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CRÍTICAS - CINE

La La Land, según Enrique D. Fernández

Esplendor americano

Las ambiciones impregnadas en la grandilocuente La La Land (2016) definitivamente corroboraron la potencialidad de Damien Chazelle para reinventarse con una propuesta provocadora para el conformismo que padecemos en el entretenimiento predominante. En esta oportunidad, la creatividad de Chazelle demuestra un dinamismo sentimental, a diferencia de la apasionante Whiplash: Música y Obsesión (Whiplash, 2014), y se perfecciona recuperando tecnicismos de musicales memorables para acercarlos a la modernidad, en concordancia con la parafernalia de Baz Luhrmann y determinados condimentos clasicistas, como reivindicar el cinemascope.

El argumento de La La Land describe los encuentros entre Mia (Emma Stone), una empleada que se presenta en constantes audiciones para convertirse en actriz, y Sebastian (Ryan Gosling), un pianista desempleado que defiende los principios del jazz y fantasea con administrar su propio club para melómanos. Los pormenores que sobresalen en el entramado de estos personajes, como las dificultades de Mia para transformarse en una dramaturga, o la indiferencia del mainstream por los compositores tradicionales que desconforman a Sebastian, son construidos mediante la abundancia de estereotipos que simplifican el desarrollo para preponderar su espectáculo.

Después de una apertura en una autopista con alusiones a Las Señoritas de Rochefort (The Young Girls of Rochefort, 1967), nos sumergimos en dimensiones con tonalidades desvirtuadas (como la secuencia de los enamorados bailando en el observatorio, encadenado con un digitalismo interactivo) y un melodrama coreografiado (las instancias con Gosling y Stone cantando en solitario). El tratamiento de las locaciones es técnicamente sobresaliente, resaltando la importancia de la ciudad de Los Ángeles como la verdadera protagonista.

Otro de sus principales atractivos son los segmentos musicales evocando a referentes inolvidables como Cantando Bajo la Lluvia (Singin’ in the Rain, 1952) y Brindis al Amor (The Band Wagon, 1953), homenajeados en diferentes circunstancias durante las actuaciones, además de inspirarse en conceptos como los mecanismos del estrellato en Nace una Estrella (A Star Is Born, 1954) y los conflictos del romance de Un Americano en París (An American in Paris, 1951).

Estas pretensiones transforman a La La Land en una propuesta visualmente majestuosa, aunque su verdadero encantamiento es representado por la desenvoltura de sus protagonistas (los modismos de Stone y la humorada de Gosling), las composiciones de Justin Hurwitz, y el despliegue cinematográfico de Chazelle. Cuestiones como el esteticismo conservador y las reminiscencias norteamericanas manifiestan el compromiso de Chazelle por concentrarse en el tradicionalismo del establishment hollywoodense. Este puritanismo es una propaganda que no desequilibra lo gratificante de su emocionalidad.

calificacion_5

 

 

Enrique D. Fernández | @enriquefcine

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