John Carter: entre Dos Mundos (John Carter, Estados Unidos, 2012)
Dirección: Andrew Stanton. Guión: Andrew Stanton, Mark Andrews, Michael Chabon. Elenco: Taylor Kitsch, Lynn Collins, Samantha Morton, Willem Dafoe, Thomas Haden Church, Mark Strong, Dominic West, Polly Walker. Producción: Lindsey Collins, Jim Morris, Colin Wilson. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 132 minutos.
Inhumano
Es un espejismo. Se parece a algo que, claramente, no lo es. Comienza de forma similar a WALL-E, el anterior trabajo de Andrew Stanton. A partir del espacio, se adentra hacia un planeta. Mientras que la primera narra las aventuras de un robot en la Tierra, John Carter concentra casi todo su relato en Marte. A su vez, en ambos films existe una representación del mal (en una, la compañía capitalista que termina destruyendo el mundo; en la otra, unos villanos que quieren conquistar territorios) que extermina la vida de los habitantes de un territorio. En realidad, ambas películas comparten elementos en común pero si una funciona de modo extraordinario, en la otra no es posible encontrar una cuota mínima de emoción.
John Carter es Capitán del cuerpo de infantería estadounidense después de la Guerra Civil. Mientras es perseguido, luego de ser arrestado y haber escapado, se esconde en una cueva en la que, mediante un extraño medallón, se transporta a Marte. Allí, un planeta a punto de ser conquistado por un malvado ser con el poder suficiente para arrasar con cualquier población. Y, por supuesto, un pueblo que necesita ser salvado.
Esto es una parte de la premisa principal ya que Carter recorrerá territorios y conocerá distintos personajes a lo largo de su viaje camino a su planeta. El problema surge desde la llegada del protagonista a Marte. Hay muchos relatos que ocurren en lejanas galaxias, por lo que se le pide a este film (que tiene un gran director a la cabeza) ser mínimamente novedoso con la creación del universo que expone. Pero, más allá de algunas escenas particulares, (como la presentación de los marcianos) no hay elementos que sean genuinos o que produzcan sorpresa. Sin embargo, todo se encuentra delineado con insólita pereza: la trama es rebuscada por lo que el interés se agota luego de varios minutos; la puesta en escena se basa en películas clásicas (como La Guerra de las Galaxias) y recientes (el caso de Furia de Titanes y El Príncipe de Persia); los personajes, oscilan entre el nulo delineamiento y el cliché; mientras que los actores, aportan poco carisma (salvo Lynn Collins y Mark Strong, ya acostumbrado al papel de villano).
Y ante tanta estructura ya vista, tanta explosión visual sin impacto, tanta historia sin atractivo, se piden de vuelta los elementos que construían esa obra maestra llamada WALL-E. La soltura narrativa, la gracia, la pasión que se encontraba ahí, en John Carter no existe. Y si bien, en la superficie, se vislumbran ciertas comparaciones (ambos protagonistas recorren el camino del héroe), hay una diferencia abismal en lo cinematográfico. Viendo la película, resulta todavía más sorprendente -mirando en el pasado- la primera media hora del anterior film de Stanton. Allí, donde no había diálogos, había entendimiento en las acciones, entusiasmo por los movimientos, cautela en los detalles; acá, no hay riesgo, todo es demasiado calculado, frío, sin inteligencia. Pero el peor pecado lo comete al nunca entender que la aventura debe dejar sin aliento al espectador al mismo tiempo que ofrece precisos toques de comedia.
En contraposición a este film, existe la maravillosa Misión Imposible 4, dirigida por Brad Bird, casualmente otro realizador proveniente de Pixar, y del cine de animación. Pero más allá de este detalle que unen las raíces de sus directores, ambos trabajos no pueden ser más opuestos. En esa película, el uso de la cámara funciona de tal forma que en ciertas escenas, algunos planos hasta pueden lograr una sensación de vértigo. Pero no sólo es un ensayo interesante sobre el rol artístico en un cine tan menospreciado como lo es el género de acción, sino también un ejemplo sobre cómo conseguir interesarse por los personajes. Cuando se observa a Tom Cruise saltar desde un edificio, existe una sensación parecida al peligro por el destino del protagonista. En John Carter, el placer de preocuparse por un sujeto ficticio es nulo.
Pero capaz lo que más se advierte es la carencia de humanismo. Libros y películas han dedicado páginas y fotogramas a conceder esta cualidad a personajes de toda clase. La reciente Caballo de Guerra es una demostración de esto. En Buscando a Nemo, (citando otra maravilla del realizador) la emoción llega a partir de hechos que humanizan a los protagonistas. Son acciones que parten del sacrificio, el amor, o la necesidad de supervivencia. John Carter (película y personaje) es demasiado artificial para que el espectador encuentre simpatía detrás de los cuerpos esculturales que presenta. Es un absurdo: la lección que debe aprender Stanton proviene de su propia filmografía.