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CRÍTICAS - CINE

La Vida de Adèle (Blue is the Warmest Color)

(Francia/ Bélgica/ España, 2013)

Dirección: Abdellatif Kechiche. Guión: Abdellatif Kechiche y Ghalia Lacroix. Elenco: Léa Seydoux, Adèle Exarchopoulos, Salim Kechiouche, Aurélien Recoing. Producción: Brahim Chioua, Abdellatif Kechiche y Vincent Maraval. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 179 minutos.

Terciopelo azul.

La Vida de Adèle es de esas películas que te dejan sin aliento. Esas que resultan las más complejas de describir por la dificultad de poner en palabras un sentimiento. Más allá de ser visualmente hermosa, La Vida de Adèle es una gran historia de amor. Enorme, visceral, de esas subcutáneas.

El cine necesita más escenas de amor explícito como las que nos entrega el director tunecino Abdellatif Kechiche. Sexo sin tapujos en secuencias de un nivel de pasión carnal liberadora que pocos se han animado a mostrar en pantalla grande, o más bien a estrenar de manera comercial. Dicha valentía siempre genera controversia cuando nos enfocamos en el tema equivocado. Lo importante de La Vida de Adèle es la historia de amor y sus dos involucradas, Adèle y Emma. Dos actrices que desprenden en cada fotograma un aura de sensualidad incomparable, dos milagros que aparecen con la frecuencia de un cometa que pasa cada diez años. Ambas nos cautivan y enamoran desde su primera aparición en pantalla, generando la fuerza de un imán, atrayéndonos constantemente hacia sus rostros de rasgos perfectos, dueñas de una gran belleza natural y pieles aterciopeladas.

La Vida de Adèle se detiene en los pequeños gestos, que se vuelven gigantes y mutan en símbolos: la boca entreabierta, el cruce de miradas entre ambas, un mechón de pelo que atraviesa el rostro, una sonrisa. El de Kechiche es un relato en donde las acciones más humanas y cotidianas -comer, dormir, tener sexo, llorar- son mostradas de manera igualmente efusiva. La cámara pareciera fundirse con los cuerpos en la cama, con los tenedores y las bocas llenas de los personajes, con los mocos y las lágrimas. Lo que hace Kechiche lo acerca -en cuanto al tratamiento del deseo, la pasión y luego la vida doméstica y el dolor- a lo que hizo Linklater con la trilogía que comenzó con Antes del Amanecer.

El arco emocional que atraviesa la protagonista necesita los 179 minutos para desarrollarse hasta explotar finalmente en el clímax de esa dolorosísima conversación que ambas mantienen en el bar, entre la complicidad y la incomodidad. Durante todo el metraje -que viaja a velocidad warp- atravesamos todas las emociones existentes y quedamos totalmente expuestos y envueltos en un remolino de sentimientos encontrados que confluyen todos al mismo tiempo en nuestro cuerpo. La aparición en pantalla de Emma es la aparición del amor verdadero. Ese primer amor que se siente en la panza, en las entrañas, sin el cual no podemos vivir. Y del cual esperamos absolutamente todo, al igual que Adèle.

Una historia puramente sensorial, universal, de una emotividad que no conoce mesura. Un relato íntimo que retrata la épica del amor: cataclísmico, apasionado, destructivo, sensual e inolvidable. Eso es La Vida de Adèle.

calificacion_5

Por Elena Marina D’Aquila

 

Solo se trata de vivir.

¿Por dónde encarar una película que contiene tantos disparadores de análisis por la multiplicidad de impresiones emocionales, sociales y morales que despierta? El film del tunecino Abdellatif Kechiche no plantea un eje tradicional de conflicto, sino que se centra en algo tan vital y descarnado como lo es la vida misma.

De eso va La Vida de Adèle, de la experiencia de vivir con todo lo que ello conlleva, por eso estamos ante una obra puramente emocional, entrañable, cruda y honesta. El realismo es absoluto, sin ningún condimento o agregado; hay ausencia de música extradiegética, flashbacks, montajes que agilicen la trama o voz en off. Kechiche nos cuenta esta historia visceral valiéndose de un magnífico uso de los primeros planos y sumergiendo la cámara en los poros de la piel de sus protagonistas. Ningún rasgo facial -por más imperceptible que sea- es pasado por alto, el rostro de Adèle funciona como un espejo del nuestro, su mirada, sonrisa, lágrimas, encías, pupilas, todo es capturado con tal intensidad que conduce a una empatía inevitable.

Esta declaración del vivir es arduo complicada porque lo que está en juego es la pulsión humana, y el talento del cineasta radica en relatar una historia de amor homosexual femenino sin caer en ningún tipo de cliché y/ o reduccionismo. Es una gran historia de amor y da lo mismo que sea entre dos mujeres, dos hombres, o entre un hombre y una mujer. El film naturaliza la experiencia amorosa en el contexto de una sociedad heteronormativa.

Para ello el film se toma su tiempo e incluye el recorrido de Adèle en el autodescubrimiento, con todo lo que esto trae aparejado: enjuiciamientos de sus amigas, negación de sus padres y en especial el hallazgo del amor, que queda sellado en un instante, aquel orgasmo al finalizar la intensa relación sexual con Emma. Es allí donde todas las pulsiones sexuales se ponen en juego y se entrelazan con el deseo y el amor. Pero como no solo de sexo vive la chica, presenciamos como duerme, come, mira, camina, viaja, baila, miente, lee, trabaja, llora, cela, se enamora, se deprime, se confunde, se desespera, se hunde… y nosotros con ella. Lo interesante, y por eso se piensa desde la pulsión humana, es cómo el flechazo amoroso funciona en cada sujeto en particular: ella ve por la calle a una chica hermosa, bastante masculinizada y con un look muy particular, el pelo azul.

Esa es la mirada inicial que comenzará a definir las elecciones sentimentales. El azul comienza a tomar forma tímidamente en los bellísimos fotogramas hasta desvanecerse conjuntamente con la pasión. Es el ciclo amoroso que nace con todo el empuje de la atracción inicial, pero que comienza a diluirse cuando una de las dos queda en un lugar idealizado y la otra es puro sostén de la escena amorosa.

Nada de esto se hubiese logrado sin la actuación descomunal de sus actrices principales. La hermosa Léa Seydoux interpreta de maravillas a Emma, en el papel de esa mujer lesbiana, artista, más experimentada y con su identidad sexual definida. El protagonismo de Adèle Exarchopoulos es una auténtica revelación, su presencia ante las cámaras es demoledora. La química entre ambas actrices devora la pantalla, desde el erotismo que las fusiona hasta la perturbadora discusión que despierta la impotencia del desencuentro.

Cualquier análisis puede llegar a quedar limitado ante una obra de tal magnitud, que ofrecerá multiplicidad de miradas subjetivas. Estamos frente a una de las mejores películas del último año o quizás de la década en curso.

calificacion_5

Por Emiliano Román

 

Una parodia de la intensidad.

Definitivamente el Festival de Cannes ya no es lo que era a nivel cualitativo, los años minaron los cimientos que tantas décadas han costado construir. La marcada inconsistencia de los últimos lustros ratifica que la Palma de Oro dejó de ser sinónimo de garantía procedimental y apertura artística, volcando la balanza hacia su opuesto exacto: el circo mediático y las realizaciones localistas con fuertes resonancias autolegitimadoras. Así las cosas, el contexto está servido para que ganen bodriazos insoportables como La Vida de Adèle (La Vie d’Adèle, 2013), típica nube de humo que la crítica pedante y somnolienta gusta de inflar en piloto automático, acatando cual niños los caprichos del jurado de turno.

Basándose en una novela gráfica de Julie Maroh, la película es una verdadera colección de elementos estilísticos que alguna vez estuvieron cargados de valentía, no obstante hoy no pasan de la “versión berreta” de lo que fueron en su momento de gloria: tenemos una historia de amor supuestamente descarnada a la Bernardo Bertolucci, un tono/ tufillo existencialista símil Robert Bresson, una multitud de primeros planos deudores de Ingmar Bergman, y hasta un registro seudo documentalista en la línea de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Aquí todo es una pose trasnochada, responde a un devenir cíclico y funciona como una especie de estafa en la que la presunta “visceralidad” está castrada.

Respetando la lógica del Hollywood más bobo de centroderecha, cada diálogo resulta por demás reiterativo porque nos viene a “explicar” el acontecimiento inmediatamente posterior y/ o anterior, casi sin dejar margen para que las imágenes hablen por sí solas. Por supuesto que el principal problema del film es Abdellatif Kechiche, un director mediocre que ya acumulaba unos cuantos mamarrachos interminables en su haber, recordemos Vénus Noire (2010) y Cous Cous, la Gran Cena (La Graine et le Mulet, 2007). El ego inflado del tunecino le impide percatarse que a las 3 horas de metraje le sobran por lo menos 60 minutos y que la redundancia conceptual no es equivalente a “naturalismo despojado”.

Relatada mediante secuencias que se extienden más de lo debido y a través de una eterna repetición de un único leitmotiv, muy cuadrado y hueco por cierto, la relación entre Adèle (Adèle Exarchopoulos) y Emma (Léa Seydoux) sólo se sostiene gracias al impulso de las actrices: mientras que Exarchopoulos es puro corazón y en esencia pone la misma cara a lo largo de toda la propuesta, Seydoux sí es una actriz profesional que deja entrever su incomodidad (ambas han dado testimonio en entrevistas acerca del maltrato al que fueron sometidas por el realizador, un delirante que -creyéndose a la altura de Stanley Kubrick- les exigió centenares de tomas para terminar editando esta tristeza que vemos en pantalla).

No cabe la menor duda que la obra en cuestión fracasa en lo que respecta a cada uno de sus componentes constitutivos: como drama lacrimógeno, es obvio y elemental (previsible a más no poder), la “epopeya romántica” hace agua con rapidez y sólo genera indiferencia (los primeros planos son casi siempre estériles y descontextualizan la acción), y finalmente los detalles esporádicos de porno soft son bastante ridículos (no se muestran penetración ni genitales: reina la cobardía y la sobreactuación). Estamos ante otra de esas películas hipócritas rescatadas del olvido, su verdadero destino, por una camarilla de burgueses obtusos, amantes de las parodias involuntarias de la intensidad amorosa de antaño…

calificacion_1

Por Emiliano Fernández

 

Un vistazo al desencanto.

Los caminos del descubrimiento sexual siempre están plagados de sorpresa, pasión, desencanto y diversos sentimientos encontrados que presionan como masas tectónicas al cuerpo por la realización del placer. La Vida de Adèle (La Vie d’Adèle, 2013), el último film escrito y dirigido por Abdellatif Kechiche, ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes, narra el despertar sexual de Adèle, una adolescente francesa de Lille, una ciudad del norte del país galo, cuyo declive industrial y recambio hacía el sector de servicios fue notorio en los últimos treinta años.

El tópico de conversación principal de las amigas de Adèle es el cotilleo sexual. Ya sea por desinterés, timidez o inexperiencia, Adèle parece siempre abstraída y lista para eludir las conversaciones. Su breve encuentro sexual con Thomas, las fantasías sexuales con una desconocida de cabello teñido de azul y la provocación de una compañera del liceo le confirman su interés por el sexo femenino.

La belleza de Adèle y su carácter ingenuo se revelan como atractivos ya en el comienzo del film, y el encuentro con Emma (Léa Seydoux), la joven de cabello azul de sus fantasías, en un bar de gays y lesbianas, hace surgir sentimientos que devienen con el transcurrir de los encuentros en pasión amorosa.

Mientras que Emma va terminando sus estudios terciarios en artes, crece como artista y su círculo social se expande, lo opuesto le ocurre a Adèle. Decide trabajar prematuramente en una escuela como maestra y vive como la musa inspiradora de su novia sin perspectivas de crecimiento personal. El éxito de Emma la va dejando cada vez más sola, la desesperación la invade y la vida de Adèle va perdiendo su encanto.

En este viaje de descubrimiento de sí misma, Adèle sufre la discriminación de algunas de sus compañeras, la vergüenza, la aceptación, la confusión, el reconocimiento de su condición, la aparición de pretendientes masculinos, la bisexualidad, el desengaño, la soledad y casi todos  los sentimientos y emociones atribuibles a la condición humana y a los prejuicios sexuales en la época moderna.

La Vida de Adèle es una obra sobre el desencanto de la vida, sobre las posibilidades que se abren en la adolescencia y en la juventud y las puertas que se van cerrando debido a las malas decisiones, a la presión social, a las crisis económicas o a los avatares de la vida misma.

calificacion_4

Por Martín Chiavarino

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