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CRÍTICAS - STREAMING

Maradona: Sueño bendito

LO PEOR Y PEOR QUE ESO TAMBIÉN

Para empezar a hablar de una serie como la de Maradona, propongo un ejercicio comparativo con la película Rapsodia Bohemia. Ambas son biopics de figuras internacionalmente famosas y con vidas muy excepcionales y excesivas que encuentran en estas ficciones versiones muy lavadas de sus historias. No hay detalles de las orgías de Mercury en Rapsodia Bohemia, ni mucho menos ninguna mención a los aspectos más oscuros de la vida de Maradona. Se trata en ambos casos de crowdpleasers que buscan que el público se conecte de nuevo con sus ídolos mediante una ficción. Ambos apelan a los típicos clichés de un biopic, ese género extraño que nos hace creer que se puede relatar la verdad sobre una vida mediante un artificio audiovisual lleno de lugares comunes. En Rapsodia Bohemia los clichés consisten, al igual que en la serie de Maradona, en narrarnos los hechos más conocidos de la figura, aquellos que la convirtieron en personaje muy masivo y adorado por mucha gente. Ahora bien, y acá empiezan las diferencias: Rapsodia Bohemia sabe administrar esos clichés, los entiende como parte de una narración que debe fluir a lo largo de una película. No se trata de un mérito enorme, es meramente algo mínimo que se le debe pedir a una ficción de entretenimiento, pero la serie de Maradona no logra hacer eso.

Obsesionada como está por hacernos reencontrar con hechos conocidos y frases célebres de la vida del astro, se propone la ridícula tarea de ficcionalizar cuanta cosa conocida existe sobre Maradona. Que su visita con el Papa Juan Pablo II, que los goles que le hizo a Gatti, que su entrevista en Villa Fiorito donde dice que quiere ganar el Mundial. La necesidad por incluir estas escenas que podrían sacarse perfectamente de la serie sin que se altere nada su narración provoca un doble efecto. El primero es que muchas cosas que sí podrían ser particularmente importantes e interesantes como la relación edípica y medio enfermiza entre Maradona y su madre, la relación tóxica entre Maradona y Claudia y la historia de amistad y traición entre Maradona y Cysterpiller quedan sin desarrollar, como otros momentos más dentro de una serie plagada de momentos aislados. Lo segundo es cierta sensación molesta de que estamos ante una serie ridículamente ostentosa que adolece de los defectos de un nuevo rico obsesionado por mostrarnos su opulencia. En este caso, una opulencia de producción, de la posibilidad de filmar locaciones, de contratar extras solo para que recordemos un aspecto de la vida de Maradona. Algo similar sucede con el elenco super estelar que se puede permitir tener a Leticia Bredice haciendo un papel poco mayor al de un bolo de una telenovela. En esa catarata de actores conocidos pareciera estar la idea de que estamos en una producción fastuosa donde todo el mundo quería participar.

Ahora bien, volviendo a la comparación con Rapsodia Bohemia, si hay algo que todos recuerdan de esa película son sus minutos finales donde se reproduce de forma casi completa el concierto de Live Aid. Se trata de un momento increíblemente sofisticado en un film que hasta ese momento aspiraba a la medianía. En esa escena se logra una emotividad a partir del hecho de recordarnos lo que era Mercury con una interpretación mimética del actor protagónico y una obsesión de la puesta en escena por reproducir detalle a detalle lo que fue ese espectáculo. Si funciona increíblemente bien es porque uno nota, más que nada, el gesto de desesperación de un artificio para volver en el tiempo, para recordarnos aquello por lo cual ese artista llegó a ser tan conocido.

El equivalente de esto en la serie de Maradona son obviamente los momentos en los que se evoca a su figura jugando al fútbol. Pero paradójicamente, esa habilidad que es la raíz de la fama y la leyenda de Maradona constituye los momentos más lamentables de la serie. En vez de intentar buscar las formas de filmar un partido de fútbol, lo que hace esta ficción es alternar ridículamente pequeños momentos de material de archivo con escenas ficcionalizadas. El efecto es espantoso. El desfasaje entre lo documental y lo ficticio es evidente y los momentos de archivo no solo nos alejan de la ilusión de la ficción sino que además se muestran de forma tan veloz que nos impiden apreciar las jugadas reales.

Ahora bien, solo con esto tenemos ya un piso de baja calidad al que un biopic puede llegar. Lo curioso de la serie de Maradona es que tiene el raro mérito de ir a un subsuelo aún más bajo.

La serie de Maradona se vuelve especialmente irritante cuando intenta volverse política y apelar al comentario histórico y social. Los inserts referidos a hechos de la dictadura como las protestas de las madres de Plaza de Mayo, las desapariciones  por parte de los militares y la Guerra de Malvinas no solo resultan increíblemente caprichosos sino que generan escenas (la de los soldados en Malvinas, o especialmente la escena de la tortura) que dan franca vergüenza ajena, no solo por su explicitud sino también por su gratuidad.

Para que estas escenas de la dictadura no queden tan descolgadas, la serie tiene que inventarse un Maradona dueño de un compromiso social y político en la década del 80. Lo escuchamos hablando mal de la última dictadura y lo vemos contento por el triunfo de Alfonsín (quien en su momento ya había prometido juzgar a los militares), pese a que la serie había insistido una y otra vez sobre la pertenencia de Maradona al peronismo.

La cuestión Malvinas está justificada en la serie de la peor manera posible. Previo al famoso partido de Argentina contra Inglaterra del Mundial 86, podemos escuchar a Maradona dándoles el siguiente discurso a los jugadores.

Ya está muchachos, a ver si me escuchan. Estos hijos de puta nos mataron algún primo, nos mataron algún vecino, nos mataron algún amigo. Todos conocemos algún pibe que fue a las Islas Malvinas y no volvió. Así que, les pido por favor, por todos ellos, que nos pongamos el cuchillo entre los dientes y vayamos a pasarles por arriba a estos ingleses hijos de mil puta.

Este discurso sub-cavernícola que relaciona la guerra de Malvinas con un partido de fútbol e ilustra a los jugadores ingleses como cómplices de la guerra por el solo hecho de nacer en ese país no viene solo. Para que se entienda que la serie apoya este tipo de razonamiento, musicaliza la escena con Sólo le pido a Dios (una canción obvia y machacona en una serie que adolece de este tipo de musicalización), y de paso, en una de las apologías más directas y orgullosas que he visto del espíritu barrabrava, alterna este discurso con imágenes de hinchas argentinos insultándose y hasta trompeándose con ingleses en una cancha.

Y así y todo, hay un rasgo redimible en la serie de Maradona. Su capítulo 8, llamado Cristiana, es por lejos el mejor. Allí no hay alusiones políticas ni fútbol mal filmado, no hay (casi) ninguna escena encargada de reafirmarnos la leyenda de Maradona. La mayor parte del tiempo no es más que la historia de un chico enamorado de una chica, al mismo tiempo que aterrado por el compromiso. Su escena final encuentra a Maradona intentando reconquistar a esta chica a la que había destratado. El astro del fútbol, ya en este momento de la ficción una estrella internacional, está frente a la mujer sin que esta quiera dirigirle demasiado la palabra. Cuando ella se va aparece el padre de Cristiana aclarándole a Maradona que si bien son personas humildes, tienen su dignidad. Ver cómo a Maradona le cierra la puerta en la cara una familia de clase media no deja de ser interesante, no solo por la relación de fuerzas sino porque vemos a una persona que uno asocia inmediatamente a la grandilocuencia y lo extraordinario sufriendo una situación sentimental idéntica a la de cualquier otro. Esta escena es la prueba de que esta serie pudo haber sido mejor, de que a veces los registros más intimistas pueden resultar mucho más efectivos que los gigantescos, y de que incluso en las malas obras puede encontrarse una buena historia pujando por salir.

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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