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CRÍTICAS - CINE

Los Estafadores, según Tomás M. Luzzani

Los estafadores, película de Rian Johnson, también conocida como Estafa de Amor o Los Hermanos Bloom, sufre de una crisis de identidad más allá de sus diversos títulos, cosa que aquellos que vivimos en países de habla hispana, ya estamos por demás acostumbrados.

Pero esta crisis no es algo necesariamente negativo, al contrario, sucede lo siguiente: se nos presentan cuatro personajes, los hermanos Bloom y Stephen (Brody y Ruffalo respectivamente), el primero cuestiona la realidad que se le presenta al ser un estafador, puesto que ha vivido toda su vida en los mundos que su hermano, quien planea las estafas, diseña para ambos. Por el otro lado, tenemos los dos personajes femeninos, Penélope (Weisz), una mujer rica que por una confusión durante su infancia debió vivir durante toda su vida encerrada en su casa y desconoce, prácticamente, como es el mundo exterior. Y por último, Bang Bang (Kikuchi), una estafadora que ayuda a los hermanos, pero no habla. Estas marcadas dicotomías que acompañan a la desconexión o limitada conexión con la realidad deben estar expresadas en el film que se le presenta a uno. Dado esto, nos encontramos en un mundo casi atemporal, donde si bien el espectador entiende que es en algún punto cercano a nuestro presente, los personajes se visten como si fueran los ‘40s, usan botes a vapor, viajan en trenes antiguos, desconoce prácticamente la tecnología. Esta no es la primera vez que Johnson articula a sus personajes en un mundo así, en su film anterior, Brick, construye un policial negro, dentro del mundo de la High School norteamericana, y lo logra con éxito.

Este mismo juego se da en otros aspectos del film: la constante contradicción entre los deseos de los personajes y su propia situación, el querer conocer el mundo por lo que es y no por lo que uno quiere que sea, esa fotografía distorsionada, que tiene los elementos del universo que conocemos, pero los encontramos con formas que nos son ajenas. La fantasía del inicio del film, donde los protagonistas, siendo infantes, mezclan sus estafas con sus deseos, y sus miedos, donde se cuestionan si aceptar el mundo que se construyen o la realidad; las mismas actuaciones responden a esa suerte de fusión de géneros donde hay constantes intercambios entre la comedia, el romance, y el engaño; los guiños a películas como El Golpe o la propia Brick, todo converge y diverge a medida que el film progresa. Y de alguna forma allí radica, el encanto del film, en ese verosímil, en esa “estafa” que el autor nos presenta y el espectador compra, tal vez sea como Penélope dice “Una fotografía es un secreto sobre un secreto, más te cuenta, menos sabes”, pero es inevitable recordar la reflexión de Stephen cuando al perpetrar ese primer engaño, dice “la estafa perfecta es en la cual todos obtienen lo que quieren”, eso, y la mirada de Bloom.

 

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