie se siente más cómoda en la segunda mitad, cuando un Zamperini homologado a Jesús comienza a soportar una andanada de tormentos símil cine de terror y la moraleja termina de volcarse hacia la aceptación “purificadora” del dolor y el acto de perdonar a los enemigos. Contra todo pronóstico, la jugada del sadismo y la misericordia más tradicional le sale bastante bien a la directora y hasta consigue que nos olvidemos que recientemente contamos con propuestas superiores sobre el resistir en alta mar, léase Kon-Tiki (2012) y All Is Lost (2013), y en centros de detención, como por ejemplo Un Pasado Imborrable (The Railway Man, 2013). La imprevisibilidad de Jolie y su devenir errático constituyen su mayor encanto, sólo resta que ambos factores viabilicen obras eficaces…
Por Emiliano Fernández