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CRÍTICAS - CINE

La Habitación, según Emiliano Fernández

Sobre la adecuación al entorno.

Estamos ante un pequeño milagro del cine independiente contemporáneo, decididamente una de las mejores películas de los últimos tiempos y un recuerdo de la imaginación que poseían los márgenes en otras épocas menos sobrecargadas de redundancia formal y artificios mal direccionados. La Habitación (Room, 2015) también viene a confirmar el talento de Lenny Abrahamson, un realizador que se hizo conocido a nivel internacional con el díptico compuesto por la correcta What Richard Did (2012) y la extraordinaria Frank (2014), un delirio melómano francamente encantador que mezclaba la comedia dramática más bizarra con el análisis del proceso creativo dentro de una banda de rock. El film que hoy nos ocupa constituye un ejemplo de cómo torcer una premisa cercana al horror y el suspenso hacia lo que podríamos definir como un relato de tenacidad en pos de sobrevivir.

Los primeros minutos explicitan -a través de un recorrido visual delicioso- el escenario central de la historia, ese al que hace referencia el título desde el vamos. Joy (Brie Larson) y su hijo Jack (Jacob Tremblay) aparentemente viven felices en un pequeño cuarto con una cama, un inodoro, una bañadera y una cocina muy básica. Sin ventanas a su alrededor y disfrutando de la luz que ofrece una claraboya en el techo, ambos se disponen a festejar el quinto cumpleaños del joven con una torta rudimentaria. La “normalidad” se quiebra cuando notamos que Jack debe dormir en el armario por las visitas nocturnas del Viejo Nick (Sean Bridgers), un misterioso hombre que trae alimentos e intima regularmente con Joy. Luego de un episodio de agresión, Jack descubre la verdad de boca de su madre: Joy fue raptada a los 17 años por Nick y desde hace siete que está encerrada en la habitación.

A lo largo del desarrollo de los acontecimientos y la evolución de los vínculos, cada vez sorprenden más y más la profundidad e inteligencia que va desplegando el guión de Emma Donoghue, a partir de una novela propia, principalmente en lo que respecta a la utilización de los dos pilares fundamentales de la obra, léase la puesta en escena minimalista y el trabajo de los actores. En este sentido, la propuesta va más allá de los recursos narrativos y/ o estructurales de tantos opus similares (los cuales suelen derrapar hacia el policial más burdo), jugando en cambio todas sus fichas a los vaivenes de la “dimensión humana” de la tragedia y reemplazando el fatalismo vengador por dos preocupaciones mucho más simples, el amor familiar y el anhelo de libertad (el régimen naturalista y luminoso de la película parece esquivar de manera consciente cualquier pompa extrema del verosímil de desquite).

Hasta la misma partición de la trama desafía los clichés de los géneros porque tenemos una primera mitad de reclusión forzosa y luego una segunda parte centrada en una especie de retiro autoimpuesto, ya con los dos protagonistas fuera del espacio de confinamiento. Todo este planteo a su vez eleva a La Habitación al estatuto de una verdadera anomalía del séptimo arte debido a que la susodicha pasa a engrosar ese grupo reducido de convites que efectivamente se molestan en analizar el “después” del infortunio de turno y -para colmo- en primera persona, sin ningún tercero que le filtre/ alivie el peso psicológico al espectador conformista de nuestros días. La valentía de Abrahamson y Donoghue excede con creces a sendos contextos de encierro y liberación, construyendo una cotidianeidad desoladora y sutil como no se veía desde hacía muchísimo tiempo, plagada de revelaciones e ingenuidad.

Tanto Larson como Tremblay apabullan con dos personajes exquisitos que constituyen el corazón de la experiencia en su conjunto: mientras que ella sabe balancear a la perfección la angustia de estar aislada y la alegría que le produce su hijo, el nene se abre camino como un prodigio de la interpretación en general y de esa vulnerabilidad aguerrida que caracteriza a Jack en particular. En el film la madre se comporta como una madre (desesperación y agudeza de por medio) y el niño como un niño (por momentos es un ángel, en otros se vuelve insoportable), circunstancia que nos reenvía a la tesis central, la que nos sitúa como seres sociales en un diálogo contradictorio entre nuestra voluntad de paz/ afecto/ superación y un entorno indiferente/ parasitario, poco proclive a esos menesteres. Hoy la adecuación entre ambas comarcas evita la violencia y se aproxima al ingenio, la paciencia y el cariño…

calificacion_5

Por Emiliano Fernández

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